La idea fija, de Quique Marzal
Galería Mr. Pink
C / Guillem de Castro, 110. Valencia
Hasta el 17 de junio de 2016
Quique Marzal presenta en Mr. Pink su último proyecto ‘La idea fija’, con el caracol como representación de la ruptura con la realidad y como hilo conductor de la exposición. Vicent Van Gogh, Edgar Allan Poe, Robert Louis Stevenson y Franz Kafka son los personajes elegidos por Quique Marzal para hablarnos de esa ruptura. Un sofá en frente de ellos nos invita a sentarnos, contemplarlos y si queremos meditar más a cerca de esa “realidad”.
El traje de madera y el caracol
Una vez tuve vida y la savia corría por todo mi ser, desde las raíces hasta la última rama de mi inmensa copa. De mí brotaban hojas y frutos que alimentaban y daban cobijo a multitud de pequeños seres que acogía generosamente, y ellos a su vez me hacían una enorme y grata compañía. Cada año, una nueva capa, y en cada capa los recuerdos de todas las estaciones vividas.
Crecía feliz, soberbio y desafiante, ajeno a que mi sola presencia pudiera molestar o interesar a nadie, y ese fue mi error. Los humanos sólo vieron en mí una enorme cantidad de madera. Materia prima, sólo eso era yo. Sin importarles cuánta vida había en mí, segaron en pocas horas lo que tardé años en construir. Abandoné la vida con un estruendo que hizo temblar el suelo y desparramar en todas direcciones a mis pequeños inquilinos, desahuciados ya de lo que había sido su hogar.
De todos ellos, al que más añoro es a ese pequeño ser que me acariciaba con su deslizar húmedo y lento, dejando sobre mi ruda piel un delicado rastro brillante para que la luna lo encontrara y que, escondido en su espiral, pasaba los largos inviernos pegado a mi cuerpo en un fundido abrazo.
Ahora ya no soy nada de lo que fui. Mi propia memoria de árbol se ha olvidado para convertirse en la de otros. Sólo soy madera o pulpa de papel, y en el peor de los casos sólo alimentaré algún fuego donde se cueza lentamente esa pobre y oscura sopa que únicamente consuela a los soñadores.
Los humanos acabaron con mi vida, pero me dieron -sin saberlo- la inmortalidad mediante miles de vidas plasmadas en hojas de papel, en libros. Ellos, que ambicionan la eternidad y no aceptan ni la muerte ni el olvido (y que en su delirio incluso el suicidio lo convierten en un acto romántico y heroico), no se dan cuenta de que no deja de ser el fin, y que es en ese justo momento donde yo, con mi cuerpo ya inerte e incorrupto, les arroparé con su último traje de madera a medida, como en un interminable juego de Matrioskas, eso seré yo, árbol caído que acogerá a otros árboles caídos soñadores de fantasías utópicas.
Me pudriré con ellos y seré el único testigo de todas sus íntimas metamorfosis, del resurgir de la vida al fundirse con la muerte.
Ya sólo soy madera que a veces con forma de silla me veo obligada a soportar a la humanidad resumida en nalgas que a fuerza de utilizarme acabarán por destrozarme. Madera con la que algún pintor loco y suicida hizo de mí una obra maestra al formar parte de ese bastidor que se oculta tras la tela que cuelga en algún importante templo del arte. Otras veces soy un manuscrito, único, incunable, privilegiado en mis páginas y atesorado por lo que de fantasía dejaron garabateado en mí sus atormentados narradores.
Añoro a mi querido caracol, aquel que sin saber cómo ni por qué inevitablemente siempre vuelve, ése con el que ahora los seres humanos se afanan en borrarle arrugas al paso del tiempo con sus babas, las mismas que humedecían generosamente mi corteza con su vida y que los laboratorios no podrán nunca ni imaginar que solo era amor lo que su piel desprendía, no la eterna juventud.
Javier Velasco
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