‘El estrangulador de Rillington Place’, de Craig Viveiros
Con Tim Roth, Samantha Morton, Nico Mirallegro y Jodie Corner
174′ (3 episodios)
BBC y Bandit Television
Reino Unido, 2016
Filmin (estreno exclusivo en España)
Desde el 20 de marzo de 2018
La plataforma de vídeo bajo demanda Filmin incorpora en exclusiva a su catálogo la miniserie británica ‘El estrangulador de Rillington Place’, una producción de la British Broadcasting Corporation (BBC), dirigida por Craig Viveiros, quien, de la mano de los guionistas Tracey Malone y Ed Whitmore, procura aproximarse a la sombría figura de John Reginald Halliday Christie, uno de los siniestros perfiles imprescindibles en el dilatado inventario de asesinos en serie del pasado siglo.
Refulgente, aún, en el sedimento de la crónica negra anglosajona y asumiendo la generosa existencia de documentación, precedentes literarios y cinematográficos –recuérdese aquí el célebre filme homónimo ‘El estrangulador de Rillington Place’ (1971), con Richard Attenborough y John Hurt, bajo la batuta del neoyorkino Richard O. Fleischer–, Viveiros y su equipo osan retornar al depauperado norte de Kensington –céntrico barrio londinense junto al (hoy) divulgado Notting Hill– de los años cuarenta del siglo XX, con el fin de asomarse al taciturno microcosmos consuetudinario de John y Ethel Christie, excelsamente interpretados por Tim Roth y Samantha Morton.
De un modo ineludible, la producción gravita narrativamente en torno del conspicuo crimen de Beryl Evans y su pequeña hija Geraldine, atribuido judicialmente a su esposo, Timothy Evans (condenado a pena de muerte por el asesinato de la menor y ajusticiado mediante ahorcamiento en 1950), episódicos inquilinos de la planta superior del lóbrego número 10 de Rillington Place, bajo cuyas tarimas habitaron los Christie durante más de una década; un luctuoso caso que hubo de tornarse ínclito con motivo del descubrimiento ulterior de diversos cadáveres confinados o enterrados en la vivienda de John Reginald –inlcuido el de su esposa Ethel– lo que, unido a la confesión de éste, exigió revisitar la autoría de aquel doble asesinato –Timothy Evans fue indultado post mortem, aunque, en ningún caso, declarado inocente, tal y como reclaman todavía sus familiares–.
Rillington Place pretende, no tanto una metódica revisitación de los hechos como un velado ejercicio de reconstrucción psicológica de los personajes. No en vano, cada episodio porta como título el nombre de pila o el hipocorístico de los tres caracteres fundamentales –’Ethel’, ‘Tim’ y ‘Reg’–, y se edifica el devenir de los acontecimientos –encauzados mediante graduales saltos de tiempo y analelpsis– atendiendo a la preeminencia sucesiva de cada uno de ellos, de tal modo que se supedita el ritmo de la acción y la consumación de los hechos a la idiosincrasia de sus respectivos protagonistas.
Durante el metraje de ‘Ethel’ el espectador asiste a la elaboración de un retrato etopéyico de los Crhistie, sustentado por una formulación estética de los ambientes y los diversos espacios domésticos y citadinos, lacerados por el sucio hollín fabril, las desconchadas humedades del papel pintado y el insomne lupanar en el desolado Notting Hill de la década de los cuarenta. La turbia calima de estos primeros años parece estar compuesta por una densa nebulosa de insinuación que desdibuja en sombras la inextricable y sorda dicción existencial de John Christie, sustentado por la infausta y progresiva resignación que gobierna el horizonte vital de su esposa Ethel.
‘Tim’ supone la entrada en escena de los Evans (encarnados por unos correctos Nico Mirallegro y Jodie Corner) y la composición diegética de la muerte de Beryl, que toma rumbo atendiendo a la versión judicial ofrecida por Timothy, tras contradecir su confesa declaración, virando la autoría hacia un John Crhistie erigido en falsario médico, supuestamente capacitado para practicar un aborto a la malograda Beryl (nada se sabe acerca de la muerte de la pequeña Geraldine, si bien John Reginald Christie jamás asumió su autoría, presumiblemente para intentar eludir la pena capital, infructuosamente), siendo en ‘Reg’ cuando los hechos en torno al asesino se precipitan y vienen a desvelarse (con premeditado tacto eufemísitco) los atroces crímenes cometidos durante más de una década por el necrófilo asesino de Kensington, un hipocondríaco de graves trastornos sexuales a quien se le atribuye la muerte por estrangulación de casi una decena de mujeres, sepultadas bajo la ínfima y pavorosa arquitectura del número 10 de Rilllington Place.
Una producción uniformada de impecabildad (galardonada con el BAFTA a la Mejor Fotografía, con rúbrica de James Friend), que elude, premeditadamente, la escenificación clínica del macabro historial de John Reginald Halliday Christie para, de este modo, perfilar la unidad narrativa con atmosféricas elipsis que logran sugestionar las inquietudes del espectador.
Jose Ramón Alarcón
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