Pasqual Alapont y Álvaro Bermejo
Premios Alfons el Magnànim de Narrativa
Diputación de Valencia
Junio de 2017
Álvaro Bermejo (San Sebastián, 1959) y Pasqual Alapont (Catarroja, Valencia, 1963) recibieron recientemente los Premios Alfons el Magnànim que concede la Diputación de Valencia en su modalidad de narrativa, en español y valenciano. Aparte de este hecho y haber nacido a mediados del pasado siglo no hay semejanzas entre el perfil y la obra de estos dos autores.
Ahora bien, existe un factor que los vincula. La versatilidad y el carácter polifacético de sus respectivas trayectorias profesionales que les ha llevado incluso a subir a escena y actuar como intérpretes. También se podría decir que practican el fonambulismo, pues sin el respaldo de una actividad laboral estable, sobrevivir a base sólo de letras es un ejercicio de equilibrio inestable que obliga al auto pluriempleo. Los premios como el Magnànim y otros que ambos han cosechado son un respiro, además de una plataforma para darse a conocer y ampliar el número de lectores.
Pintor en su juventud, activista contracultural en CLOC, periodista en El Diario Vasco y otros medios, Bermejo practica kárate cada día y hace poco debutó como actor en un par de montajes, en Madrid. Ganó el premio por su novela ‘Las maléficas de Etxalar’, ambientada en el pueblo vasco donde nació la Carmen de Merimée.
“Quería escribir una versión contemporánea de esa historia de amores fatales situada en la España de los sesenta. A medida que iba ideando los personajes, la hemeroteca de El Caso me suministró un abanico de tragedias, a las que se sumaron unas cuantas coincidencias sorprendentes. Poca gente sabe que fue allí donde Orson Welles rodó unas cuantas escenas de ‘Campanadas a Medianoche’, poco antes o poco después de que Luis Mariano localizara en este paisaje el inicio de ‘El Cantor de México’. Era la España de 1964, y un territorio donde se cruzaban el pleonasmo del nacionalcatolicismo y la reivindicación identitaria vasca, generando una cierta esquizofrenia paralela a la que sufren las protagonistas de mi novela. Son herederas de una dinastía de brujas, pero también de un premio Nobel como don José de Echegaray. El resultado del cóctel es una tragicomedia que deriva hacia lo delirante, con tres crímenes en el armario y un tórrido romance plurinacional con fondo de garrote vil”.
Bermejo ha publicado más de una veintena de títulos que deambulan entre la novela histórica y fantástica, aunque él se declara enemigo de los géneros. “La vida misma es un cruce de géneros donde se mezclan todos”, afirma. “Todos tenemos un perfil irracional, no menor que el racional. Cada vez que hacemos memoria hacemos novela histórica. Lo fantástico nace con la infancia, y lo sobrenatural es puro pensamiento mágico, el mismo al que apelamos cuando compramos un décimo de lotería o nos imponemos toda suerte de rituales. Cuando escribo actúo en consecuencia. Intento que eso que somos, complejos, contradictorios, infinitos, se refleje tanto en la historia como en los personajes, sin cuidarme de más géneros que el único que conozco, la vida misma”.
El escritor vasco no se duerme en los laureles y trabaja en un par de novelas y en un ensayo sobre los espejos mágicos sin temor a quedar atrapado como Alicia.
El valenciano Pasqual Alapont también es un creador versátil con facetas de editor, traductor, guionista e incluso actor y director de escena. Ha estrenado cinco obras dramáticas y publicado varios libros juveniles y uno para adultos. Entre sus obras destaca: ‘L’ovella negra’, ‘L’infern de Marta’, ‘Pell de cordero’ y la tetralogía en torno a Manel i el abuelo Frederic. Ahora trabaja en un musical junto a Carles Alberola y Rodolf Sirera que se estrenará en diciembre en el Principal, ‘Tic-tac!’
Ganó el premio Alfons el Magnànim por ‘El mal que m’habita’ la historia de una antigua herida mal cicatrizada. Un día un profesor rompe a llorar ante sus alumnos de seis años y no se explica el porqué. Entonces se inicia la indagación de una psiquiatra sobre hechos del pasado. “El tono está emparentado con la narrativa policíaca y de suspense, por eso el jurado lo calificó de thriller psicológico”, explica Alapont. “Creo que tiene muchas conexiones con el resto de mi obra, sobre todo la dialéctica padre-hijo. Me interesa el hecho traumático, cómo puede un accidente modificarnos hasta el punto de anularnos como personas, y el proceso de reconstrucción, la resilencia ese concepto hoy tan de moda”.
Alapont escribe en valenciano porque es su lengua familiar y por compromiso con la cultura de su pueblo pero considera también el castellano como lengua propia y se traduce a sí mismo. “Me gustan los puentes y las lenguas son puntos de unión maravillosos para el intercambio entre culturas”, comenta.
Conocedor del hecho teatral desde dentro, lo juzga con cierto pesimismo. “Hay muchas propuestas de gente que, con recursos escasos son capaces de hacer obras de gran interés. Pero se pierde demasiada energía en buscar un mínimo. En Valencia se ha perdido una generación de excelentes actores y creadores. Conozco actores y actrices que podrían ser cabeza de cartel y se han de buscar la vida haciendo cualquier cosa ajena al oficio que aman y para el que se han preparado. Es indignante”, concluye Pasqual Alapont.
Bel Carrasco
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