El escritor turco Orhan Pamuk defendía recientemente un concepto humano del museo como espacio donde se hable de los individuos, olvidados entre los grandes escaparates de las civilizaciones y los pueblos. En su manifiesto, Pamuk subraya la riqueza de la experiencia individual como expresión narrativa de la sociedad. En este sentido, cada vez hay más propuestas que analizan la interactuación de los espectadores en los museos y su sentido dentro de los discursos.
Nos hacemos eco de la reciente presentación del libro Relatos para museos. Museos para relatos. Narración digital y museos científicos inclusivos: un proyecto europeo.
La publicación revisa cómo hacemos llegar el mensaje del museo a los públicos y tiene como finalidad abrir nuevas formulas para interactuar con colectivos que nunca antes habían tomado parte en las actividades de estos centros. La base fundamental se apoya en los trabajos participativos con medios sociales y su resultado, como comprobamos al leer el libro, desarrolla un consenso sobre los valores en común y el sentido de la democratización del museo en la actualidad. La edición es fruto del proyecto Dialoguing Museums for a New Cultural Democracy (DIAMOND), formado por un equipo de profesionales de los museos de ciencias europeos, principalmente de Italia y Rumanía, y con la única representación española del Museo de Ciencias Naturales de Valencia. Su directora, la museóloga Margarita Belinchón, nos abre las puertas de todo el proceso para conocer mejor el contenido de la publicación, que se acompaña de un CD con las grabaciones de los testimonios en los tres países.
Pregunta: Después de este proyecto ¿has descubierto que el museo todavía es muy selectivo?
Margarita Berlinchón: Efectivamente, los museos siguen siendo selectivos. Nosotros procuramos que lo sean cada vez menos. Procuramos hacer el Museo accesible a colectivos de personas que hasta ahora no se podían plantear ir a un museo por limitaciones físicas o de cualquier otra índole. Nuestro objetivo es eliminar las barreras que impiden acercarse a los museos sin ningún tipo de cortapisas. Y no hablo sólo de barreras físicas, también se trata de eliminar las barreras intelectuales, que son más sutiles, pero que impiden que el gozo del conocimiento pueda llegar a la mayoría de los potenciales usuarios.
P: Decía el antropólogo y lingüista Gregory Batenson que “los seres humanos piensan mediante historias… incluso sueñan historias”. Todo organismo o sistema, es el resultado de una. “Desde las nuestras personales, hasta aquellas pertenecientes a los bosques de secuoyas o anémonas de mar” ¿Son los museos de ciencias los mejores lugares para contarlas?
M.B.: Claro que sí. De hecho, todos los Museos narran historias, que en este caso, es la Historia Evolutiva. La Tierra y los seres vivos que hoy la habitan son el resultado de miles de millones de años de cambios, extinciones y surgimiento de nuevas especies, en definitiva, la Historia de la Vida.
P: El grupo mayoritario con el que habéis trabajado se compone de ciudadanos en riesgo de exclusión social. Contar historias personales, además de alimentar los archivos, ¿funciona para sentirse parte de un museo? Es decir, ¿la narración digital es una buena herramienta de inclusión y de acceso a la cultura?
M.B.: Es una interacción. De hecho, la mayor parte de las historias no son triviales. Hablan de formas de vida, de fragmentos de biografía que son útiles para el mejor conocimiento de la sociedad. Vemos como la transversalidad tiene fiel reflejo en este tipo de actuaciones en que la etnografía, la sociología y, sobre todo, el conocimiento empírico, además del registro documental de la experiencia, forman parte del patrimonio inmaterial, que es preciso preservar, como también recoge, incluso, la legislación vigente. Los usuarios disfrutan de la experiencia. Nosotros hacemos con su memoria un archivo de conocimiento, que en muchos casos, puede perderse para siempre en el caso de que estas personas desaparezcan.
P: ¿Qué experiencias con los diferentes participantes del proyecto destacarías? Creo que no es la primera vez que has trabajado personalmente con grupos de exclusión.
M.B.: Todas las experiencias han sido muy gratificantes. Hemos trabajado con colectivos muy dispares, como jóvenes reclusos en el centro Penitenciario de Picassent, con usuarios del Área de Salud Mental de los Hospitales públicos, con enfermos terminales, con niños hospitalizados con problemas oncológicos, y últimamente, con personas mayores de una residencia.
Desde siempre hemos realizado talleres en el Museo, a petición de los usuarios, en que poníamos a su alcance materiales reales para que pudieran ser tocados, observados de cerca y manipulados. Nos dimos cuenta de que transportar los materiales que usábamos en estos talleres era fácil si encontrábamos un contenedor adecuado. De ahí surgieron las maletas didácticas del Museo, una especie de Museo ambulante que llegaba a los colectivos que no pudieran venir al Museo y lo solicitaban. Cada experiencia, lógicamente, tiene un protocolo distinto, pero en todas ellas hemos conseguido despertar el interés provocando la curiosidad y el entusiasmo por el descubrimiento. Es realmente espectacular descubrir, por ejemplo, cómo es el ojo de un insecto a través de un microscopio o tocar un hueso real de dinosaurio. Desde ahí se llega al deseo de saber más. Eso es la base de la investigación científica.
P: Por lo que describe el libro, el resultado de la investigación ha derivado en una especie de intercambio de buenas prácticas entre los educadores y responsables técnicos de los museos integrantes en el proyecto. Después de esta experiencia, ¿qué medidas iniciareis para mejorar la relación de vuestros museos con la ciudadanía?
M.B.: Creemos que es preciso diseñar un discurso expositivo imaginativo, incluso divertido, con un lenguaje accesible y visual que resulte muy atractivo, con espacios reales de interacción entre el usuario y el Museo. Un museo científico tiene que hacer de correa de transmisión desde los espacios en que se crea el conocimiento (centros de investigación) y los ciudadanos que costean con sus impuestos la labor de los investigadores.
P: Llegados a este punto, la pregunta sería ¿y ahora qué…? Cuál es el siguiente paso del trabajo. ¿Será aplicado a otros museos y otras ciudades?
M.B.: Pues, como siempre, depende del interés que este tipo de actuación suscite en las instituciones, y de que se articulen los mecanismos, tanto de personal especializado como de presupuesto para llevarlo a cabo. En este caso, hemos trabajado con un presupuesto muy escaso, pero eso se ha compensado con la gran calidad profesional de los realizadores. De hecho, la mayor parte del éxito del proyecto ha sido gracias a la competencia de Sandra Illobre, especialista en Museología científica y Didáctica de la Ciencia.
P: Pamuk afirma que “el futuro de los museos está dentro de nuestras casas”.
M.B.: Lo suscribo totalmente. En nuestras casas es donde se desarrolla la mayor parte de nuestra biografía. La base de nuestra historia está en la vida cotidiana, con hechos que casi nunca pasan a los libros, pero que son los que conforman la esencia de la sociedad. Es verdad aquella máxima de que “somos lo que somos porque fuimos quienes fuimos”. Si perdemos la memoria, perdemos, no sólo la identidad, sino la perspectiva de futuro. No podemos adelantar sin mirar el retrovisor.
Maite Ibáñez
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La publicación puede consultarse públicamente y descargarse de forma gratuita a través del enlace:
http://www.diamondmuseums.eu/downloads/Handbook-Spanish.pdf
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