#MAKMAArte
‘Manolo Gil. Álbum’
Comisariado: Joan Ramón Escrivà
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Del 20 de febrero al 25 de mayo de 2025
Decía Antonio Machado que se canta lo que se pierde. Y, en el caso de Manolo Gil (València 1925-1957), tal vez debido a su prematura muerte con tan solo 32 años, la sensación de hallarse habitado por la premura del escaso tiempo vivido, le llevó efectivamente a cantar, es decir, a trasladar a su pintura lo perdido, paradójicamente, a causa de su brillante futuro cercenado.
Es como si Manolo Gil hubiera sentido la pérdida antes de que le hubiera llegado o, por decirlo de otra manera, como si el futuro que no tuvo comprimiera de tal forma su existencia que necesitó volcar en poco tiempo lo que se le acumulaba por dentro. Diríase que fue un artista que, contrariando la ley de Weber, que explica por qué el tiempo se acelera cuando nos hacemos mayores, aceleró en su joven pintura la que estaba por llegar.
De ahí la oportuna cita recogida en la exposición ‘Manolo Gil. Álbum’, comisariada por Joan Ramón Escrivà y que permanecerá en el IVAM hasta el 25 de mayo, en la que el propio artista señala: “El arte es un continuo riesgo, un riesgo mortal y además un riesgo necesario. No se puede pintar, escribir, esculpir, etcétera, sin tener la conciencia de que está uno arriesgando la vida. De esta conciencia nace precisamente el arte”.
¿Es exagerada esa relación del arte como manifestación del riesgo que uno afronta al crear, hasta el punto de jugarse la vida? No, desde luego, en el caso de Manolo Gil y de quienes, como él, entienden el arte como una forma de asomarse al abismo de la existencia; existencia, por otra parte, tan solo segura y amable para cuantos ingenuamente piensan que el mundo está hecho a nuestra medida.
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En este sentido, el poeta José Hierro ya apuntó algo que está en sintonía con el proceso creativo de Manolo Gil, cuando dijo que el “descubrimiento del mundo” que realiza un artista, pugnando por la renovación de las formas expresivas, en el fondo linda con el recuerdo de la vida “antes de que se haya disuelto en el tiempo”. El tiempo del que careció Gil y que ahora el IVAM recupera mostrando una serie de materiales extraídos de su álbum más íntimo y familiar.
Un álbum confeccionado por Jacinta Gil, también artista y viuda de Manolo Gil, en el que Escrivà ha hurgado para seleccionar los materiales, entre dibujos y otros documentos, que han sido puestos en relación con algunas de sus pinturas más representativas pertenecientes a la colección del IVAM, a modo de radiografía de las diferentes etapas de la carrera del pintor valenciano.
“Es un álbum”, subrayó el comisario, que funciona como “un depositario de recuerdos que los activa y en el que no hay fotografías, sino que reúne su trayectoria a través de documentos y dibujos”, resaltando Escrivà “la importancia del dibujo en su obra”. Dibujos en los que se puede percibir la idea que el propio Gil tenía de la presencia humana: “De la figura me interesa lo que está más allá de su presencia física”.
Esta búsqueda de lo que excede a la presencia, en una especie de suprematismo vinculado a la idea de Malévich de liberar al arte del lastre de lo representativo, es lo que llevaría al artista, a partir de su encuentro con el escultor vasco Jorge Oteiza, a proclamar su anhelo de hallar un lenguaje próximo a lo que denominó la “pintura absoluta”.
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En palabras de Escrivà, lo que buscaba Manolo Gil con esa pintura absoluta era “investigar la pintura no como representación, sino como un ser vivo en sí”. “No le gustaba hablar de arte figurativo, porque, para él, incluso lo figurativo era abstracto”. De ahí su tendencia a ir más allá de la presencia, que dificultaba, en este sentido, el encuentro con la pureza.
De hecho, en uno de los documentos expuestos y extraídos de su álbum, es el propio Manolo Gil quien así lo expresa: “Aunque realmente sea el análisis, es decir, el amor a la pureza, lo que debe practicarse, en esta máquina universal que se está forjando, me temo que no va a tener cabida”.
Esa máquina universal, de la que el artista habla en los años 50 del pasado siglo, es ahora una máquina todavía más potente que daría aún más sentido a lo que proclamó Gil en las navidades de 1956: “Ahora necesito pintar y salvarme”.
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‘Manolo Gil. Álbum’ muestra lo que Sonia Martínez, directora adjunta del IVAM, entiende como “el legado y trascendencia artística” de un artista que “continúa siendo insuficientemente conocido”. Aun así, como se recoge en recortes de periódicos de la época guardados en su álbum, su singularidad pictórica ya era fácilmente atisbada.
Así, leemos en el periódico Levante de Valéncia: “Su arte es ascético y premeditado, aunque por una sublimación que es signo inequívoco de todo arte auténtico, el resultado sea gozoso sedante”, recogiéndose esto otro en el Diario Jornada: “Otro valor principal es la coloración: acordes vibrantes dispuestos con un esencial sentido armónico. Los tonos animan, acentúan y relacionan esta vasta y compleja pintura”.
Por último, ahora en La Gaceta del Norte de Bilbao, se dice: “Ya hemos descrito los fundamentos plásticos de la obra: dibujo perfecto, limpio, desnudamente esquemático y una poética intelectualización de las formas jugadas siempre en función de un ponderado equilibrio”.
Mediante todo ese juego de palabras, más o menos acertadas -lo de “gozoso sedante” no puede estar más en las antípodas de la hiperestésica obra de Manolo Gil-, emerge el impulso del artista por ir más allá de lo evidente. De ahí que su exposición se proponga como antesala, subrayó Escrivà, de la muestra ‘Atreverse a más’ que revisitará el arte valenciano entre 1947 y 1960 y que podrá verse en el IVAM a finales de este año.
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