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‘En este lugar donde nada es mío’, de Álvaro Porras y Eduardo Barco
Jorge López Galería
Pare Jofré 26, València
Hasta el 16 de marzo de 2025
«El pasado no está muerto para mí; está eternamente encarnado en mi arte y en mi ser». Valga esta cita de Nabokov para sugerir la ineludible conexión que tenemos con nuestros orígenes. Sea cual fuere el sentimiento que la tierra natal nos despierta, es innegable la influencia que tienen nuestras raíces sobre nuestra identidad.
Sobre ello reflexionan los ciudadrealeños Álvaro Porras (1992) y Eduardo Barco (1970) en Jorge López Galería con la exposición ‘En este lugar donde nada es mío’. Una muestra compuesta por una serie de pinturas y esculturas que evocan una relación compleja con el paisaje y la construcción de pertenencia que de ello se deriva.
Una de las primeras revelaciones de la exposición se da al saber que su título fue inspirado por el poema ‘Maldito yo’, del también ciudadrealeño Dionisio Cañas (1949). En esta obra literaria el escritor manchego expresa una visión pesimista sobre sus orígenes, pero a la vez expone su anhelo de volver al inicio de sus días.
«En este lugar donde nada es mío, ni mi vida, ni mi muerte, en este tombo donde mis padres hicieron el amor, en este vientre de piedra […] hecho polvo, enamorado, piedra entre piedras […] Sólo quisiera recordar la noche de mi muerte porque volveré a donde estuve antes de nacer, porque volveré al Cero de mis días, a todo lo que no existió antes de este maldito Yo», reza el poema.
En la opinión de Álvaro de los Ángeles, autor del texto de la exposición, hay entre el poeta y los dos artistas «una similitud de acciones vitales y una mirada común ante el origen, la tierra, la construcción de un imaginario colectivo y lo previo a “todo lo que no existió antes de este maldito Yo”». Sin embargo, en los artistas –que como el poeta emigraron de su tierra– «no parece haber duelo, ni nostalgia por la pérdida, ni resignación ante lo previo o lo por venir».
Lo que sí se nota en las obras de Álvaro Porras y Eduardo Barco es la mirada penetrante a sus raíces, la contundencia de los gestos, la búsqueda de interpretar pictóricamente –cada uno a su manera– un paisaje tan puro como distante, la intención de capturar el silencio, los giros del viento, las olas de calor…, y la inevitable tensión entre recuerdos, pertenencia y otras experiencias vividas.
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«El paisaje de La Mancha –del sur de La Mancha, de Ciudad Real– es un yermo. Son campos que quedan abatidos sobre el paisaje largo, largo. Hay casi un vértigo de la taiga, un vértigo horizontal que a mí siempre me cautivó», nos cuenta Álvaro Porras, y complementa diciendo que «esa misma distancia es lo que te hace querer alejarte y, a la vez, es lo que perdura de alguna forma, porque ya desde dentro te sitúas alejándote, te sitúas hacia la distancia».
En la obra de Porras ahora expuesta en Jorge López Galería nos encontramos con esta misma perspectiva –ya sea horizontal o vertical– que nos atrae hacia la distancia. En su experimentación de concebir el espacio en el lienzo, Porras lo expande hasta que deje de ser un contenedor y se convierta en una ventana.
Eduardo Barco, a su vez, nos cuenta que se fue de Ciudad Real a los 17 años, desencantado, pero «después de estar en Holanda, cuando volví a Ciudad Real me encontré que era como Holanda: plano, plano. Eso sí, Holanda muy construida, sin embargo, La Mancha era real, había una sensación de pureza y de vacío de verdad».
«La Mancha queda ahí en medio de la nada, pero tiene unos paisajes abrumadores, tiene un vacío que impresiona, un silencio… Toda la vida renegando de este paisaje y resulta que es el que me gusta. Además, creo que sigue estando en mi obra, ese despojo, esa manera de ver las cosas muy sintética, que es lo que da La Mancha», añade.
En las pinturas y esculturas de Barco incluidas en la muestra, el artista juega con formas (aparentemente) sencillas, colores básicos y materiales variopintos para evocar elementos naturales, acontecimientos cotidianos, pensamientos y sentimientos. «¿Un recuerdo apenas recuperado entre la masa de memoria ya perdida de los lugares y las gentes que los habitaron?», inquiere Álvaro de los Ángeles sobre la obra del artista.
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La relación entre Porras –artista residente de la galería– y Barco –artista invitado– es formal y conceptual, refuerza el galerista Jorge López. La idea de ponerlos en diálogo partió de la intención de «seguir con la dinámica y las búsquedas que está haciendo la galería en esa investigación sobre la mirada de migrantes, sobre el salir de nuestra zona de confort y tener una especie de perspectiva sobre los orígenes, tanto los orígenes elegidos como los orígenes naturales».
La propuesta expresada por el galerista hace ecoar la noción de que nuestra identidad es construida mediante un proceso dinámico, idea bien descrita por el psiquiatra y filósofo franco-caribeño Frantz Fanon cuando dice: «No somos nada sino una historia continua de mezclas, de transformaciones, de encuentros».
‘En este lugar donde nada es mío’ es también una exposición sobre el encuentro, sobre las relaciones que nos forman y transforman. Lo evoca, antes de nada, el diálogo entre los dos artistas –cuya relación va más allá de sus obras y sus referencias pictóricas, ya que «las familias de ambos se conocían», según nos cuenta López, quien sugiere también la intención de promover un encuentro entre dos generaciones.
O, mejor dicho, tres generaciones, si tenemos en cuenta la relación entre las obras de Porras y Barco y el poema de Dionisio Cañas –un encuentro poético y conceptual interpretado con mucha sensibilidad por el crítico Álvaro de los Ángeles, «que es como el cuarto invitado de esta exposición», graceja Jorge López.
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Eduardo Barco subraya la potencia de esos vínculos al decir que «toda creación establece una relación entre dos cosas». Centrándose en la presente muestra, el artista señala «la relación entre lo que soy y lo que fui» o, dicho de otra forma, la dialéctica entre nuestros orígenes y la identidad que se construye a lo largo de nuestras vidas.
«Este trabajo formalista que hago al proponer un objeto con respecto a un fondo o a respecto a un u otro color es también como una metáfora de lo que soy yo con respecto a la vida o de la relación de mi obra con el espectador enfrente», añade Barco, revelando un carácter cuestionador que queda patente en la biografía de su web, cuando dice: «Pregunto qué es el espacio, cuál es el mío, dónde y de qué manera es la relación entre las cosas y cómo me relaciono con ellas. Todo parte desde la pintura y desde esos planos edifico».
Por su parte, Álvaro Porras nos recuerda que «no hay espacio de la representación inocente», como dijo José Luis Brea en un texto que escribió sobre Pepe Espaliú –obra que sirvió de referencia a Porras para indagar en la tensión que puede llegar a formarse entre el lenguaje y la realidad.
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«Yo vengo del grafiti letterista –comenta el artista– y me encontré como en una propuesta de cruzar las influencias directas que tenía del informalismo, cuando viví en Cuenca, con esta idea de escritura, y entendí que la única forma era expandir la letra, expandir el marco caligráfico, expandir el gesto».
«Mirar el cuadro como un expansor en sí mismo y la pintura como un campo expandido. Entonces hay un salto de la idea de escritura a la idea de lenguaje y me interesaba volver a entender la pintura desde ese modelo de escritura como un proceso de citación», agrega el artista.
A través de los trabajos reunidos en la exposición, Porras cita a Brea, a Espaliú y también a Julio Romero. «La tradición pictórica moderna española también se puede resignificar, entendiéndola a través de sus signos. Y viéndola así quizás la distancia entre Julio Romero y Espaliú no es tan grande, porque las dos obras tienen una subversión de la identidad muy marcada», remata Porras.
‘En este lugar donde nada es mío’ nos lleva «a un hermoso país al que la gente no le da la gana ir», como sentenció Camilo José Cela en ‘Viaje a La Alcarria’. Nos propone profundizarnos en el horizonte tan próximo como propio de nuestras raíces, nuestros orígenes y nuestra identidad.
«Al margen del título de la exposición, que unifica el trabajo de ambos artistas por la vía literaria e identitaria, un muro pintado de azul actúa de nexo o sutura entre diferencias», nos llama la atención Álvaro de los Ángeles, quien concluye: «Ese azul –ya fuera límpido cielo manchego, ya bien idealizado mar Mediterráneo– evoca los versos de Antonio Machado, los últimos que escribió antes de morir en Colliure: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Y, de alguna manera, cerraría un círculo originario, incluso primigenio, que se conformaría a partes desiguales entre miradas, memoria y pertenencia».
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