Moripod, de Nacho Carbó
The Blink Project
C / Carrasquer, 6. València
14 de febrero de 2020
“La relación de la arquitectura con la naturaleza viene de largo, es muy vieja, pero últimamente se ha ido produciendo un cambio de paradigma acerca de lo que está pasando y así es como la arquitectura vuelve a la naturaleza de otra forma”. El arquitecto Nacho Carbó se hace eco, a su manera, de ese cambio, en la exposición Moripod, acrónimo de Bombyx Mori (cierto gusano de seda) y Pod (receptáculo). Lo hace en la galería The Blink Project, ubicada en el barrio de Velluters, al que Carbó rinde de esta forma homenaje evocando a los viejos artesanos de la seda que tanta fama dieron durante siglos a Valencia.
“Me pareció interesante traer el tema de la seda al proyecto, porque la sala donde expongo está en Velluters, que es el barrio donde tradicionalmente estaban los artesanos que trabajaban la seda”, señala quien utiliza la escultura para tamaña evocación. La idea del gusano de seda, “como un organismo que genera un refugio con los hilos de seda, para luego dormitar y proceder a la metamorfosis”, vertebra el conjunto expositivo. “Es una arquitectura natural, producto de la idea de refugio, de la idea de cambio”, que Carbó liga al barrio y a la calle donde se ubica The Blink Project, para jugar con el concepto del interior y el exterior.
“Yo planteo la vinculación entre arquitectura y naturaleza y, más concretamente, la naturaleza en cuanto a sus crecimientos orgánicos. Hay ecuaciones y algoritmos matemáticos que me parecen fascinantes, porque son los que generan las formas a las que estamos acostumbrados en la naturaleza y que tienen no solo una belleza enorme, sino que poseen unas leyes intrínsecas, como sucede en las bandadas de pájaros que hacen que no choquen entre sí o las estructuras de tipo fractal”, subraya Carbó, a quien le gusta que la gente se acerque a las esculturas y las observe desde distintos puntas de vista.
“Siempre hay un juego de interior, exterior, de juegos de sombras, de concepción del espacio. El mundo urbano de la calle, como paradigma de la ciudad occidental que todos conocemos, y este interior de galería de arte donde estás como en otro mundo, sin saber muy bien cuál es”. Un mundo repleto de formas tan bellas como inquietantes. “Hay algo de voyeur, pero sobre todo de despertar la curiosidad acerca de lo que hay dentro. La mirada es lo que activa el proyecto, incitándote a mirar en su interior”.
El caparazón alargado del gusano de seda que preside la exposición, mezcla de dureza, “que sería este corazón de hierro”, precisa Carbó señalando al interior del refugio, y de fragilidad, por esa médula de junco y algodón que lo recubre, da pie a lecturas tanto estructurales como naturales: “Cuando te metes a investigar descubres la misma geometría en una curva que has generado matemáticamente en el estudio con tu ordenador, que en lo que acaba pareciendo una traquea. Hay como una geometría intrínseca a la vida”.
Lo mismo sucede con el relieve practicado en una de las paredes de la sala, a modo de herida abierta que vuelve a generar vínculos entre lo abierto y lo cerrado, la arquitectura espacial y sus apariencias orgánicas. “Este es un espacio cartesiano clarísimo, un cubo blanco, completamente cuadrado, en el que introduces esa dualidad de lo orgánico, de lo blando, de lo que flota y diluye las fronteras espaciales”, explica Carbó, admitiendo ese punto de misterio en su obra. “Sí tiene un punto inquietante, por cuanto esta pieza cuestiona esa rectitud de la caja blanca y de la pared, que tú das por hecho que es dura, de ladrillo y, de repente, te planteas si hay algo delante, detrás, y surge esa inquietud”.
Todo el proceso de trabajo dice que está realizado con calor y con agua, y con la propia memoria de las fibras del material. “Procesos físicos y químicos naturales: cuando lo mojas, se hace flexible y moldeable, y cuando lo secas, coge esa resistencia y esa dureza. Es mirar también la matemática de otra forma, a través de la obra plástica”. Como buen arquitecto que es, habla del cliente (“en arquitectura estás a su servicio”), y de cómo ahora el cliente es él mismo poniéndose a la escucha de las esculturas.
“A mí lo que más me interesa de la arquitectura es su poética: la poética del espacio, la capacidad para hacerte pensar, para cuestionarte el mundo. Adonde la disciplina no me deja llegar, por las imposiciones del día a día, aquí te permite llevar esa reflexión en un proceso de ida y vuelta entre la escultura y la arquitectura, en un diálogo a dos bandas”. También diálogo entre la luz diurna y la nocturna de la sala abierta a la calle a través de su gran escaparate de cristal.
“Hay una diferencia enorme entre el día y la noche, claro. La transparencia del algodón de la pieza Moripod durante el día, contrasta con el comportamiento distinto que adquiere por la noche, donde se enfatizan más las sombras y éstas colonizan el espacio”. La muestra se completa con cuatro dibujos (Atlas de las arquitecturas vivas): grabados sobre láminas de silicona médica, que remiten de nuevo al cuerpo humano, a aspectos más táctiles y materiales. “Unas formas se van más hacia la arquitectura, otras hacia el mundo biológico, hacia la escultura, pero siempre jugando con los límites”, concluye.
Salva Torres
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