Saturn’s Return, de María Herreros
Galería Pepita Lumier
C / Segorbe, 7. Valencia
Hasta el 7 de abril de 2017
No cree en la astrología, pero le cautivan sus leyendas. Como la de Saturno, que tarda 29 años en completar su trayectoria alrededor del sol, simbolizando el paso del tiempo y su destrucción o renovación cada vez que completa el ciclo. María Herreros (Valencia, 1983) lo toma como excusa para reflexionar en torno a ese tiempo que caduca provocando transformaciones vitales. “Yo lo relaciono con la crisis de los 30, porque a partir de ese momento lo anterior ya no sirve y entras en una nueva madurez”.
Lo hace en la galería Pepita Lumier mediante una treintena de dibujos, ilustraciones y cerámicas que ha titulado Saturn’s Return. Dibujos e ilustraciones a modo de retratos en grafito y en color, y cerámicas en torno al astro que motiva su reflexión, que permiten a la artista valenciana, actualmente trabajando en Barcelona, mostrar el desdoblamiento de esa personalidad en proceso de regeneración. “La exposición está en espejo y desdoblada como las emociones”. Desdoblamiento, en todo caso, que huye de la simple imitación. “Me he negado a repetir la obra, porque experimento y pienso diferente en grafito a cuando pinto”, subraya Herreros.
En cualquier caso, nada que ver con el Saturno de Goya devorando a sus hijos. El tiempo al que se refiere María Herreros se aleja de la evocación siniestra de la pintura, para centrarse en la reverberación psicológica o temblor emocional que provoca ese cambio de ciclo vital que se repite cada 29 años. Crisis de identidad reflejada en los múltiples rostros desplegados por las paredes de Pepita Lumier. Crisis que la artista, a pesar de todo, reconoce propia de Occidente, allí donde el bienestar propicia reflexiones de este tipo. “La adolescencia sólo existe en los países desarrollados, porque en África, por ejemplo, ya tienen bastante con la lucha diaria por la supervivencia”.
De manera que la crisis de identidad de la que María Herreros se hace cargo en la exposición Saturn’s Return, alude a las “emociones personales” que tal crisis suscita toda vez que contamos con tiempo suficiente para pensar en ella. “Vivimos en un mundo en el que no se puede mostrar vulnerabilidad alguna”, dice. Confortablemente instalados, aparentemente protegidos de la cruda existencia, los sujetos que protagonizan la muestra de Herreros revelan sin embargo esa doblez de la dulzura amarga. La juventud que asoma la patita por debajo de la puerta adulta.
“El grueso de mi trabajo se centra en volcar empatía en el retrato”. Y aquí, entendiendo e incluso manifestando su atracción por la obra de Julian Opie (actualmente en la Fundación Bancaja), se distancia de él precisamente en aquello que viene a caracterizar su trabajo. Porque si bien Opie se decanta por el sujeto transformado en logotipo de sí mismo, en el caso de Herreros la crisis de identidad se vive como tiempo de oportunidades no exentas de lógica inquietud. “Mientras él te muestra el resultado [de esa conversión], yo planteo cierta esperanza porque la persona se da cuenta de lo que le pasa, se desdobla y lo analiza”.
Saturno comparece así en la vida de María Herreros y de las mujeres retratadas, que dice haber tomado de diversas fotografías (“sus autores accedieron a prestármelas”), para “mostrarnos la vulnerabilidad que provoca ese tiempo cambiante”. Y, fijándose en el único desnudo de su exposición, comenta: “El cuerpo es explícito en su desnudez, pero sin embargo la mujer oculta su cabeza en un gesto de timidez”. Lo cual es para Herreros síntoma de la sociedad actual, en la que “no hay reparo en hacer visible la sexualidad, pero cuesta mostrar las emociones”. Y añade: “Da miedo pensar en lo que somos”. Ese es el privilegio del artista, que Herreros utiliza: “Somos el canal para expresar esas emociones ocultas”. Emociones que Saturno provoca y cuyo secreto “sólo los valientes conocen”. A ellos apela el trabajo que María Herreros muestra en Pepita Lumier.
Salva Torres
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