Un ataúd en el Purgatori
Centro del Carmen
C / Museo, 2. Valencia
Hasta el 24 de enero de 2016
Un ataúd preside la exposición del Centro del Carmen. Y alrededor de él, 12 videos van escupiendo imágenes de algunas de las acciones llevadas a cabo por El Purgatori durante los años 90. Entre ellas, la sonada intervención en las naves de Cross para oponerse a su demolición; el vía crucis con una gran M a la espalda criticando a MacDonalds, o la autocrítica contenida en ‘El gran circo del arte’. Así las gastaban una veintena de artistas valencianos que en 1991 se aglutinó en la vivienda, estudio, galería y local underground de Ulises Pistolo en la Plaza del Ángel. Artistas con ganas de mostrar su obra, agitar la cultura y saltarse las normas básicas del mercado del arte.
La exposición Un atáud en el Purgatori viene a recordar aquel movimiento artístico desenfrenado en el que “nadie se cortaba a la hora de expresarse”, coinciden Oscar Mora, Juan Domingo y el propio Pistolo, como representantes de aquel colectivo, y Salvia Ferrer, comisaria de la muestra y autora del documental que repasa su historia. “Son acciones potentes y rabiosamente actuales”, señala Ferrer. “Nuestras apariciones molestaban”, sostiene Pistolo, quien subraya la importancia que supuso moverse en la transición de lo analógico a lo digital.
La muestra ofrece un recorrido video gráfico en torno a ese espíritu libertario. Sus primeras actividades, de carácter místico, se sustentaban en cierto “pensamiento mágico” ligado a ese ataúd símbolo del grupo. Hubo luego un segundo Purgatori en la sala cedida en 1996 por el abogado Paco Ruiz en la calle Salvador. Del espíritu místico se pasó a otro más inclinado a la pluralidad de acciones críticas, ya sea contra la religión, la moda, la corrección política o el materialismo del mercado. Cientos de billetes de 2.000, 5.000 y 10.000 pesetas, encontrados en una bolsa fuera del Banco de España en Granada, aparecen troceados en finas tiras como parte de una instalación iluminada. Es una más de las múltiples manifestaciones de su irreverente forma de entender el arte.
“El mundo del arte nos veía como unos intrusos. Frente al modo muy cerrado de actuar de las galerías, nosotros apostábamos por lo interdisciplinar”, destaca Pistolo, cuyo solo nombre asociado al de Purgatori, además de las pintas de los artistas, provocaba cierto miedo: “Nos veían como marginales”, apostilla. Aún así, lograron introducirse en las instituciones oficiales y tener su lugar en ARCO, al lado de otras propuestas alternativas e independientes. Juan Domingo afirma que ésta puede ser una de las razones por las que se disolvió el colectivo en 2001. “Algunos no veían con buenos ojos que participáramos en esos espacios públicos”. También influyeron cuestiones de tipo más personal.
Salvia Ferrer insiste en poner en valor el trabajo de Purgatori, por el que pasaron artistas como Chema López, Xavier Monsalvatge, Bartolomé Ferrando, Carlos Mallol, Isbel Meseguer o Inma Picó. “Los propios artistas se unieron para gestionar su propia obra”, dice. Y lamenta que toda esa “fuerza y mensaje tan interesante” no haya tenido continuación: “Ahora el sistema cultural valenciano es más pasivo”. Óscar Mora atribuye el fin de Purgatori a que la gente se volvió “más individualista”, aunque apunta cierta “vuelta a los espacios colectivos”. Entonces llegaban a hacer cuatro exposiciones al mes, con las 2.000 pesetas mensuales que ponía cada artista: “El volumen de trabajo era enorme”.
Para Ferrer, aquello cuajó por la “necesidad tan potente que tenían de expresarse”, favorecida por las condiciones de “absoluta libertad” que ofrecía Purgatori. Libertad basada en la “desacralización de cualquier objeto”, que descontextualizaban para “romper su imagen y darle otro uso”. Como el ataúd: “En el fondo, son cuatro tablas de madera”. Tablas a las que siguen aferrándose como muestra del poder que tiene el arte libre de ataduras. “Ahora creo que hay cierta autocensura”, concluye Domingo.
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Salva Torres
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