#MAKMAArte
‘Nocturno’, de Miquel Navarro
Shiras Galería
Vilaragut 3, València
De enero a marzo de 2025
“Mi obra nace del propio barro con el que jugaba en las acequias”, dice Miquel Navarro, que en el momento de la entrevista lleva el pelo revuelto, como si, efectivamente, acabara de regresar de aquella huerta de su infancia sin tiempo para atusarse el cabello. De manera que, sin solución de continuidad, va dejándose llevar por la conversación como si aún estuviera trajinando con el barro incrustado en su memoria; como si aún estuviera jugando.
Por eso tiene sentido lo que dice a continuación: “Yo todo lo veo como si fuera la primera vez”. Y es que Miquel Navarro, que reúne obra inédita en Shiras Galería sobre su idea de lo ‘Nocturno’, no sabe mirar la vida desde otro lugar que no sea el de sus propias vivencias pasadas por la túrmix del tiempo; un tiempo remoto que va dando forma, acicateado por su fértil imaginación.
“Para mí hay dos tipos de naturaleza: la más arcaica y primitiva, y la que el propio hombre ha transformado. Y me interesan las dos, tanto la contemplación de una montaña salvaje nevada o una noche con Luna de plata, como ver un avión surcando el espacio o un acueducto con un tren de alta velocidad”.
Y como todo lo ve como si fuera la primera vez, ¿qué ha visto Miquel Navarro en las lunas, ya contempladas en otras ocasiones, que ahora presenta en Shiras? “Lo que me ha sorprendido ahora de la Luna es que tengo más práctica en divisarla. Tengo una casa con un gran ventanal en Mislata desde la que veo perfectamente la Luna; estoy sentado y veo su recorrido”.
Y añade: “Luego tengo otra casa en el campo desde la que observo la Luna cada vez que sale. Y la Luna, para mí, es una centinela, una guardiana, una observadora, y, además, contiene el cosmos que no termino de entender: su eternidad. Y la eternidad, si la reflexionas mucho, puede ser agobiante, pero también significa que algún antepasado mío llegó a ver la Luna que yo estoy viendo ahora y que otros que vengan después de mí también la verán”.
A cada una de las preguntas, Miquel Navarro va contestando como si estuviera distraído, concentrando en la mirada chispazos de un tiempo poblado de chimeneas, fábricas y lunas luneras. “Cuando aparecen chimeneas en mi obra es porque las he vivido en la realidad. Mislata estaba rodeada de fábricas o molinos de harina, de sistemas hidráulicos y había muchas otras fábricas de pieles, de papel, de jabón y de productos químicos que tenían chimeneas”.
“De ahí que mi obra responda a una realidad, o a una fantasía, como prefieras, pero propia; un experimento vivencial mío: el agua, la huerta, la sexualidad también. Incluso el pop, porque ‘El Parotet’ es un elemento casi pop”, agrega.
Y de ahí que ‘Nocturno’ se ancle en un tiempo preciso, aunque ese tiempo comparezca de una forma extraña al ser recordado. “La obra tiene el grado de atemporalidad que le otorga la metafísica. Es como si hubiera extraído la atmósfera y quedara el vacío, de ahí ese carácter atemporal tan propio de la metafísica, que guarda relación con la situación surrealista”.
“De hecho, el surrealismo y la metafísica casan entre sí. Y aquí hay surrealismo, metafísica y pop. Aunque, en mi caso, la metafísica es un poco más sensual que la de [Giorgio] De Chirico; tiene un toque mediterráneo. Y, sin embargo, es muy italiana también”.
Por eso su obra, dice, “tiene un poco de nostalgia, pero no mucha; es más vital, aunque sí tiene una pequeña melancolía con la que te sientes a gusto. Tiene un lado poético vivencial y afectuoso; no me crea depresión”.
Mientras va ofreciendo explicaciones acerca de su trabajo, Miquel Navarro, que parece ir yendo y viniendo de la huerta a la ciudad, entremezclando pasado, presente y futuro, suelta alguna que otra risa propia del niño que, sin esperarlo, hace acto de presencia en la conversación.
“Mi obra es compleja, porque ‘La Pantera Rosa’ [nombre popular de la escultura ubicada en la entrada sur de València] es también constructivismo ruso, dado que yo apuesto por el avance en el futuro. Y es que el futuro, el presente y el pasado están muy unidos. No sé cómo explicarlo: hay momentos del pasado que te conducen al futuro, y éste, a su vez, te lleva al presente. Son vasos comunicantes”.
Dice haber reducido los colores utilizados en ‘Nocturno’ a los azules, ocres y plata, “y eso también es muy del pop”, al tiempo que subraya que la presencia de la Luna ha sido una constante en su obra, “como puede ser lo totémico y lo vaginal; de hecho, ya hice una serie de trabajos sobre la Luna hace años”.
“Me atrae mucho, porque es un elemento cósmico que convierto en poético, como lo hacía Lorca, que era muy de la Luna. Y es que la Luna es un elemento muy del surrealismo. Para mí es plana, no redonda, y las hay menguantes –la Luna preñada–, crecientes –más orientales, más líricas– y llenas –la apoteosis–“, afirma, mientras aflora de nuevo la risa cuando subraya el carácter plano de sus lunas.
Envuelto en la propia atmósfera metafísica que destila el conjunto expositivo, Miquel Navarro apela al cosmos, ese que no comprende y que prefiere dejarlo al margen del racionamiento analítico. “Yo el cosmos no lo entiendo, de manera que no me voy a complicar la vida tratando de entenderlo. Por mucho que mire hacia el cielo, yo lo que veo es la noche estrellada y, a partir de ahí, puedo hacer una canción o un poema. Me puedo poner romántico, pero no me pongo a analizar el cosmos”.
Luego, paseando por la exposición, ofrece detalles de algunas de las obras: “la pigmentación con láser, casi como una serigrafía”, de la pieza que contiene una de sus ciudades con una gran luna superior; su pieza alta, “la más metafísica”; la que tiene pequeños objetos suyos arcaicos –“cuernecitos, la espiral, voz en boca de un guerrero griego”–, como si fuera “una música y que tiene que ver con el mundo antiguo”; un recuerdo a tamaño reducido de ‘La Pantera Rosa’; la fábrica de harina, y el minimalismo de otras piezas reducidas a “madera, color, aluminio y plata”.
También hay un mosquito azul sobre fondo ocre rojizo y un insecto en su ‘Nocturno’; insecto que, dice el artista, “hay gente a la que le da miedo, porque es un poco diablo”. Y añade: “Bueno, no tanto un diablo, pero sí como un virus. Es un insecto humanizado. Y es que lo pequeño y lo grande están igualmente en mi obra, porque mis ciudades son pequeñas, pero cuando aparece el espectador se convierte en el Gulliver que las contempla”.
Y, entonces, Miquel Navarro se adentra en la historia, en esa larga cadena de acontecimientos que él hilvana a su manera: “Antes los dioses eran paganos, por ejemplo, y ahora tenemos los santos de la religión católica. Yo soy un apóstata, no soy creyente, pero tengo una educación cristiana que me ha condicionado para toda la vida, incluyendo el sentimiento de culpabilidad que me inculcaron desde pequeño y que de vez en cuando aparece como si fuera un fantasma que no tiene sentido”.
Condicionado por esa cultura que, sin embargo, considera básica para la civilización, Navarro reconoce, no obstante, sentirse impulsado por una energía superior. “Yo me he movido por el deseo y, en ese sentido, soy un tanto salvaje, pero los condicionamientos culturales continúan. De ahí que sea muy del icono, por eso cuando voy a Roma me gusta ver la ‘Piedad’, de Miguel Ángel. ¿Qué quiere decir eso? Pues no lo sé. Me gustan mucho también los patronos y las patronas. Los griegos ya tenían a Minerva, que era la patrona de Atenas, y aquí cada cual tiene los patronos de sus pueblos”.
‘Nocturno’ reúne piezas realizadas ex profeso para esta exposición. Una muestra que posee ese carácter metafísico, atemporal, de la Luna que atraviesa el conjunto, formando parte de la cultura que, para el artista, es sabiduría, pero que no tiene nada que ver con el arte, “que es otra cosa”, fluctuando entre “lo constructivo y lo orgánico”. “Para mí las ciudades son el útero materno, ir hacia el juego y hacia los recuerdos”, concluye Miquel Navarro como queriendo regresar al barro lúdico de sus acequias.
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