El jardín de la naturaleza, de Paco Caparrós
Fundación Bancaja
Plaza de Tetuán, 23 Valencia
Hasta el 26 de mayo de 2019
“Naces y caes en la urdimbre”, dijo Paco Caparrós para referirse a la trama vegetal reflejada en sus paisajes. Una palabra que también utilizó José Luis Cueto, comisario de la exposición El jardín de la naturaleza, que hasta el 26 de mayo permanecerá en la Fundación Bancaja. Urdimbre que, a modo de trama, permite acercarse a la obra del artista sin caer en el abismo de esa otra naturaleza más desgarrada, más abierta en canal por los temblores de la tierra. Temblores que se perciben en la muestra de Caparrós, pero amortiguados precisamente por esa urdimbre de los bosques y paisajes a los que acude para limpiarse por dentro del trajín diario.
Cueto se refirió al título de la exposición como homenaje al fotógrafo Karl Blossfeldt y su libro El jardín maravilloso de la naturaleza publicado en 1932, al que despoja en este caso del adjetivo para centrarse en el sustantivo: “El jardín alude a la naturaleza, pero controlada y amable”. Sin embargo, fue el propio artista quien se encargó de agitar esa naturaleza en calma, apelando a la “urdimbre mental en la que vivimos todos los días”. De manera que el comisario introdujo la idea de otras “urdimbres más hostiles”, refiriéndose después a la “hojarasca” como “territorio denso” más “peyorativo”.
“Trato de neutralizar lo que es esa vida del trabajo, las empresas y las nóminas, con estas fotografías que son para mí el reencuentro con el yo interior”. De forma que Caparrós entiende así la naturaleza “como válvula de escape”, una mirada al paisaje “como equilibrio entre el yin y el yang”, los dos conceptos del taoísmo que representan a dos fuerzas opuestas. Los paisajes que Caparrós fotografía, para después manipular en la pantalla del ordenador, poseen esa doblez del tejido vegetal que encubre lo real de la naturaleza, al tiempo que entre sus “formas, sombras y ramajes” se vislumbra “lo terrible que todavía podemos soportar”, en expresión del poeta Rilke.
Por eso Caparrós, ante la pregunta de si le interesa más la belleza que los dramas de la naturaleza, no dude en contestar: “La belleza y el drama están unidos. La naturaleza es vida y es muerte”, en la que “hay momentos de belleza y de tristeza”. La belleza salta a la vista en las 34 fotografías que integran la exposición, ya sea en las arboledas sobre madera, las secuoyas en aluminio, las estructuras verticales sobre tela o metacrilato, o las emboscaduras sobre tablero. Y la tristeza se deja entrever allí donde la propia belleza anuncia un tiempo que languidece. “Siempre trabajo con el tiempo”, remarcó el artista.
“Estamos en espacios que nos anteceden y son intemporales”, apuntó Cueto, quien fue más lejos: “Nos emparentamos con los 30.000 ó 40.000 años del arte” y sus múltiples huellas depositadas a lo largo del tiempo. Caparrós diríase que rastrea esas huellas (“manipula las fotos de una manera casi biológica”, dijo del artista el comisario), con el fin de sentir la milenaria existencia que le diluye en un cosmos trascendente. “Es como entrar en otra dimensión”, destacó Cueto refiriéndose a cierta mística emparentada con la obra de Rothko.
También aludió el comisario a la película Vértigo, de Alfred Hitchcock, y a la secuencia en la que Carlota Valdés (Kim Novak) desaparece tras una gran secuoya, como símbolo del tiempo que atesora su enorme tronco. La figura y el fondo: la urdimbre y el drama al que nos enfrentamos cuando se produce el desgarro de su trama. Caparrós se adentra en esa naturaleza para dar cuenta de su tejido, de la importancia que tiene para el ser humano la malla que nos protege del abismo. “Recuerda a las urdimbres de las sinapsis emocionales o los mapas de carretera. Es una amabilidad intemporal, a pesar del puro caos”, señaló el comisario, quien aludió al poeta visual Joan Brossa, cuando le dijo al músico Carles Santos: “Usted toca, pero qué más”.
Ese “qué más” es el que Cueto percibe en la obra de Paco Caparrós, siempre al acecho con sus fotografías de ese instante fugitivo que se pretende inmortal. “Utilizo el lenguaje de forma gráfica, mediante fotografías” que empezó a tomar con apenas cuatro años, por inspiración paterna. Fotografías que a juicio del comisario “amplían la experiencia de lo visible”, como el poeta amplía la percepción del mundo tras encontrar en las palabras nuevos sentidos.
“La vida es un proceso. Nada está acabado. El proceso se detiene ahí, en la exposición presentada”, señaló Caparrós, a quien el comisario siguió, refiriéndose a Picasso (“los cuadros no se terminan, se abandonan”) y a Borges (“publico para dejar de corregir”). Y, de nuevo, la urdimbre, cuando el artista aludió a ese “ruido continuo de nuestro alrededor”, que el tejido o malla de sus fotografías ayudan a mitigar: “Esta urdimbre es como un reencuentro con uno mismo, la serenidad”, concluyó. La belleza de sus paisajes conteniendo el drama de la vida que se cuela entre los ramajes.
Salva Torres
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