Langosta (The Lobster), de Yorgos Lanthimos
Reparto: Colin Farrell, Rachel Weisz, Jessica Barden, Olivia Colman, Léa Seydoux, JohnC. Reilly
Recién estrena en cines
Luis Cernuda, en el inicio de su poema Donde habite el amor, narra la creación del amor como “ya sabéis, los hombres un día sintieron frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor”.
Para el poeta, el sentimiento amoroso nace para aliviar la soledad inherente al ser humano y sobrellevar las vicisitudes de la vida. Paralelamente a la invención del amor, el ser humano crea el matrimonio como institución mínima de unión con el otro para compartir lo contingente de la existencia humana. En principio, el matrimonio y el amor serían dos inventos que se complementan bien. Pero sólo en principio, la experiencia vital y los relatos parecen abocar esta relación a la desintegración.
Langosta, el tercer largometraje de Yorgos Lanthimos, nos muestra una sociedad distópica regida de manera déspota y cruel por esa correlación entre el matrimonio y el amor.
En la sociedad de Langosta, la relación matrimonial, sea hetero u homosexual, se impone como modelo ideal de armonía para la experiencia humana y la convivencia social. Las leyes de esta sociedad obligan a que todo ciudadano deba estar casado. Por ello, los solteros son arrestados y trasladados a un hotel donde tienen 45 días para encontrar pareja.
La mirada de Lanthimos enfoca el matrimonio como una relación monótona, mecánica y alienante. Sin vuelo de pasión, deseo y erotismo. Sin fuego, ni llama. Una obligación social cuya transgresión de la norma lleva al ciudadano fracasado a la transformación en el animal de su elección -de ahí el nombre de la película- y, al rebelde, a vivir oculto en el bosque hasta ser cazado.
La carretera
El universo de Langosta está organizado mediante dos espacios conectados y desconectados por una carretera: la ciudad, el espacio ordenado y civilizado, para los casados; el bosque, el espacio desordenado e incivilizado, para los solteros rebeldes y los animales. Dos espacios formalmente diversos, pero habitados por la misma atmósfera de frialdad que exhala la falta de compromiso verdadero entre los humanos. Una frialdad que congela la llama del amor que pudiera calentar la desabrida existencia humana.
Langosta no es una historia de amor, como anuncia el cartel de la película. Es una historia de alienación siniestra y perversa, donde los ciudadanos inadaptados no se unen para rebelarse contra la norma social, sino que esperan a ser cazados y despertarse una mañana, después de un sueño intranquilo, transformados en su animal preferido. Ironía pastiche posmoderna de Lanthimos, que ni siquiera convierte a sus personajes en monstruosos insectos, como Kafka despierta dramáticamente a Gregorio Samsa.
Begoña Siles
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