Begoña Zornoza, «Pedra i tisora»
Sala de exposiciones de la Societat Coral el Micalet
Guillem de Castro, 73. Valencia
Hasta el 9 de marzo de 2016
Que «la vida es un proceso de demolición» lo dejó escrito Scott Fitzgerald en ese relato de madurez cuyo título podría definir bien la propia tensión artística de Begoña Zornoza: «Crack-up». Una vajilla valiosa que cae, como una vida que se quiebra, pueden conservar intacta su apariencia pero quien se acerca a ellas o sencillamente quien sabe ver, advertirá por encima de la convención y de la liga, el hilo fino de la resquebrajadura. Figuras, seres, rotos y después pegados: crack-up.
Zornoza reacciona entre la diversión y la tragedia frente las tendencias invasivas de la experiencia visual contemporánea (la sobreabundancia de imágenes y representaciones). Protesta o se protege la pintora del propio exceso de la creación plástica. Esto es, justo al otro lado del linchamiento icónico, la artista rompe, agrede y desmiembra –con una vocación aparentemente inversa a la del célebre doctor de Mary Wollstonecraft Shelley- la voluntad de permanencia de la imagen.
Imágenes, fragmentos como cortesías que el pasado tiene con la memoria, trozos de figuras, algunas de ellas inquietantemente parecidas a nosotros mismos. Juegos y juegos de manos, recuerdos, niñas, olvido del mundo. En efecto, caracteriza a esta artista sensible y lúcida, con influencias de Saura, Basquiat o Dubuffet la perpleja resistencia en la ruptura (desmoronamientos, llagas, desbarates), la inquietud creativa en el mismo proceso de demolición. Quien se acerque a su obra sin referentes ni juicios antes de hora sentirá –es de prever que sea así– una primitiva, lúdica, conexión con la expresividad del arte africano, con el quehacer recreativo de los niños.
Figuras, memoria, niñas, hombres, mujeres rotas, muchachas fragmentadas con la misma conciencia con la que se deleitan las olas allanando la zona edificada de alcázares y murallas en la orilla la playa. Sí, todos las figuras aparecerán a la luz el día, una vez ida la marea, recompuestas como personajes aplastados en la superficie de un papel blanco con una lesión consciente entre sus partes y una culpabilidad afín a la que se plantea la pleamar frente al castillo de arena.
Con esa intención sensible, lúdica y a la vez melancólica (muchas de sus figuras apabulladas parecen fijar sus ojos, rotos y luego aglutinados, en la neblina de la infancia), la pintora, ubicada en el barrio de Ruzafa, presenta en Pedra i tisora una serie de obras destinadas a remover, a echar luz también sobre los rincones de nuestro propio proceso de desmoronamiento y pegado.
No se deje engañar por el aparente vaciamiento de la imagen (no se fie de ella, pues se presenta, en todo caso, cargada de tensiones). No se queda tampoco en la desgarradura. Cioran, admiraba al Fitzgerald del «Crack-up» por su quehacer en el insomnio. Un insomnio que nosotros disfrutamos con el mismo deleite con el que celebramos –cada noche de tormenta e invierno– la urdimbre de Villa Diodati: el célebre encuentro de Byron con Mary; el de Shelley con Polidori, aquel verano sin sol en el que se concibieron todos los monstruos.
Zornoza –la artista– como la maquinadora Shelley, contiene un monstruo y también un Prometeo. Aunque a veces, para desconcierto y delectación no sepa el espectador dónde empieza uno y donde termina la otra.
J. G. Cívico