The Orange Humble Band
Depressing beauty
2015
Citadel Records
Tres lustros después han vuelto y lo raro (en este caso concreto) es que hubiesen decepcionado. Digo esto porque hay bandas o artistas en el mundo de la música que son un valor seguro, que se percibe por parte de una suficiente minoría que sus álbumes son por amor al arte, dosificándose en el tiempo a su antojo. En definitiva, que para hacer algo mediocre esta gente se queda en su casa o se dedica a otros menesteres.
Y sí, tal y como sucedió tras su fantástico primer surtido de cremas o con el “Humblin’ (across America)”, extraordinario segundo álbum de estos maestros artesanos, escuchar la música de los humildes anaranjados es un método contrastado e infalible para evitar resfriados y para regenerar neuronas deterioradas por la inevitable evolución de la vida. Cualquier reputado galeno y muy especialmente los más prestigiosos psicoterapeutas deberían recomendar la música de la Orange Humble Band.
“Depressing beauty” se ha convertido, pues, en el tercer larga duración de esta especie de superbanda encabezada por el australiano Darryl Mather (en cuyo currículum personal figura su pertenencia a Someloves o Lime Spiders), quien vuelve a aparcar levemente sus labores como agente de jugadores de rugby para unirse otra vez a ilustres orfebres americanos, concretamente Ken Stringfellow y Jon Auer de los Posies, Jody Stephens (el que fuera mítico batería de Big Star) o Mitch Easter en el tema de las mezclas y de la producción (conocido principalmente por esas labores con los primeros R.E.M. o con Pavement) así como, entre otros, la destacable incorporación de toda una institución powerpopera como es Dwight Twilley.
En toda esta vibrante rodajilla sónica editada por Citadel Records se percibe un ensalzable perfeccionismo donde por encima de todo hay eso, una triste belleza, heredera directa del “Radio city” de la Gran Estrella. Buen ejemplo de ello podría ser comenzar con “You close your eyes”.
Por su parte “Conversations with myself” posee una profunda armonía angustiosa. Raro, muy raro (que los hay, todos conocemos y no son pocos) sería el oyente de turno que renegara de su magia. Ídem de lo mismo se podría decir de “Once my precious you”, de “Upon Cindy’s will”, de “Ain’t tougher than me”, con inspiración neoyorkina en una especie de homenaje a Lou Reed, y de “The girl without a name” o “With the universe in my hand” con esos impecables arreglos melódicos de cuerda.
Los coros y estribillos de “Sowannadoit”, de “Our beautiful selves”, de “Oughta feel ashamed” o de “No one cares about me” (probablemente mi preferida del disco), así como los adornos de viento en “If that’s what you want” siguen la esencia de los temas más pegajosos (en el buen sentido de la palabra) de esta banda, de esas canciones que incluso se disfrutan más si estás mascando un chicle de eucalipto.
De sobras es conocido por mis íntimos (y por los que no son tanto) mi devoción por el maestro orfebre Ken Stringfellow como vocalista pero hay que reconocer que Jon Auer borda una preciosa balada como “Emma Amanda”.
Por último subrayar que concluir un discazo de esta categoría con “Something goin’ on” es un auténtico lujo para los pabellones auditivos, crème de la crème, de esas coplas que no pasarán de moda y a las que hay que estar agradecidos, sí o sí.
Hacen falta más cítricos como estos en el mundo de la música ante tanto producto mediocre, cansino o insípido porque la vida es como esos frutos, a veces agria y a veces dulce. Si otros artistas del mundo del rock no se ponen las pilas para hacer mejores discos parece muy claro que «Depressing beauty» acabará ubicándose entre los veinte elegidos de esta añada, al menos del que suscribe.
JJ Mestre
* Publicado artículo también en el siguiente enlace del Espacio Woody/Jagger