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‘Eroguro. Horror y erotismo en la cultura popular japonesa’ (Satori Ediciones)
Entrevista con Jesús Palacios, editor literario del volumen
XXXI Semana Negra de Gijón
Bajo una portuaria canícula, Jesús Palacios (Madrid, 1964) transita por el tórrido asfalto de la XXXI Semana Negra de Gijón portando en el morral de caza su más rozagante título, ‘Eroguro. Horror y erotismo en la cultura popular japonesa‘, una de esas lúbricas publicaciones de Satori que erigen al sello gijonés (y a sus progenitores, Marián Bango y Alfonso García) en una editorial de referencia en el ámbito de la literatura y cultura niponas.
Abanderado por Palacios en calidad de editor literario, coordinador y ensayista, ‘Eroguro’ se revela en un proyecto de consumación polifónica por el que pasean la reflexión, en compañía del escritor madrileño, autores como Iria Barro Vale, Daniel Aguilar, Rubén Lardín y Germán Menéndez Flórez –quien secunda por estos lares al creador goremaníaco–.
El volumen cuenta, además, con una ilustración en portada de Shintaro Kago (‘Head Explosion’) y la rúbrica de artistas como Miguel Ángel Martín, Sandra Uve, Félix Ruiz, Albert McTorre, Suki, Pablo Morales de los Ríos y Lolita Aldea.
¿Qué raíces fonéticas y semánticas perfilan el término ero-guro, en tanto que extranjerismo híbrido?
El ero-guro, como su propio nombre indica, es una corriente cultural que en Japón surge en las primeras décadas del siglo XX, aunque se pueden trazar sus orígenes hasta mucho tiempo antes, dentro de las grandes tradiciones culturales niponas. Es una costumbre que los japoneses tienen también de adoptar vocablos de otros idiomas, sobre todo del mundo anglosajón, para definir cosas que no forman parte del propio lenguaje y de la tradición concreta japonesa; de ahí que se llame ero-guro-nansensu, siendo erótico, grotesco y sinsentido o absurdo.
Una corriente cultural que se extiende por toda una serie de elementos propios de la cultura japonesa del siglo XX, que caracteriza una forma particular de abordar y mostrar en su literatura y sus artes gráficas y formas de expresión más contemporáneas, como el cine y, sobre todo, el manga; un universo donde lo erótico, lo sensual y lo sexual se mezclan, se da citan y se simbiotizan con un sentido del humor y del horror marcadamente grotesco, que busca la erotización de lo terrible, de la deformidad, de la mutilación, de los elementos que asociamos con la propia fisicidad del horror.
Es un concepto que encaja, en cierto modo, con la idea expuesta por Freud acerca del eros y el tánatos –de la pulsión de vida y la pulsión de muerte–, de cómo el erotismo y los impulsos aparentemente opuestos de muerte, dolor y destrucción van inextricablemente unidos en la experiencia humana y en su expresión artística.
A todo ello se le suma ese elemento del nonsense, del absurdo, porque detrás de todas esas expresiones culturales hay una especie de mirada desesperanzada hacia el ser humano, por una parte muy lúdica (e incluso con su dosis de crítica social), pero, sobre todo, es índice del absurdo de la existencia humana; en un mundo donde cosas como la mutilación y la exhibición gráfica de la violencia se convierten en sensualidad pura, en fetichismos eróticos, se convierten en una incitación al carpe diem.
En el prólogo, ‘Eroguro: el lado oscuro de Japón’, haces referencia a sus raíces espurias como género, indicando que es “un producto bastardo de una época y lugar concretos, los años veinte y treinta en Japón”.
El ero-guro es un género de géneros, un metagénero o un transgénero que participa de muchas expresiones culturales distintas y de muchos elementos bastardos; fundamentalmente, es un género bastardo, porque también surge a principios del siglo XX en un momento en el que Japón se está abriendo a Occidente, se está abriendo a la influencia no solo de Estados Unidos, sino también a la que provenía de la URSS y de todos los ámbitos occidentales, con todas sus vanguardias, con todos sus ismos.
¿Qué elementos singularizan a esta corriente cultural para radicarse y evolucionar con tal grado de excepcionalidad en Japón?
Se puede pensar que todo ello podemos aplicarlo a, prácticamente, todas las expresiones culturales del mundo entero, de la cultura occidental: sea el Marqués de Sade en Francia y toda la tradición decadentista y perversa de la literatura francesa o de la inglesa, con Oscar Wilde; obviamente, la gran figura central, muy importante para el desarrollo del ero-guro en Japón, es la Edgar Allan Poe (el santo patrón del ero-guro).
A pesar de que eso es cierto y se refiere a una experiencia universal del ser humano, en Japón adquiere unas tonalidades muy propias y distintivas. Japón, por sus características físicas y geográficas, por su aislamiento de Occidente y tardar tanto tiempo en integrarse en su corriente cultural, desarrolla estas inquietudes, esos elementos mórbidos y esta estetización del mal, de la violencia y de lo perverso, de una forma particularmente extrema.
Por una serie de condicionantes, que se abordan y reflexionan en el libro, podemos incluir que Japón es una sociedad muy tradicionalista, una sociedad donde ha habido siempre, salvo en breves períodos de su historia, un gran control jerárquico de los comportamientos sociales y culturales de la población y, por tanto, una especie de censura especialmente potente por parte del emperador y del Estado. Bajo ese régimen feudal e imperialista, que presionaba tanto sobre las formas de expresión vinculadas con la sensualidad, el erotismo, la violencia, etc., se provocó que esa presión hiciera salir a los fantasmas libidinales de una forma radicalmente perversa, por comparación con la nuestra.
¿En qué territorios de la creación debemos encontrar los antecedentes, causas, motivos e influjos del ero-guro?
En ese momento hay un gran movimiento joven en Japón que quiere modernizar el país en todos los sentidos, y uno de ellos también es el sentido estético y cultural. Recibe con los brazos abiertos el cine expresionista alemán y toda esa serie de películas fantásticas y morbosas, como ‘El Gabinete del Doctor Caligari’, ‘Nosferatu’, etc., ideas del futurismo y el constructivismo, el cubismo, la deconstrucción del cuerpo humano y todo tipo de ideas vanguardistas.
Pero, al mismo tiempo, encaja, que es lo importante –de ahí esa idea netamente bastarda y japonesa del fenómeno, que lo diferencia y lo distancia del resto de esas expresiones erótico-grotescas que podemos encontrar en otras tradiciones culturales occidentales–, en un terreno muy abonado, como el teatro Kabuki, la época dorada de las artes gráficas japonesas, como el grabado Ukiyo-e, que empieza alrededor del siglo XVI y continúa hasta el siglo XIX, donde aparecen dos fenómenos concomitantes con el ero-guro y que lo nutren.
Normalmente, cuando hablamos de Ukiyo-e pensamos en las bonitas vistas del monte Fuji, de Tokio, pero, aparte de esto, existían también los llamados “grabados de primavera”, entendiéndose “primavera” como un eufemismo para sexo, para erotismo, que llegaron a ser terriblemente explícitos, hasta que en un momento determinado el emperador dictó un edicto que prohibía esas expresiones pornográficas que, sin embargo, el pueblo japonés había asumido hasta entonces como perfectamente lícitas.
Por otra parte, tenemos los grabados Muzan-e, que vienen a traducirse como “grabados sangrientos”, y que eran la manera en que los artistas gráficos japoneses, cuando no existía la fotografía e inlcuso cuando ya empezó –pero era demasiado cara para la mayor parte de los medios periodísticos japoneses–, representaban con todo lujo de detalles los crímenes populares de la época.
Era la página de sucesos, pero en lugar de recurrir o utilizar una fotografía, publicaban un maravilloso grabado en madera que representaba, por ejemplo, al samurai que degolló a su mujer y sus dos hijos y, después, se ahorcó, y lo hacían recurriendo a todo tipo de elementos coloristas y truculentos.
Por tanto, ya el propio Japón había generado una serie de tradiciones de lo grotesco, de lo erótico, muy ligadas entre sí; una concepción particularmente exótica a nuestros ojos de todo lo que eso conlleva, muy diferenciada de la occidental, y al choque y la influencia del exterior, de la llegada y recepción de la obra, principalmente, de Edgar Allan Poe, obras divulgativas como las de Freud o como el ‘Psychopathia sexualis’, de (Richard) von Krafft-Ebing –que conoció varias traducciones al japonés–.
Un aperturismo cuando, curiosamente, en Japón había mucha censura para lo interior, pero lo extranjero en ese momento se veía como particularmente chic, un signo de modernidad, sobre todo en el período Taiso –que fue un período muy corto, de un emperador muy débil (que son los mejores emperadores que se pueden tener)–, que permitió, precisamente, que entraran todas esas influencias modernizantes occidentales.
¿De qué modo se reciben esos céfiros modernizantes en el horizonte de las circunstancias políticas, literarias y artísticas imperantes?
De ese encuentro, de todas esas tendencias, de la novela popular occidental, la novela policial, de crimen y misterio, los primeros atisbos de ciencia ficción, la literatura, sobre todo, decadente, surge una gran reacción contra un realismo social, digamos, de primer cuño que hubo en Japón, a imitación de las novelas y las ideas de [Émile] Zola o del primer [Gustave] Flaubert, etc.; una reacción esteticista y espiritualista, en cierto modo.
Curiosamente, el ero-guro, con todo lo que tiene de fisicidad y perversión, es también un género muy simbolista. De todas esas fusiones surge este gran monstruo maravilloso que es el ero-guro, porque fueron unos aires de libertad absoluta los que se vivieron en esos años 10 y 20 en Japón, hasta incluso los primeros 30 o, prácticamente, hasta la entrada de Japón en la II Guerra Mundial, momento en el que el gobierno japonés pretende resucitar el espíritu imperial y militarista necesario, patriótico, para invadir el resto del mundo y para llevar su idea del orden y del concierto al resto de Asia.
Obviamente, el ero-guro, con toda esa carga de nihilismo, de visión sórdida de la humanidad, de sacar a la luz el lado oscuro de los seres humanos –en relatos, por ejemplo, como ‘La oruga’, de Edogawa Rampo, escritor que se hizo llamar así en honor a Edgar Allan Poe–, era lo que menos convenía a la ideología militarista y totalitaria del Japón que ya se preparaba para entrar en la II Guerra Mundial y para conquistar a sus vecinos asiáticos.
El ero-guro fue algo que transpiraba por toda la sociedad nipona. El término se le atribuye al gran escritor japonés Yasunari Kawabata, –que luego sería ganador del Premio Nobel–, que en su primera novela, muy vanguardista, ‘La pandilla de Asakusa’, dice que en los años 30 todo en Japón transpiraba erotismo, grotesco y absurdo, y de ahí surgió esa etiqueta. El ero-guro propiamente dicho muere con su expansión imperialista y colonial en Corea del Sur y en Manchuria, pero, verdaderamente, no muere nunca, porque en realidad pasa a formar parte del propio riego sanguíneo de la cultura japonesa y se imbrica absolutamente en ella.
Pasada la II Guerra Mundial, la gran catástrofe que dejó a Japón reducida a cenizas prácticamente –no solo Hiroshima y Nagasaki, con el terror atómico, sino también Tokio, que fue pulverizada por los bombardeos– fue el escenario ideal para que esas ideas de erotismo desesperado, de revalorizar las experiencias del cuerpo humano y de llevarlo a sus límites, volvieron a surgir no solo en la literatura, sino en nuevas formas que previamente no había podido reflejar el ero-guro de la novela, porque no era el momento adecuado ni desde el punto de vista histórico ni tampoco de las propias capacidades de esos medios de expresión artística, como el cine y el manga.
¿Qué papel debe atribuírsele al manga en el fenómeno presente del ero-guro?
El manga ha sido el gran embajador de la cultura popular japonesa y, por tanto, gran embajador del ero-guro, a través de la obra de mangakas como Hideshi Hino, Suehiro Maruo o Shintaro Kago, de quien es la portada del libro, y de los que también se ocupa un artículo del volumen. El cine y el manga van a hacer que el ero-guro llegue hasta nuestros días gozando de un excepcional grado de salud.
¿Cuáles han sido los principales motivos que han refrendado la necesidad de abordar este ensayo polifónico?
Uno de los impulsos principales del que surgió el hacer el libro sobre ero-guro fue que la propia editorial Satori estaba publicando más y más autores de este género en la colección de ficción, pero también en la de clásicos estaban dando a conocer a autores no solo consagrados y más conocidos, como el caso de [Junichiro] Tanizaki –de quien debemos apuntar que más de la mitad de su obra es ero-guro, aunque muchas veces no se dice–, sino también obras inéditas de Edogawa Rampo –el gran personaje central del género–.
A estos debemos añadir a Kyusaku Yumeno –que estaba inédito en nuestro país– o Ango Sakaguchi, autor de ‘En el bosque, bajo los cerezos en flor’. Todo este tipo de escritores que antes eran prácticamente desconocidos aquí o, en algunos casos, mal traducidos del francés o del inglés, Satori lo estaba dando a conocer.
A través de esas lecturas, me di cuenta de que no existía ningún libro que diera el marco referencial para encajar a todos esos autores y los temas de los que hablaban y su universo ero-guro, que además tenía esa extensión, después de la II Guerra Mundial, hacia el cine y hacia el manga.
En manga había salido mucho editado, muchas publicaciones que se habían agotado, pero que ahora se están editando; por ejemplo, en Glenat y en otras editoriales se estaba publicando a Suehiro Maruo, que adapta muchas obras de Edogawa Rampo y de Kyusaku Yumeno, etc., pero también otros mangakas cercanos al ero-guro, como Junji Ito, como Hideshi Hino –que, a su vez, también es un director de cine de terror ero-guro–.
También en los festivales de cine y en el mundo de los aficionados al cine oriental, directores muy prestigiados e interesantes, como Sion Sono o como Takashi Miike, en las útimas décadas, habían utilizado el género del ero-guro para muchas de sus obras, adaptando, en algún caso, obras literarias, pero siempre muy cercanos al ero-guro; y otros clásicos de los años 60 y 70, como el propio autor de ‘El imperio de los sentidos’, Nagisa Oshima, y otros menos renombrados, que poco a poco se han ido dando a conocer, como Seijun Suzuki, tenían que ver con ese universo.
Y, una vez más, te encontrabas con que no había ninguna obra que permitiera acceder al contexto general que, de alguna manera, unificaba todas esas películas, cómics y obras literarias, y que diera también el marco histórico y teórico para fundamentar la existencia del ero-guro, el porqué era así y no solo las anécdotas del nombre del género, sino la naturaleza particular de la expresión de lo erótico-grotesco en Japón, las vicisitudes históricas a las que se debe su aparición, que tienen que ver con fenómenos como el terremoto de Kanto a principios de siglo XX, hasta cómo desaparece al llegar la II Guerra Mundial por la intromisión, cada vez más brutal, de la censura militar, etc.
¿Qué tipo de publicaciones y ensayos existían sobre la materia hasta el momento?
Había libros en el extranjero, en inglés y en francés, pero fundamentalmente tesis doctorales publicadas en forma de libro y, sobre todo, centrados más en el aspecto sociológico que en literario y cultural. Porque, efectivamente, el ero-guro, más que un género literario en sí mismo, era una corriente histórica, artística, que impregnaba todo. A ese respecto, sí que hay un par de libros que lo abordaban, pero que paraban todos con el final de la era del ero-guro en los años 30 y que dejaban de lado expresiones contemporáneas y populares, como la novela de género, el manga, el anime, el hentai, el porno, etc.
Todo eso faltaba, por eso creo que, realmente, el libro es único (en España, desde luego, al 100 %) e incluso diría que a nivel internacional no existe ninguna otra publicación que se haya atrevido a abordar el ero-guro desde las distintas ópticas, medios y géneros en los que te lo encuentras.
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