Capturar, de Fernando Merinero
Estreno en cines
Marzo de 2017
Jean-Luc Godard afirmaba que el cine era la verdad 24 fotogramas por segundo. Una célebre boutade que contradecía la actriz protagonista de su film ‘L’amore’ (1969): “El cine es el arte de la mentira”. Un nexo paradójico de ambas sentencias nos daría una frase muy similar de otro artista eternamente joven por deconstructivo, rebelde y contestatario: “El arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad” (Pablo Picasso).
El nuevo viaje que nos propone Fernando Merinero nos transporta directamente al corazón de ese antagonismo. Si una primera visión de su película ‘Capturar’ puede desconcertar es, precisamente, porque ese juego constante de máscaras que caen hace imposible averiguar dónde se halla la frontera de la ficción.
Su argumento divaga en torno al ensayo y el error, aborda la preproducción de una película y utiliza el nombre real tanto de las actrices como el director y dedica varias alusiones directas a los dispositivos de grabación y hasta enfoca y transforma en personajes a las cámaras. En muchos momentos, ‘Capturar’ parece un documental de su propio rodaje.
El cine no ha muerto: ¡hagamos, entonces, películas vivas! Una obra muerta está pactada, cerrada, planeada de antemano. Ruedas conforme a guión; montas de acuerdo a rodaje. Una obra viva, sin embargo, es sensible a las circunstancias de su producción, parece haberse construido sobre la marcha. No oculta el boceto, el trazo, las primeras pinceladas. No sólo admite la media frase, el titubeo, el desliz, tampoco corrige esa mirada que, consciente de ser grabada, se clava en varios instantes en el objetivo la a cámara.
‘Capturar’ puede resultar perturbadora si no se acepta esa puesta en escena que reproduce el directo, o no se entiende su tono constante de comedia autoparódica que se ríe de los propios elementos que pone en juego. “Estamos aquí, ahora. Y tú nos estás viendo”. Esa primera persona del singular o plural agresiva desde la que cuenta Merinero pone en crisis la figura de un espectador que cuestiona, por momentos, la posibilidad del relato.
La narración cabalga con un montaje frenético que enlaza, casi solapa, los tres tiempos: pasado, presente y futuro. Sus planos no se unen, copulan; hasta que todo se rompe, adquiere cordura, profundidad, y la sonrisa se congela. Importante: una película que se pretenda viva, cambia de dirección; un film que no quiera ser difunto, jamás se conforma, no quiere la comodidad de encajar sus aristas en un sólo género. Y, sobre todo, nunca se agota en sí misma: sea porque carece de un verdadero final, porque tiene continuidad o por dejar abierto un debate posterior de difícil solución.
La áspera dialéctica hombre-mujer que exhibe, a ratos jocosa, la mayoría de veces absurda, no se reduce a una cuestión de género, a una mayor o menor empatía con el hombre o la mujer. Para Merinero cada desencuentro está relacionado con una puesta en imágenes que se boicotea a sí misma, que cuestiona su propio dispositivo de narración. Poco importa si lo presenciado es verdadero o falso, si caes rendido ante esa intriga o seducción que su autor activa, dentro y fuera de la pantalla, lo único relevante es que toda esa mascarada, esa mentira, está expuesta con una abrumadora verosimilitud.
Dani Gascó
- Vinz y Ana Karina proponen en el MuVIM una reflexión existencial fragmentada en cuatro estaciones - 19 diciembre, 2024
- ‘Juegos de Bauhaus’: Taiat Dansa sumerge a la audiencia infantil del TEM en las vanguardias - 17 diciembre, 2024
- Antonio López y José Luis Alcaine, en unas jornadas sobre Víctor Erice - 13 diciembre, 2024