#MAKMAArte
Exposición ‘Cabeza de río’
Víctor González
Galería Vangar
Pedro III el Grande, 22
Hasta el 30 de abril de 2025
Víctor González (Jerez de la Frontera, 1996) nos invita a adentrarnos en su subconsciente a través de la exposición inaugurada el pasado 14 de febrero y abierta hasta el 30 de abril de 2025 en la galería Vangar. Su obra genera un diálogo entre los procesos creativos que recorre y cómo estos se expanden en la experiencia interna del propio público.
«El arte es un juego muy serio, tienes tus intenciones y propones cosas, pero el proceso creativo tiene sus tiempos y sus reglas, y hay que abrazarlo» afirma el artista. Y es que la pintura no es solo visual, es un proceso sensorial. Se pincelan experiencias y emociones que, gota a gota, configuran una imagen que el espectador hace suya. Fluyen, inspiran, pasan y hasta traspasan la retina para deslizarse por las mejillas.
En Cabeza de río, título de su exposición, el artista reinterpreta elementos de su entorno trascendiendo la obra tradicional y combinando diferentes técnicas y soportes: pinturas de gran formato, collages y piezas que conforman la instalación. Estos recursos le permiten expresar aquello que la pintura, por sí sola, no alcanza. Porque el arte no se trata de limitar, sino de crear, descubrir y transgredirse para hacerlo.

El título que unifica la muestra posee una fuerza poética que Lorca supo transmitir en Poeta en Nueva York y que, según el propio artista, representa “un camino donde se piensa de manera intuitiva, arrastrando diferentes conceptos e ideas.” Esta sensación se refuerza con el texto curatorial que acompaña la exposición, escrito por Diego Delas.
Ecos de posibilidades componen Limbo, un cuadro-ventana que abre la mirada a paisajes oníricos y actúa como puerta de entrada al resto de la obra. Conversando con el artista, descubrimos qué le inspira, cómo enfrenta el vacío del lienzo y de dónde surge su afán por la combinación de diversas técnicas, entre otros pensamientos.
¿Cómo surge la idea de esta exposición?
La verdad es que esta exposición ha sido consecuencia de mi proceso de trabajo en el estudio, casi una prolongación de investigaciones que han ido surgiendo durante el proceso pictórico y de caminos que se han ido abriendo. Al final, ha sido un ejercicio de ordenar ideas, formas y procesos que estaban ligados con la pintura durante mi proceso.
Aunque estoy en el territorio de la pintura, suceden más cosas además de pintar. Se trata de ordenar ese diálogo entre diferentes procesos que están abiertos mientras pinto: los collages, recortes, las piezas compositivas de la instalación son una especie de pseudomaqueta que remite al paisaje y a las estructuras internas que componen los cuadros y el proceso.

El título Cabeza de Río proviene de un poema de Lorca y, según he sabido, la obra se fue construyendo a medida que avanzabas en su creación. ¿Cómo fue ese proceso?
La verdad es que no he querido poner sobre la mesa la referencia de Poeta en Nueva York de Lorca, porque lo que me interesaba era la imagen poética de Cabeza de Río. Me servía como disparadero, como una imagen improbable que no puedes construir en tu mente. Al final, lo que se construyen son más bien sensaciones: una cabeza como objeto pensante, y el río como algo que fluye y arrastra muchas cosas.
Un camino donde se piensa de manera intuitiva, arrastrando diferentes conceptos e ideas. En este sentido, Diego Delas lo ha expresado muy bien en el texto expositivo de la muestra: sugiere el origen lorquiano del título desde una perspectiva poética, hablando, por ejemplo, de la pintura como disfraz o vals, imágenes que también aparecen en el poema.
Es una manera muy original de plantear una exposición. Las personas tendemos a buscar la racionalidad y entender exactamente qué vamos a ver.
Yo quería huir de un texto crítico que definiera la obra y la encasillara. Tengo muchos amigos escritores y quería que el texto fuera un territorio igual de autónomo que la pintura. Quería que el texto provocara sensaciones, no que diera respuestas.
¿Eres de los artistas que planifican cada obra con detalle antes de iniciarla, o te dejas llevar por un proceso más intuitivo y espontáneo?
Siempre hay que acotar un poco. En mi caso, recurro a estructuras o ciertas coordenadas que pueden aludir a geometrías o arquitecturas. Pero, una vez planteadas esas coordenadas, todo lo demás es bastante intuitivo: una búsqueda de las pulsiones de la pintura y de mi temperamento respecto al cuadro. Es una relación con la pintura, mis recuerdos y mi background.
A veces son subconscientes y a las que recurres intuitivamente. Es un camino muy fluido. En ocasiones, te das cuenta de lo que has hecho solo cuando ya ha sucedido. Planteo una estructura que puede venir de algo que he visto, una fotografía que he hecho o una anotación, y eso lo paso al cuadro, pero, una vez que lo propongo, el cuadro dicta sus propias reglas.
Me ha parecido muy interesante lo que has dicho sobre que el cuadro dicta sus propias reglas y la importancia de dejarse fluir.
Creo que el arte es un juego muy serio. Tienes tus intenciones y propones cosas, pero el proceso creativo tiene sus tiempos, sus reglas, y hay que abrazarlo. Si intentas forzarlo, las cosas no salen. Yo estoy en ese camino.
¿Qué esperas que el público experimente o reflexione al recorrer Cabeza de Río?
Es una propuesta que visibiliza procesos que ocurren en el estudio, más allá de la acción de pintar. Quería trasladar esos procesos y ese ambiente a la exposición. Por otro lado, todas esas imágenes, o el origen de los cuadros, tienen una carga subconsciente propia bastante importante. Es como un hilo invisible: desde mi subconsciente propongo imágenes que después el espectador, al enfrentarse a la obra, reconstruye con su propio subconsciente.
Hay pistas de cosas que parecen ser algo, pero realmente no hay una definición clara. Es en ese terreno donde el espectador construye su realidad o su imagen. Al final, todo se construye en función de la memoria y, en este caso, cuando alguien se enfrenta a un cuadro o una pieza, siempre trata de atar cabos y construir algo que reconozca. Cada persona saca sus propias conclusiones.
Soy consciente de que en mis cuadros hay una inclinación, hacia algo espiritual, totémico, un espacio-tiempo indefinido. Es casi como un regusto.

¿Ese carácter casi onírico surge por voluntad propia? ¿Es fruto de un interés personal?
Ahí está mi background personal. De pequeño antes de visitar un museo quizás visitara una iglesia, casi que al primer arte que nos enfrentamos es al religioso. Es una parte importante de mi memoria visual como otros elementos que componen mi contexto.
La obra Limbo abre la exposición y se presenta como una ventana y una visión. ¿Por qué decidiste iniciar el recorrido con ella? ¿Qué significado tiene dentro del conjunto de la muestra?
Realmente, es la pieza principal o la que capta nuestra atención. Me inclino hacia la exploración del «cuadro-ventana». Funciona como una antesala, una arquitectura que enfoca a otro paisaje. Esa estructura externa se relaciona con las coordenadas y el orden del que hablaba antes: te permite enfocarte en una posibilidad de paisaje que lleva a otras cosas. Es una imagen que solo es posible a través de la pintura. Tiene esa invitación a entrar y, además, su colocación refuerza esa intención: está apoyada sobre dos bloques, sin tocar el suelo. Así, genera otras atenciones en el espectador y potencia otras lecturas.
¿Cuál es tu principal fuente de inspiración? ¿Existen elementos recurrentes que siempre te llevan a la creación?
Me baso mucho en el paisaje, ya sea rural o urbano, en objetos de diseño, patrones ornamentales ligados a la artesanía, pinturas e imágenes arquitectónicas de la tradición pictórica. Mi posición es la de estar atento a encuentros o enamoramientos con cosas presentes en mi día a día. Puede ser una pintura, un edificio que me guste o algo que lea y me genere una sensación que luego quiero trasladar a una pieza o a un título. Me relaciono con mi entorno, y en ese entorno encuentro cosas que me interesan y que después evolucionan en mi obra.
Eres un artista que combina diversas técnicas en sus obras. ¿Cómo surgió en ti la necesidad de mezclar distintos medios y materiales?
Cuando paraba de pintar o buscaba refrescar la cabeza y desconectar, recurría a hacer recortes. Al principio, simplemente los clavaba en la pared o en un tablero, como una especie de cuaderno de bitácora. Con el tiempo, me di cuenta de que esas formas y recortes tenían potencial y hablaban de pintura. Así fue como formalicé esas piezas.
Recientemente fuiste finalista del Premio BMW de Pintura 2024. Primeramente, enhorabuena. ¿Cómo viviste esa experiencia? ¿Crees que este reconocimiento ha ampliado la visibilidad de tu trabajo?
Muchas gracias. Al fin y al cabo, es un premio muy importante, con eco internacional, y es una alegría estar allí.
¿Percibes diferencias culturales en la manera en que el arte es concebido en los distintos países donde has trabajado?
Eso se ve muy claro cuando viajas, por ejemplo, a Londres o París. El mercado es mucho más grande y existe una mayor conciencia sobre el valor de adquirir obras de arte y apoyar a los artistas. En España también existe, pero no al mismo nivel, creo.
¿Quiénes son tus principales referentes? ¿Has incorporado nuevas influencias con el tiempo?
Tengo muchísimos referentes, de terrenos muy diversos, y los he ido descubriendo a posteriori. Por ejemplo, en pintura, Georgia O’Keeffe, Guillermo Pérez Villalta, Piero della Francesca o Brancusi, sobre todo a nivel estructural. Me interesa cómo confluyen en lo totémico o primitivo.
En otros ámbitos, la música también me inspira: Kiko Veneno o Camarón, por ejemplo. Cuando los escuchas hablar del proceso creativo, te das cuenta de que todo está en la misma frecuencia, aunque sean disciplinas diferentes.
¿En qué proyectos futuros estás trabajando?
En este momento me encuentro preparando una exposición que tengo prevista para final de año en Barcelona y varias ferias a nivel nacional e internacional.