The brutalist

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‘The Brutalist’, de Brady Corbet
Reparto: Adrien Brody, Felicity Jones y Guy Pearce, entre otros
Guion: Brady Corbet, Mona Fastvold
Música: Daniel Blumberg
Fotografía: Lol Crawley
215′, Estados Unidos, 2024

No es una regla sagrada ni funciona en todos los casos, pero sí podríamos decir que una buena película se intuye ya desde sus primeros fotogramas. Hay algo en las primeras imágenes de una película que definen su apuesta conceptual, que dan el tono de lo que vamos a ver hasta los títulos de crédito.

Puede suceder que una película con un buen arranque decaiga en algún tramo. Puede ocurrir, también, que pase al revés, que algo que no empieza bien, acabe tomando cierto vuelo. Pero, generalmente, una buena película marca territorio desde el mismo inicio. Es el caso de ‘The Brutalist’, tercer largometraje del director estadounidense Brady Corbet.

‘The Brutalist’ cuenta la historia de László Tóth, un arquitecto judío de origen húngaro que llega a los Estados Unidos huyendo de la persecución nazi. Tras recurrir a un familiar que ya lleva años afincado allí, la suerte de László cambia cuando, después de un pequeño trabajo de reforma en su mansión, es acogido por el millonario Harrison Lee Van Buren, quien, sorprendido por su talento y capacidades, le contrata para construir un enorme memorial en recuerdo de su madre fallecida y como ofrenda al pequeño pueblo de Pensilvania de profundas raíces conservadoras en el que reside.

En principio, László se siente agradecido con Harrison por sacarle de la situación de precariedad material en el que vive y darle la oportunidad de recuperar su vida y desarrollar, a la vez, su vocación. Pero pronto la relación entre ambos empezará a emponzoñarse a medida que el millonario va mostrando un especial interés por someter a László a su impredecible capricho.

‘The Brutalist’ arranca de una manera ciertamente peculiar. Vemos un espacio oscuro, aparentemente indefinible. De fondo, escuchamos una voz en off que nos relata una serie de hechos que no comprendemos. ¿Dónde estamos? ¿Quién nos habla? ¿De qué nos está hablando? Al fin, reconocemos un rostro. Alguien apremia a este personaje para salir de ese espacio. Entonces, descubrimos que estamos en la bodega de un barco.

Fotograma de ‘The Brutalist’, de Brady Corbet.

La brillante luz del sol deslumbra al personaje y al espectador. László eleva la vista hacia el cielo, tratando de discernir qué ha ocurrido. Se siente desorientado. Entonces, una figura va cobrando forma: es la Estatua de la Libertad. Pero, quizá como resultado de esa desorientación que sufre el personaje, la figura se nos presenta boca abajo.

Esta secuencia va a definir ya todo el trabajo de Brady Corbet. Por un lado, tenemos un ejemplar manejo de las herramientas del cine para conducir al espectador por terrenos dramáticos de gran potencia emocional (angustia, incertidumbre, confusión). Corbet utiliza de manera muy consciente las estructuras de la dramaturgia clásica a fin de lograr que el público acompañe a su protagonista en su periplo.

Por otro, tenemos el empleo de una prosa de enorme fuerza simbólica. Todavía no lo sabemos, pero esa imagen de la Estatua de la Libertad va a concentrar todo el mensaje de la película. Entre ambos ejes, elementos narrativos y simbólicos, se va a mover esta propuesta.

Ya en su primer largometraje, ‘La infancia de un líder’, Brady Corbet nos anticipaba su querencia por construir tramas que funcionan como alegorías de ciertas situaciones históricas fuertemente ancladas en la realidad. Si en su debut relataba la infancia de una encarnación de Hitler que nunca existió para reflexionar sobre el origen y las formas del fascismo, y en ‘Vox Lux’ nos hablaba del precio de la fama en la actual sociedad de consumo, aquí de nuevo se inventa la vida de un personaje posible que sirva como espejo de todas las cuestiones que quiere tratar.

En ese sentido, podríamos comenzar diciendo que ‘The Brutalist’ es, ante todo, un concienzudo trabajo de demolición del llamado “sueño americano” que ha sostenido el mito sobre el desarrollo y la potencia de los Estados Unidos como gran egemon del mundo tras la Segunda Guerra Mundial. Los dardos de Brady Corbet disparará en, al menos, tres direcciones fundamentales.

Fotograma de ‘The Brutalist’, de Brady Corbet.

El primer mito que derrumba la cinta nos remite a los EE. UU. como “tierra de oportunidades”. Oportunidades se le brindan a László, pero estas van a estar llenas de condiciones. La primera de ellas será una radical exigencia de sumisión.

Si tomamos a sus personajes como personificación de ciertas ideas, Van Buren representará esa América esencial, sus raíces, mientras László simboliza a la Europa auxiliada tras la tragedia del fascismo, es decir, de sus propias miserias. Una Europa que no sale victoriosa de la confrontación bélica, sino que carga con una deuda con sus aparentes salvadores.

Van Buren no considera a László su igual, sino un vasallo. En una de las secuencias más significativas de la película, el rico empresario le lanza a László una moneda al suelo. Haciendo ostentación de su poder, no le pedirá que la recoja, le exige que se rebaje a modo de turbia humillación, marcando la diferencia entre el que da y el que necesita y, por lo tanto, se ve en la obligación de someterse. 

Una relación amo-siervo que se perpetúa todavía hoy en día en ciertos gestos políticos contemporáneos. Recordemos, así, el famoso “fuck the EU”, expresado por la secretaria de Estado y responsable de Estados Unidos para Europa, Victoria Nuland, con motivo de las protestas organizadas en 2014 contra el Gobierno ucraniano de Víktor Yanukóvich. La declaración no solo exponía los intereses de Estados Unidos en la región, mostraba el desprecio de los americanos hacia sus supuestos aliados continentales como meros interlocutores en la escena internacional.

Dos universos enfrentados (segundo de los ejes) por una diferente concepción del mundo y de la vida. A pesar de lo que ha sufrido, László sigue aspirando a ayudar a construir una sociedad que se rija por unas reglas racionales de respeto y la búsqueda de un posible bien común.

Fotograma de ‘The Brutalist’, de Brady Corbet.

En una de las muchas conversaciones que mantendrán entre ellos, Van Buren le pregunta a László por qué se hizo arquitecto, a lo que este le responde sosteniendo, a pesar de los muchos avatares que ha sufrido, una todavía viva admiración por aquello que sobrevive a los hombres particulares y se entregará como un regalo, un sacrificio a las generaciones futuras.

La lógica de Van Buren, sin embargo, se afianza en el mito del individuo hecho a sí mismo y una fuerte relación entre acción y beneficio inmediato que pronto entrará en colisión con su protegido. László representa todavía la posibilidad de un sueño de una sociedad unida por los valores humanos, Van Buren, el cinismo al que nos aboca la mera capitalización de la existencia. Tanto tienes, tanto vales.

Cuando Van Buren conoce a László (y este sería el tercer eje), se presenta como un hombre interesado en la cultura. Van Buren adula a su protegido, al que le agradece que le proporcione, entre tanta vulgaridad, una interesante conversación.

Pero, como iremos descubriendo, esto no solo es falso, sino que Van Buren desprecia profundamente todo lo que esa cultura representa y que percibe como una afrenta, como un espejo que le devuelve su profunda ignorancia, su falta de una verdadera mirada estética, expresando, como consecuencia de todo ello, su desdén.

Brady Corbet nos presenta, así, un nuevo duelo entre la idea abstracta de arte o artista como parte o esencia de una cierta concepción civilizatoria y otra puramente materialista y, por lo tanto, corrupta, de ver el mundo.

Fotograma de ‘The Brutalist’, de Brady Corbet.

Como en la reciente ‘Megalópolis’ de Francis Ford Coppola, Corbert hace un alegato (más sólido, más solvente) en favor de una visión más humanista de la vida, podríamos decir, frente al falso pragmatismo al que nos aboca la devoción por el capital.

A Van Buren no le bastará con derrotar esa mirada, tendrá que sojuzgarla, humillarla, poseerla para garantizar su propia razón. De nuevo, el elemento simbólico toma preferencia sobre lo meramente narrativo. Ahora bien, como dice uno de los personajes al final de la película, lo que importa es el destino, no el camino.

Y como también sucedía en la cinta de Coppola, ‘The Brutalist’ contiene una declaración de intenciones del propio director. Si el personaje de Cesar Catilina se puede entender como la personificación del propio Coppola, László también podría interpretarse como una imagen reflejo del mismo Brady Corbet.

Así, igual que László vuelca en sus diseños su alma y su intelecto, Corbet deja en cada plano de su película una impronta que supera los límites de la pantalla e inundará al espectador sensible. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto en una sala de cine. Corbet se reta a sí mismo en cada una de sus imágenes, tratando de superarse, de innovar, de sorprenderse a sí mismo, de jugar con nuestra mirada para deleitarse y deleitarnos.

No es casual, en ese sentido, la elección del tema y el personaje protagonista, más que una excusa para inspirar una cierta reflexión política, un vínculo para entregarse a un precioso coqueteo con los elementos que pone en escena para componer formas de una energía abrumadora. No es solo la historia, es la relación del hombre con un espacio particular.

Corbet se ha propuesto deslumbrar al espectador, abrumarlo, pero jugando con él, sorprendiéndolo. Para ello, va dejando pistas, pequeños señuelos, a fin de –cuando muestre finalmente– pillar al público atento y, al mismo tiempo, desprevenido. En esa intersección, aparece el asombro. Al fin, podemos ver y entonces reconocemos; nos reconocemos en el mensaje y en el sentido de las imágenes y la película. Maravillosa la escena de la biblioteca. Es solo un anticipo.

Como ‘La infancia de un líder’, ‘The Brutalist’ no es una obra perfecta. A pesar de su valor representativo, algunas soluciones dramáticas quedan un poco forzadas, pero eso no desluce en nada este trabajo monumental cuyas tres horas y media de duración se pasan con gran deleite.

Hay hambre en el cine de Brady Corbet y esa hambre se traslada a la platea, lo compartimos con él. Esperemos que no se acomode y trate de superarse a sí mismo. De lograrlo, estamos ante un director que tiene mucho que decir. Un autor que quizá nos ofrezca lo mejor de los dos mundos.