Utopian Tattoo Tribe
Charles Huurman
La primera vez que dibujó sobre piel humana fue hace apenas siete años y porque se lo pidió un amigo que sabía de su afición a pintar al óleo. Se hizo él mismo las agujas y, del resultado, prefiere ni acordarse. Ahora Charles Huurman (Madrid, 1984) está reconocido internacionalmente como el padre del ‘hiperrealismo abstracto’ y su nombre figura en la exclusiva lista de los mejores tatuadores del mundo. Su secreto: su profundo conocimiento, tanto teórico como práctico, sobre cómo ilustrar un cuerpo humano.
“En muy poco tiempo se ha producido una revolución en el mundo del tattoo a todos los niveles, pero sobre todo en el de la formación. Yo he viajado por todo el mundo para trabajar en salones con gente a la que admiraba para aprender su técnica y explicarles la mía. Así he ido depurando mi manera de trabajar hasta encontrar un estilo propio, el hiperrealismo abstracto”, explica.
El ‘hiperrealismo abstracto’ puede parecerlo, pero no es una contradicción. Huurman parte de un motivo central realista -por ejemplo, un rostro- y luego va añadiendo elementos abstractos (aquí influye desde el color a la composición) hasta que logra unos dibujos que se caracterizan por los fuertes contrastes y que hacen olvidar que, en el fondo, el origen del dibujo son simples líneas negras bien marcadas.
Modelo americano
En los últimos años, Kilkenny (Irlanda) ha sido su base de operaciones. Ahora Utopian Tattoo Tribe, su salón, tendrá una sede permanente en Valencia. Su equipo está compuesto por algunos de los mejores del mundo: Jaime Tud (el tatuador oficial del ex campeón del mundo de boxeo Manny Paquiao), Jade García (una leyenda de la Old School), Caro Blackswan (experta en el nuevo estilo acuarelas), el polaco Kuba (uno de los mas reconocidos en geometría) o Pincho, uno de los piercers y modificadores corporales más reconocidos de España.
El funcionamiento es muy similar al de los grandes salones americanos y que consiste en combinar el trabajo de un equipo estable con la presencia de tatuadores invitados que van rodando por el mundo. Y nada de colas: hay que pedir hora y las esperas pueden ser de meses.
El tatuaje llega a los museos
Igual que ocurrió con los graffitis, que pasaron de arte urbano a arte sin apellidos cuando alguien decidió que había llegado la hora de abrir las puertas de los museos a gente como Keith Haring o Banksy, cada día que pasa es uno menos que queda para que artistas como Dmitriy Samohin, Nikko Hurtado, Shige, Emily Rose Murray, AD Pancho, Timur Lysenko o el propio Huurman vean sus trabajos colgados en pared y reconocidos por eso que se conoce como ‘la academia’.
De hecho, los primeros pasos ya se están dando. Un ejemplo es la muestra Tatoueurs tatoués (Tatuadores tatuados), un repaso antropológico sobre la larga historia de la ilustración sobre la piel, que cerró sus puertas la semana pasada en el Muséé du Quai Branly de Paris. La muestra ha sido la más visitada desde que el centro abrió sus puertas en 2006 y está en el top ten de las que más público ha recibido este año en la capital francesa.
Los tiempos están cambiando
Todo en el mundo del tatuaje está cambiado. Lo que antes era patrimonio de grupos marginales se ha extendido ya a toda la sociedad. ¿Es una moda con los días contados? “No”, asegura Huurman, “es un error ver esto como un boom, lo que está pasando es una vuelta a la normalidad. Los tatuajes están en todas las culturas de los cinco continentes y han cumplido distintos papeles: desde marcar a los esclavos hasta identificar la pertenencia a un grupo, han tenido un significado religioso o eran simple ornamentación como las joyas y el maquillaje. Es un universo muy complejo, pero lo raro es no tatuarse”, explica.
No habla con la pasión de quien quiere justificar su condición de hombre ilustrado, como cantaba Johnny Winter, porque lleva el cuerpo tatuado. Lo hace con la Historia de su lado. “El Levítico, que forma parte de la Tora, prohíbe a los judíos tatuarse precisamente para distinguirse de todos los demás grupos sociales. Esta prohibición se repite en las llamadas religiones del libro, y por eso desaparece en algunos lugares del mundo, como en Europa, pero en el resto del planeta la gente ha seguido decorando su cuerpo desde siempre”.
“En un mundo cada vez más globalizado”, añade, “es normal que el tatuaje recupere el espacio perdido, como era normal que en ciertas épocas sólo los marinos y los militares -porque viajaban a lugares donde aún se mantenía la tradición- se tatuaran”.
A lo cambios sociales, Huurman añade otros dos aspectos. El primero, el técnico. “Antes un tatuador se hacía sus agujas y utilizaban una, ahora hay aparatos diseñados por ingenieros que permiten emplear hasta nueve y con características muy diferentes: las clásicas, de tenedor, de tubo…”, explica. La posibilidad de combinarlas es lo que ha permitido a los tatuadores gozar de unas posibilidades impensables hace pocos años.
Pero este desarrollo técnico, en los círculos en los que se mueve Huurman, ha ido acompañado de una investigación mucho más académica. “Ahora nuestra referencia es la pintura, si se hace sobre un lienzo se puede hacer sobre la piel, pero sin perder de vista las características propias del arte de tatuar”, señala. Estas vienen, en su mayoría, del tatuaje japonés que es al dibujo en la piel lo que la gramática a la escritura.
Por último, están los clientes. “Ya no se trata de llevar un tatuaje, ahora la gente quiere uno que sea único, que dure, que se adapte a su cuerpo… Existe incluso lo que se conoce como collectors, gente que viaja por el mundo para que determinados artistas a los que admira plasmen un dibujo sobre su piel y que cuando se quitan la ropa son como auténticas galerías de arte humanas”, añade. Muchos de esos son los que tienen un trozo de cuerpo reservado para, algún día, lucir un Huurman.
J. Ruiz
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