Entre dones, de Raquel Ricart
Editorial Balandra
Cada escritor tiene su propia evolución y recorrido que viene a ser como una huella digital que lo identifica. Unos triunfan en la juventud con una obra que da mucho que hablar y luego desaparecen del mapa. Otros no alcanzan la notoriedad hasta edad avanzada o incluso después de su muerte. La trayectoria de Raquel Ricart es canónica, casi de manual. Un ascenso suave pero constante jalonado de premios cada vez más significativos. El último, El lector de L’Odissea, prestigioso galardón literario sin parangón en España lo recibió el pasado año por su obra El temps de cada cosa (RBA-La Magrana).
Ricart nació en Bétera, en 1962, en un ambiente teatral y con el amor a las letras fluyendo en la sangre. Sus padres se conocieron y enamoraron en el teatro de aficionados y su hermano, Pep Ricart, es actor profesional. Bajo ese influjo escribió Ferrabràs, una obra dramática que combina intérpretes humanos con títeres que montó la compañía Bambalina Titelles. Tras esa incursión dramática y en sucesión de continuidad, una novela negra inspirada en su ambiente profesional, trabaja en CCOO del País Valencià, titulada Un mort al Sindicat y varios títulos infantiles: Van ploure estrelles, El quadern d’Angela y En les mars perdudes.
En 2010 alcanzó la consagración con Les ratlles de la vida (3i4), historia de tres generaciones ambientada en un pueblo imaginario, que cosechó varios premios: el Andròmina, el de la Crítica dels Escriptors Valencians y el de creació literària de l’Institut Interuniversitari de Filologia de la Universitat de València.
También ha escrito una novela de ciencia ficción, El ciutadà perfecte y participado en proyectos pedagógicos de la Fundació Bromera, Llegir en valencià. Su último trabajo ha sido coordinar una colección de diez relatos Entre dones, publicado esta primavera por Balandra que las autoras se presentaron el 4 de setiembre en Barcelona. La primera recopilación de relatos compuesta íntegramente por autoras valencianas pone de manifiesto que las narradoras han aumentado en número y peso literario.
Una decena de escritoras unidas por una premisa: concebir un relato que hablara de las relaciones entre mujeres. El epílogo es de María Lacueva filóloga que ha dedicado su tesis a estudiar las escritoras valencianas de postguerra. A partir de un conjunto de protagonistas femeninas, historias de madres, hijas, hermanas, colegas y amigas, se agrupa un conjunto interesante de relatos de contenido y estilos muy diversos.
Dentro de su versatilidad y variedad de géneros que practica Ricart se mantiene fiel a los dos ejes de coordenadas que son su marca de fábrica: el valenciano y su propio estilo que ha consolidado a lo largo de su carrera literaria. “Escribo en valenciano porque es mi lengua materna, con la que pienso, siento y me expreso mejor”, dice. “Es una decisión que se toma a la vez con la cabeza y el corazón, un forma de dignificar mi cultura y mi conciencia”.
Es consciente que escribir en valenciano limita el número potencial de lectores, pero también tiene algunas ventajas, pues “al haber menos autores resulta más fácil llegar a las editoriales”. Aunque lamenta la falta de ósmosis entre los sellos en castellano y catalán. De hecho, sólo un par de sus libros han sido traducidos: uno al castellano y otro al gallego.
Paso a paso, peldaño a peldaño, Ricart ascendió a la cima con El temps de cada cosa, hasta ahora su obra cumbre un reflexión intimista sobre las relaciones paternofiliales. Tomás Bel, un profesor universitario reconoce entre sus alumnos un rostro que le resulta familiar y en ese momento sufre un infarto. Guillem atropella a un niño y se da a la fuga, y en un tercer vértice, la anciana María cierra el triángulo de una novela coral de compleja estructura que se desarrolla a lo largo de varias épocas en Valencia, Estados Unidos y otros lugares.
Los miembros del jurado que le otorgó el Lector de l’Odissea, formado por un grupo de lectores que organizan y financian este premio singular, la han comparado con Lezama Lima y destacan que El temps de cada cosa es “una novela escrita en voz alta, que induce al lector a un estado hipnótico y logra convertir lo concreto en colectivo”. También valoran el punto experimental de un lenguaje “que sorprende y atrapa”.
La propia Ricart define su estilo como “hondo y profundo”. Dice que al narrar “su principal objetivo es llegar al corazón”. Para eso hay que darle muchas vueltas a la cabeza, planificar con detalle la estructura y dosificar la intriga. Pero no es de los autores que dedican varios meses a documentarse o a tomar notas antes de poner manos a la obra. “Una vez tengo claro lo que voy a contar, me lanzo a escribir”, comenta. Eso sí, el proceso de corrección es arduo y riguroso. “Tengo bastante capacidad para ponerme en la piel del lector y, a veces incluso leo lo escrito en voz alta para detectar el sonido y la impresión que causa al oído. Procuro que cada capítulo sea como una novela independiente y que exista una transición de sentido entre ellos”.
Sobre el cambio de política cultural del tripartito opina que se ven signos positivos, “pero habrá que hacer un gran esfuerzo, una gran operación de limpieza tras años de ignorancia en los que se ha mantenido al valenciano en las catacumbas. Lo más importante es la normalización”, concluye Raquel Ricart.
Bel Carrasco
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