En un silenci quiet. Paisatges
Llotja de Sant Jordi
Plaça Espanya, Alcoi, Alicante
Inauguración el 7 de abril a las 20h
Hasta el 29 de mayo de 2016
“Hay otros mundos, pero están en este”
Paul Éluard
En torno al paisaje contemporáneo hemos reunido obras de treinta y nueve pintores que han tratado este tema tan clásico. En algunos autores ha sido de manera puntual, como es el caso de Gerardo Aparicio, Víctor Cámara, Eutiquio Estirado, Lidó Rico o Ramón Urbán. Para otros ha sido una investigación constante: Calo Carratalá, Dis Berlin, Damián Flores, Emilio González Sainz o Joan Hernádez Pijuan.
En la muestra En un silenci quiet. Paisatges, están representados artistas de larga trayectoria, como Francisco Farreras o Ramón Cascado. Y autores jóvenes como Albano, Elena Alonso o Rafa Macarrón.
La datación de las obras va desde 1961 (el óleo de Manuel H. Mompó), hasta 2015 (el aluminio de Marlon de Azambuja). También es muy variado el estilo pictórico: el lirismo de Salvador Victoria, la geometría de Robert Ferrer, la objetualidad de Guillermo Lledó, la espacialidad de José María Yturralde.
Para esta ocasión hemos contado con los fondos de la Colección Ars Citerior de la Comunidad Valenciana. De ella hemos escogido paisajes sosegados y tranquilos, aunque en alguna de las obras haya quien encuentre elementos que puedan inquietarle.
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José Agulló. En su obra, de carácter abstracto, cabe destacar el estrecho contacto con la Naturaleza, tanto que hay elementos orgánicos animales y vegetales que forman parte de su obra, rebosante de lirismo. José Agulló, en Mercurio I, nos muestra una manera muy personal de ver el cosmos. Una visión tranquila y lírica de un universo lleno de energía y en constante evolución. El elemento geométrico ayuda a contener y controlar las fuerzas del planeta Mercurio. El crítico José Ramón Danvila definió a José Agulló “Como el pintor más visceral y también como el más geométrico, aunque bien es verdad que nunca están ambas opciones totalmente independizadas. Se trata más bien de ofrecer la contraposición de las mismas, de establecer un equilibrio basado en desequilibrios entre dos oportunidades expresivas, pero conservando al mismo tiempo ese punto de fricción entre la pasión que da el color o la postura matérica y la organización del propio espacio pictórico”.
Albano. Pintor de desiertos, como ya se definió hace años cuando comenzaba a pintar grandes lienzos con pintura expandida. En un silenci quiet. Paisatges, nos presenta las dunas de arena blanca y los manglares del Parque Nacional de los Lençóis Maranhenses en Brasil. Paisaje que recuerda una sábana blanca cuando es visto desde el aire, de donde recibe su nombre ¨lençóis¨. Es un desierto que en la estación húmeda se llena de lagunas, y ese es el momento en que esa barcaza varada vuelve a deslizarse por las aguas, que sirven de espejo mágico a un cielo azul. En la tabla Lençois maranhenses, no faltan los verdes quebrados que envuelven la atmósfera de este paisaje y que son tan característicos del autor.
Elena Alonso. La presencia de la escuadra en la base de la obra crea el equilibrio necesario entre todas las piezas presentes en la composición. No en vano su título Composición de lugar nos predispone a poner orden en una superficie arqueológica, donde tendremos que determinar los estratos donde van surgiendo los diferentes objetos. Hugo Castignani al hacer referencia a esta serie creada por Alonso, hace referencia a la cuestión espacio-lugar con las palabras: “se establece en esta serie un contraste muy marcado entre la figura negra en primer plano – oriental, trazada como una caligrafía, a pulso – y el fondo claro – occidental, trabajado, difuminado – que podemos interpretar como un tenso diálogo entre la cosa y el espacio al que ella da lugar, y del que es algo así como su precursor oscuro y ciertamente inquietante”.
Gerardo Aparicio. En Hecatombe y Tormenta en Vallecas Sur, el autor nos muestra un mundo existente a las afueras de una gran ciudad como Madrid a mediados los años ochenta. Con elementos a modo de collage pegados individualmente sobre el papel, elabora la historia de un paisaje que va dejando su aspecto agrícola para pasar a ser industrial, despojado de cualquier elemento estético.
Marlon de Azambuja. Artista multidisciplinar, en cada una de sus obras reconocemos su impronta. Trabaja en series que toma y retoma, según cree oportuno. Piensa en una idea que quiere expresar y entonces busca los materiales y técnica más adecuados para llevarla a cabo. Pueden ser las etiquetas adhesivas desplazadas, la cinta que envuelve un banco público o una parada de autobús, las líneas trazadas con tinta china que unen dos trapas del alcantarillado, o los trazos realizados con rotulador permanente sobre una fotografía impresa en aluminio con los que oculta unas partes de un paisaje urbano y resalta otras, como es el caso de Cerqueira Cesar, dedicada a la avenida Paulista de la ciudad de São Paulo.
Tania Blanco. Pintora preocupada por el mundo que le rodea y su devenir, no escapa a los miedos y esperanzas del ser humano. Así lo plasma en sus tondos, formato habitual en su producción, donde las alteraciones neurológicas como sufrimiento y los avances científicos como esperanza de su solución, son el contraste no solo entre naturaleza y tecnología, sino entre éxito y fracaso de las facultades humanas. En Tree lab, de pinturas planas, nos muestra el punto de contraste, y a la vez de obligada convivencia, entre la naturaleza y la arquitectura casi futurista, donde existe el peligro de que la tecnología llegue a transformar y destruir el mundo tal y como lo hemos conocido.
Alejandro Botubol. A través de una ventana abierta al horizonte, Botubol nos muestra la gama de colores que conforman su mundo plástico, lleno de luz. Es una apertura que nos invita a ser traspasada no solo con la mirada, sino físicamente, pues nos crea el deseo de formar parte de un nuevo paisaje que nos espera. Una de las características de su obra es la exploración constante y perseverante de los fenómenos espaciales
Joan Boy. En su obra el paisaje es una constante. Lugares habitados por personajes solitarios que se encuentran perdidos entre la naturaleza onírica, sin un destino predeterminado. El pintor ve reflejada su obra en el texto “Volverás a región” de Juan Benet:”Toda la vegetación que la naturaleza ha negado a la montaña y economizado en la meseta, la ha prodigado en los valles transversales donde se extiende y multiplica, se comprime, magnifica y apiña transformando esas someras y angostas hondonadas en selvas inextricables donde crecen los frutales silvestres –los cerezos bravíos, el maíllo, los piruétanos, el arraclán y el avellano– entre salgueros y mirtos, acebos arborescentes y abedules susurrantes, robles y hayas centenarios, confundidos todos bajo el abrazo común del muérdago y del loranto. Y, sin embargo, esos estrechos y lujuriantes valles también están desiertos, más desiertos incluso que el páramo porque nadie ha sido lo bastante fuerte para fijarse allí. Porque si la tierra es dura y el paisaje es agreste es porque el clima es recio: un invierno tenaz que se prolonga cada año durante ocho meses y que sólo en la primera quincena de junio levanta la mano del castigo no tanto para conceder un momento de alivio a la víctima como para hacerle comprender la inminencia del nuevo azote.”
Víctor Cámara. Heredero del pop, trata con humor e inteligencia los temas populares de la función de las imágenes en la cultura.
Rememorando los inconfundibles cuadros de una enorme carga kitsch que se encontraban en los salones de muchas casas españolas en los años sesenta y setenta, Víctor Cámara plasma a modo de cartón goyesco una de las imágenes frecuentes en los años de prosperidad económica en nuestro país.
Lourdes Castro Cerón. Paisajes que la pintora interioriza, naturaleza que hace íntima y donde olvida la dicotomía figuración-abstracción. Pinceladas con trazos seguros y rítmicos que transforman la imagen en algo más, lo que la convierte en arte. Naturaleza, ritmo, música, frescura, todo está en la obra de Castro Cerón.
Calo Carratalá. Tras un viaje a Brasil, y provisto de muchos dibujos, Calo Carratalá se dispuso, ya en su tranquilo estudio de Valencia, a pintar Selvas, una de sus mejores series. En sus cartones, como Chambeando con paraguas azul, nos muestra, a través de un catalejo, una selva con multitud de verdes que inundan y se apropian de toda la superficie. Solo alguna barcaza y los personajes que viajan en ellas dan un respiro a nuestra mirada.
Ramón Cascado. De formación autodidacta, Ramón Sánchez Cascado, tras unos años de juventud en Madrid, se traslada a París en la década de los sesenta, hecho que el autor califica como su “segundo nacimiento”. Será en la capital francesa donde conocerá el mundo del teatro, la literatura y la pintura contemporáneas. La referencia hacia el tema de la infancia en su obra es una constante, con trabajos en blanco y negro, para más tarde, llegar a realizar la serie denominada “ventanas”, donde solo existe el color blanco del propio soporte. Logra, sin la utilización del collage, sacar “el alma” del papel. Al papel de 28 x 38 cm utilizado como soporte, el autor le aplica el grabado metódico por incisión y las “no pinturas” (pigmentos con los que colorea). En un silenci quiet. Paisatges, podemos observar una de sus obras, donde la Luna ilumina un fondo marino lleno de vida. Es el resultado de un trabajo metódico, donde ningún elemento técnico se ha dejado al azar.
Dis Berlín. Su universo procede de la literatura (Lewis Carroll), el cine clásico (Ciudadano Kane, Vértigo, Escrito en el viento, Mi tío…) y la publicidad, la estética y el diseño en la sociedad norteamericana de los cincuenta. No de la pintura de esa época.
Entre las obras que podemos ver en la presente muestra esta Paisaje para Glend Gould, donde el autor imagina al músico sentado en la misma silla a la que hace unos años acortó las patas, quedando así el teclado casi a la altura de su nariz. En esta tarde de invierno, en este paisaje tranquilo y silencioso, de colores fríos, muy lejos de la gama habitual empleada por Dis Berlin, el pintor quiere que escuchemos al maestro interpretando las Variaciones Goldberg, la música que la sonda Voyager 1 mandó al espacio como carta de presentación de la humanidad.
Eutiquio Estirado. Las imponentes edificaciones sin aberturas que nos presenta en Espacios para los que olvidan, son grandes contenedores de donde nada puede escapar, en un intento de proteger y salvaguardar la memoria de aquellos que han entrado en su interior. Pero el viento exterior seguirá, queramos o no, erosionando esas construcciones realizadas por el hombre. La naturaleza llegará a borrar todo intento humano de salvaguardar la memoria, llevando con ella el olvido.
Juan Manuel Fernández Pera. Por su lirismo abstracto fue definido por Juan Manuel Bonet como “Poeta de la pintura”. Sus cielos castellanos, deudores del maestro Díaz Caneja, sus ríos y charcos, son los elementos que conforman los paisajes despojados de Fernández Pera. Pinturas melancólicas y machadianas, donde la quietud en una mañana de primavera invita al paseo.
Francisco Farreras. Maestro del collage y de las composiciones realizadas mediante el ensamblaje de maderas que transforma en puro lirismo. Aunque sus obras están alejadas de cualquier referencia figurativa, carentes de título y solo tienen una simple identificación numérica, en ocasiones, las formas resultantes asemejan a grandes bloques pétreos o a formas morfológicas subacuáticas, como es el caso del collage nº 069 B de 1994, donde las estructuras irradian luz propia sobre un fondo oscuro. Ya en 1989 José María Iglesias escribió al respecto: “Hay, en ocasiones, algo de antropológico y visceral en estas configuraciones de bordes difusos, de modulaciones y tonalidades infinitas. Las superficies aparecen como dotadas de una respiración, de una palpitación que las hace vivas y vibrantes.”
En las obras de Farreras prima la proporción y el orden plástico. Los diferentes elementos compositivos se emplazan tras una reflexión detenida, en busca del equilibrio deseado. Y cuando esto se consigue, el autor sabe que la obra está terminada.
Robert Ferrer i Martorell. Las huertas valencianas y su sistema de riego “a portón” proveniente de las acequias de origen árabe, son el punto de partida para la serie que el autor denominó El Rec. En el presente caso, con una visión nocturna del mismo, los campos vienen referidos por trozos de papel blanco y negro, suspendidos como en una visión aérea. Solo la presencia de un elemento industrial como la chincheta, nos recuerda la presencia e intervención del hombre.
Damián Flores. Los paisajes urbanos, especialmente la arquitectura racionalista, están entre los motivos principales que interesan al pintor, ilustrador y grabador Damián Flores. Sus paisajes transmiten tranquilidad y nos dan la sensación de estar en un entorno familiar. Jesús Marchamalo la califica de pintura “llena de perspectivas y ángulos insólitos que muestran sus paisajes, lugares apacibles… y luminosos fidedignamente recreados, al menos en apariencia. Porque ante sus cuadros se acaba siempre teniendo la sospecha de que lo que se contempla es una realidad fabulada, figurada, repleta de invenciones, a veces, inquietamente inapreciables.”
Diana García Roy. En Pasadizo se mezclan las luces y las sombras, lo claro con lo oscuro, la mancha con el trazo gestual. Todo para disponer un paso que da lugar a un lugar desconocido, aunque mejor que el que hemos dejado atrás. Una esperanza para la humanidad.
Pep Garro. Con la técnica del collage ha creado un mundo de identidad propia. En contadas ocasiones, como En Construcción, recurre a un formato mayor para dar sensación de magnitud en el espectador. La pieza en blanco monocromo y la utilización de elementos geométricos que nos recuerdan el interior de las cajas de cerillas, ha bebido de las fuentes de uno de nuestros grandes collagista, Gerardo Rueda, al que le ha querido rendir este bello homenaje.
Gerardo Gimona. Artista que nunca ha abandonado sus referencias figurativas, aún a pesar de que sus lienzos se nos muestren bajo la forma de la abstracción, en la que sabe combinar las manchas y el grafismo para ofrecernos un nuevo concepto de paisaje. Capa tras capa va superponiendo la pintura, por la que deja pasar la luz. Tal vez de ahí el título de esta obra: Donde la luz penetra directamente.
Emilio González Sáinz. En su obra apreciamos primero una vista general del paisaje, pero al acercarnos a pocos centímetros vamos observando y contemplando los pequeños detalles que conforman el conjunto: un pájaro en una rama seca, una persona durmiendo a los pies de las ruinas, etc. González Sainz, al igual que nuestro admirado Gustavo Torner, es un admirador del paisajista romántico Caspar David Friedrich, con quien comparte la observación detenida de la naturaleza. Fija su atención tanto en lo microscópico como en lo macroscópico, para crear sus característicos paisajes rocosos de colores armoniosos, surcados por aguas que le confieren un carácter melancólico y de espera contemplativa.
Joan Hernández Pijuan. “El pintor del paisaje en la memoria” realizó desde principios de los años setenta, y durante tres décadas una profunda investigación plástica del espacio pictórico desde una interiorización del paisaje de Folquer.
A mediados de los ochenta, dedicó una serie a la catedral de Lleida. En ella se observan ondulaciones que nos recuerdan los arcos góticos del claustro, y la presencia central del ciprés, figura que le sirve para marcar diferentes ritmos en las obras. La visión es como a través de una ventana, un encuadre frecuente en su posterior producción.
A partir de 1993, tras viajar a Granada y Marruecos, comienza a aparecer en sus lienzos y papeles el signo de la “trama”, donde realiza el ejercicio de mostrar y ocultar al mismo tiempo el óleo, que escapa entre los huecos de esta malla, resaltando la profundidad del surco.
En la trayectoria de Hernández Pijuan hay que destacar la importancia del papel como soporte, lo que él denominaba “la piel de la pintura”, gouaches y óleos con una mayor calidez, sobre papeles Japón, Archés y Corea. La mayoría obras sin título, pero siempre con una iconografía identificable: el árbol, los surcos, la morera, el patio…
En palabras del propio pintor: “Es un paisaje que está más en la memoria que en el recuerdo. El recuerdo es nostálgico, pero la memoria es más profunda.”
José Leguey. Con una larga trayectoria, dejó hace diez años de lado la abstracción para adentrarse en el mundo del collage y la figuración. Lleva casi diez años investigando en las asociaciones plásticas de la figura humana y de los insectos y pequeños reptiles, que en ocasiones los agrupa creando mundos paralelos dentro de la misma obra, sin llegar a explicarnos si existe una conexión entre estas diferentes dimensiones. En El dilema, el paisaje es un difuminado de color ceniza, donde un grupo de hombres desnudos parecen buscar una salida, que tal vez sea la apertura negra y profunda que Leguey les muestra a su derecha.
Lidó Rico. Nos presenta uno de sus bloques de resina en el que introduce elementos propios de su mundo, como es el caso de la ficha de rompecabezas, elemento con una fuerte carga conceptual. Dentro de su intensa trayectoria, tal vez las obras realizadas entre los años 2002 y 2005, época a la que pertenece este collage, son las de mayor sentido poético, al fijarse en la cultura oriental, a la que dedicó una serie donde predomina el color amarillo y las manchas rojas a modo pétalos de una gran flor.
Guillermo Lledó. Artista creador de esculturas realizadas con materiales industriales que nos recuerdan a objetos funcionales de la vida cotidiana, a los que dota de mensajes y de vacíos, de poesía. Tras conocer la obra de Guillermo Lledó y en nuestro deambular por las ciudades, es muy difícil dejar de ver la obra del artista, como si el propio Lledó hubiese ido disponiendo objetos por cada lugar: tapas de alcantarillado, palets de madera o perfiles de metal que mantienen cristales armados…
Rafa Macarrón. Con una corta pero meteórica trayectoria, Rafa Macarrón sigue en un proceso creador en el que intercala la obra tridimensional, basada en estructuras áureas, con la obra más plana, como es el caso de Camino interior, donde el tema tratado suele ser cotidiano, lleno de personajes corrientes que buscan en el ocio los placeres honestos de la vida, dejando de lado problemas existenciales que parecen haber resuelto de una manera sencilla, sin grandes preguntas pero con unas claras respuestas. La amistad, la familia y las creencias en una vida sin traumas hacen de los habitantes de este paisaje unos seres felices.
Antoni Miró. Es un artista del que es imposible separar su pintura y escultura de sus creencias en una lengua y en una cultura propia, en una sociedad más tolerante y ética. De ahí una de sus últimas series: Mani-festa.
El paisaje de una u otra manera ha estado presente durante más de cincuenta años de su pintura, en las diferentes etapas. En la Serie Vivace, que data de la década de los noventa y llega hasta principios del dos mil, los mares, árboles o cielos sirven de fondo a elementos como la bicicleta o la excavadora. Pocos años más tarde comenzó con la serie dedicada a paisajes arquitectónicos, el de los edificios de los museos que previamente había visitado: Museo de Arqueología de Atenas, el Solomon G. Museum de Nueva York o el Gulbenkian de Lisboa. Obras donde la geometría y los elementos constructivistas están presentes. Para esta exposición se han seleccionado el Museo Serralves de Oporto, diseñado por el arquitecto Siza Vieria, y una panorámica de su ciudad natal, Alcoi, titulada Muntanya Roja 2015, en la que se perfila el Barranc del Cint y una parte del pueblo con un primer plano de las terrazas de colores violeta, amarillo y rojo. A Antoni Miró siempre le ha seducido más el paisaje interior humano, que la belleza externa.
Manuel H. Mompó. Se ha dicho muchas veces de Mompó que parte de la pureza de las pinturas infantiles, a las que sumerge en su propio universo transformándolas, creando, en sus propias palabras, “un mundo sano y positivo”.
Esta obra de 1961, junto a otras sobre cartón, viajó ese mismo año a Lisboa para una exposición. Eran momentos complicados en el país vecino debido a la guerra de Angola. Su primera esposa, Catalina Postma, pensaba “que no se vendería nada”, pero fue un éxito que ayudó al joven matrimonio en unos difíciles momentos económicos.
De una de las mejores épocas creativas del pintor, este cartón se caracteriza por la combinación abigarrada de masas de color azul, que se irán segmentando en sus obras con el paso del tiempo. En su posterior evolución irá apareciendo la línea, terminando por convivir mancha y línea. La coherencia en toda su producción es indiscutible, fue fiel al mundo que creó, un universo vivo y animado. Interesado en la vida bulliciosa, dijo Mompó: “Me gustaría pintar el ruido”.
Pedro Muiño. Desde el 2006 Pedro Muiño ha ido desarrollando la amplia serie denominada Pinturas Negras, a la que pertenece Geografía de la seducción I, que podemos ver en la presente exposición. En ella seguimos observando los iconos con los que Muiño realiza sus composiciones sobre fondos planos grises y negros, cada vez más limpios. “Los tiempos, la reflexión, la intención, son elementos que aquí viajan juntos; es una obra alejada del ruido de la palabra y aunque no sea su única finalidad, se diría que están destinadas a la contemplación”. De este modo define el autor esta obra.
Amadeo Olmos. Su obra comenzó siendo realista, pero poco a poco investigó nuevos caminos, siempre dentro de la figuración. La presencia en sus lienzos de dos imágenes distintas, obliga al espectador a que, además de percibirlas, tenga que pensar en su relación. Alejado de cualquier corriente, ha buscado su propio camino, donde siempre espera la compañía del espectador. Según Gustavo Martín Garzo, la intención en la pintura de Amadeo Olmos es la de “crea un espacio que dé cabida a las imágenes de la realidad, pero también a las que pueblan nuestras fantasías y sueños”.
Sara Quintero. Pintora de paisajes inquietantes como ha sido definida en varias ocasiones, en la obra Encerrad la hierba, nos habla de libertad y de espacios protegidos, de lugares visibles pero no habitables, donde la hierba no osará esparcirse, pues sabe que fuera no hay nada, y que sólo mientras esté protegida por esos muros blancos seguirá viva y verde.
Alberto Reguera. En sus obras siempre hay una referencia a la naturaleza, y sabe unir como pocos abstracción y naturaleza. Estos paisajes los construye sobre el lienzo con acrílico y pinturas metálicas que va superponiendo, produciendo efectos de arrastre, girando en ocasiones la posición del lienzo para seguir depositando nuevas capas, para luego raspar y que de este modo vayan saliendo a la luz los colores más profundos y, al mismo tiempo, se vayan creando las sombras. También utiliza las resinas y los pigmentos, soplados o arrojados sobre el lienzo.
En el diccionario interno de la obra de Alberto Reguera podríamos citar, entre otras, las palabras paisaje, nubes veloces, espacios atmosféricos, lirismo, armonía de colores, terciopelo, limpieza, orden, imaginación del espectador… y en todas ellas encontramos la presencia de un lírico misterio.
Rex Weil, crítico de arte de la revista americana Art News, escribió: «Reguera utiliza su cuerpo y su aliento, moviéndose alrededor de un cuadro, soplando pigmento seco sobre una superficie mojada. Como una tormenta de polvo, el pigmento se entierra y exagera los contornos de las capas originales de la pintura y de la tela. Es una danza de accidentes controlados, como la naturaleza”.
Beatriz Saenz. Ceramista de vocación, actividad que desarrolló durante varias décadas, se sumergió en el collage en sus últimos años. Obras en las que buscaba la parte amable y sencilla de la vida, los colores y la luz del Mediterráneo, del que no quiso despegarse tras haberlo vivido.
Señor Cifrián. Como en un herbario, el colectivo formado por Esther Señor y Carmen Cifrián, han ido realizando la catalogación de diferentes plantas que dejan su impronta en un papel de algodón, tras haber sido tiznado con el humo de una vela. En el caso de Dibujo de Humo # 67 se trata de la Tovomitopsis paniculata.
A Señor Cifrián les atrajo la relación plástica que podían tener estas obras con los orígenes de la fotografía: “su gama de grises y cálidos nos recuerdan a los orígenes fotográficos en las placas de Daguerre o Fox Talbo….A través del uso de elementos precarios, nos interesa la huella y su perdurabilidad en el tiempo; una búsqueda por apresar en un papel la fugacidad de un material etéreo. Se vende humo.”
Ramón Urbán. En 2013 el artista dio un paso más en su investigación plástica, abandonando en parte los trabajos con la forma del círculo, llegando a adentrarse en un nuevo paisaje. Los tituló “Paisajes…en tránsito”. Maderas superpuestas con una geometría estudiada, pero sin dejar la parte de “gesto”, donde materia y soporte se encuentran ensamblados formando un único conjunto. Ramón Urbán reconoce que en sus obras conviven “calladas arqueologías, sombras de silencios ancestrales que desprenden misticismo, serenidad, belleza…”
Salvador Victoria. La esfera como forma perfecta, como figura geométrica de lo eterno, estará presente en la obra de Victoria durante más de una década.
La formación humanista de este pintor queda plasmada en sus inquietudes pictóricas. Los colores con sus transparencias, nos ofrecen una contemplación serena. La esfera suspendida en el espacio alberga en su interior el gesto contenido de la brocha, y todo ello enmarcado dentro del cuadrado, como “un cuadro dentro del cuadro”.
La pintura de Salvador Victoria bebe del lirismo informalista más colorista y alegre. Su obra destaca por los colores apastelados, tonos naranjas, azulados, amarillos; colores cálidos y fríos en conjunción. Ahonda en la abstracción incorporando en su obra círculos, tangentes, secantes, geometrías envueltas en una nebulosa de suaves y dinámicas pinceladas, cosmologías que evolucionan hacia búsquedas sutiles del espacio.
En su última etapa, de geometrías áureas, tal vez la más lírica de todas, se ocupará de la temática cósmica. A través de la esfera va mostrando todo un mundo lleno de espacios infinitos, de colores difuminados y veladuras que transmiten armonía y sensación de tranquilidad.
José María Yturralde. En 1995 comienza la serie de los Eclipses, caracterizada por la investigación plástica de la luz y la forma del cuadrado, pero en esta ocasión no se trata de un cuadrado exacto, sino una forma cuadrada al estilo Malévich, en la que las paredes verticales son menores que las horizontales y que, además, se mueve. La serie de los Eclipses no será desarrollada y completada hasta años más tarde, quedando solo en un conjunto de bocetos.
La serie Postludios, que abarca desde 1998 a 2007, es una continuación de la lógica evolución de las dos series anteriores, denominadas Preludios e Interludios. Partiendo de un profundo estudio de la forma geométrica del cuadrado y su interacción con el color en los Preludios, va desembocando hacia una obra donde la luz y el color, equivocadamente interpretado como monocromo, son los únicos protagonistas, llegando así a los Postludios.
Como en un big-bang cromático, los Postludios de Yturralde se nos presentan como superficies pictóricas en expansión, donde ha dejado de existir la estructura sustentante, con ausencia de casi todo. Pero no es el vacío, la materia está ahí porque la luz está presente, y la luz, que es energía, puede transformarse en materia.Los bordes de esta eclosión de color no son los límites del bastidor, lo que vemos es tan sólo una pequeña parte de todo ese universo en expansión.
Al ver estas obras nos sumergimos en una zona silente donde no dejan de suceder cambios que, no siendo percibidos, ocurren en el interior de esa masa oscura rodeada de un estallido de energía. El hipnotismo creado por estas piezas transmiten al espectador un espíritu sereno. Citando al propio Yturralde “El negro sobre azul que restablece la armonía perturbada, la inquietud compensada por la armonía”.
Jesús Zurita. En su producción están presentes el dibujo, la pintura y la instalación, esta última denominada por el autor “pintura mural”. Hay quien ha visto en las obras de Zurita una narración, donde el artista nos ofrece unos pocos elementos reconocibles y son los espectadores quienes los aúnan y crean una historia, diferente para cada uno de nosotros. Jesús Zurita define su obra como “crónicas de lo que sospecho ha sido y será, con el somos entre medias. Como un garbanzo alcanzando la singularidad de un agujero negro; inverosímil, estúpido e irrelevante pero sé que ha ocurrido. Y va a ocurrir”. En el lienzo Otra podemos ver una Anunciación, con los rayos provenientes de un creador que, entre magmas de color rojo, hace surgir la naturaleza pura, verde y luminosa.
Javier Martín