La cantante calva, de Eugène Ionesco, dirigida por Luis Luque
Con Adriana Ozores, Fernando Tejero, Carmen Ruiz, Joaquín Climent, Helena Lanza y
Javier Pereira
Teatro Olympia
C / San Vicente Mártir, 44. Valencia
Del 24 de enero al 4 de febrero de 2018
“Vaya, son las nueve. Hemos comido bien. Sopa, pescado, patatas con tocino, ensalada inglesa”, dice Adriana Ozores sentada en el suelo de un lujoso comedor. No pasa mucho más en esos primeros compases de la obra, un espectador desconocedor de la trama no sabrá qué pensar sobre el texto de Eugène Ionesco. La obra cumbre del teatro absurdo, de la sin razón, algo que nos parece muy extraño al principio pero que nos damos cuenta que se parece demasiado a la realidad: gente que habla de tonterías y que no se comunican bien, de hecho ni se comunican.
Dos parejas que se encuentran en un palacio vetusto y rancio, un bombero buscando fuego en cualquier lugar, como si de un emparanoiado con el trabajo y con apagar fuegos inexistentes se tratara y una criada divertida, alocada y desparramada, que seduce al bombero sin ambages. Una criada sin la tibieza de sus señores, sin el encorsetamiento de la gente de bien, de las parejas respetuosas.
La obra, protagonizada por Javier Pereira, Joaquin Climent, Carmen Ruíz, Fernando Tejero y Helena Lanza, propone muchas e interesantes reflexiones como la soledad, el caos existencial que supone sobrevivir a una guerra mundial (en nuestro caso, por ejemplo, a una crisis que nos ha vuelto más pobres), la incomunicación entre personas, inclusos entre personas que se aman (o se amaban). Todo desde el absurdo, desde la transgresión que supone hacer que el espectador sea el que tenga que sacar sus conclusiones, sus propias ideas.
Luís Luque se lanza a la adaptación de esta obra, no teme que la gente se quede con cara de póker, sabe que el público español está preparado para asimilar la vicisitudes de la vida moderna, de las frases sin sentido. Parejas que viajan juntos, viven juntos o tienes hijos juntos pero que se desconocen. Parejas aburridas, tristes, miserables, que subliman con poder escuchar cualquier historia, la de un bombero y sus aventuras, con tal de salir de su tedio, de sus circunloquios, de la pesadez de sus existencias sin más.
Una obra difícil, por mucho que recurra al humor, compleja en su propuesta de diálogos absurdos, extraños y apartados (aparentemente) de la realidad. Somos hijos de esa sociedad, por que en el fondo es la nuestra, ¿quién no ha hablado sin saber qué decía o solo por hablar…?
Javier Caro
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