‘Doble
dirección’, de Antonio Tone y César Goce
Plastic Murs
Denia
45, València
Hasta el 27 de diciembre de 2019
Nuestra existencia está marcada por la dualidad. Empezando por el funcionamiento mismo de la respiración o el ritmo del corazón y siguiendo con innumerables aspectos de nuestra vida, tanto personal como social. Cualquier decisión se debate entre el sí y el no; el presente discurre fugaz entre el inexorable pasado y el incierto futuro; el otro puede ser nuestro mayor aliado o nuestro peor enemigo. Polaridad, dialéctica, lucha…, matizan, confrontan y rebaten el concepto de unidad que se perfila como una entelequia inalcanzable. A principios del siglo XX, el cubismo desarticuló la visión unitaria impuesta por la perspectiva central renacentista del cuadro concebido como ventana abierta al mundo. La unidad del objeto estalló en mil pedazos. La fragmentación abrió las puertas de par en par a nuevas exploraciones del contexto. El principio collage situaba en un plano de igualdad plástica la fusión entre representación y presentación, entre ficción y realidad. El cristal de la veduta renacentista estalló hecho añicos. A través de sus pedazos, desde entonces, los artistas siguen mirando todo aquello que les rodea.
El arte y su doble, la vida y el arte, son binomios recurrentes que conforman esa dualidad genética y congénita del ser humano. Buena prueba de ello son las convulsas relaciones del hombre con la naturaleza. La naturaleza humana derivó naturaleza urbana, algo que se ha exacerbado exponencialmente desde el siglo XIX. Precisamente, la ciudad es el campo de operaciones de estos dos artistas que han decidido aunar sus voluntades en este singular proyecto expositivo: ‘Doble dirección’. Dirección dual que señala varios aspectos a considerar. El primero remite al hecho de ser dos artistas que replican, en cierta medida, algo que suele ser habitual en la calle: abordar de forma conjunta pintar un muro. El segundo encierra claras connotaciones urbanas, una vía por la que se puede circular en ambos sentidos. Aún habría otro significado impreso sobre este signo: esa identificación entre vida y camino (Machado y tantos otros…) que se actualiza y acelera. Un tercer aspecto alude a los lenguajes plásticos de ambos artistas. El de César Gómez, de claras derivas figurativas; el de Antonio Tone, de concienzudas referencias abstractas. Los dos evidencian una común inclinación por la noche y sus sombras fugaces, por esas luces nocturnas que todo lo animan de un modo un tanto espectral, por la fugacidad con la que las ilusiones se suceden y las formas se transforman.
La pintura de C. Gómez se resuelve en un juego complejo que bebe en las fuentes del collage, o mejor, del foto-collage pictórico de transparencias que se superponen fragmentariamente, en línea con el planteamiento derridiano del palimpsesto (esa deconstrucción que tanto ha dado que hablar en las últimas décadas). Las diferentes partes de esas visiones cristalinas no sólo se yuxtaponen en el espacio bidimensional del cuadro, sino que se superponen en el tiempo del registro vivencial, del proceso reflexivo de la experiencia.
Las obras de A. Tone remiten en primera instancia a una abstracción geométrica de rigurosa y concienzuda factura. El uso del color –cargado de una alta intensidad lumínica– genera un movimiento perceptivo que agita en profundidad la aparente planitud nocturna tan característica de su trabajo. El uso de formatos trapezoidales rompe decididamente con la ortogonalidad al uso. Una vez más, el movimiento implícito en la ruptura (que necesariamente sugiere el paso del tiempo) dinamiza la mirada y la mente del espectador.
Mención aparte requieren las dos obras creadas al alimón y ex profeso. Dispuestas especularmente una frente a la otra, denotan una capacidad de síntesis y flexibilidad, de diálogo e integración, francamente notables. El día y la noche, la luz y las sombras, la figuración y la abstracción, la geometría y la expresividad, la imagen y la palabra…, suponen una invitación no ya a mirar detrás del espejo (sin el permiso de Alicia), sino a jugar con las infinitas posibilidades de ese cristal que no se ve pero no deja de estar. Belleza frágil y fugaz que trata de fijar el tiempo material de la buena pintura.
Juan Bautista Peiró
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