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En el 90 cumpleaños de Clint Eastwood
Imagen de portada: MAKMA diseña
Domingo 31 de mayo de 2020
Hay muchas maneras de encarar el cine de Clint Eastwood, siendo la más común aquella que o bien lo exalta, poniendo el énfasis en la atracción que ejercen sus personajes más violentos, en tanto vienen a poner a raya cierta maldad que nos enerva, o bien la contraria, caracterizada por denostar la actitud machista de sus personajes, en películas que vendrían a rezumar el aire contaminado del matón que las protagoniza. Son, en el fondo, la misma manera de perder de vista lo que gran parte de su cine destila: la dificultad del ser humano para encontrar un sentido a la existencia, allí donde ésta se descubre habitada por una violencia que nos desconcierta.
Si bien es cierto que en sus primeras películas, sobre todo las que protagonizó bajo la dirección de Sergio Leone (‘Por un puñado de dólares’, ‘La muerte tenía un precio’ y ‘El bueno, el feo y el malo’) o aquellas otras más polémicas encarnando al duro detective Harry Callahan (‘Harry el sucio’, ‘Harry el ejecutor’, ‘Impacto súbito’ y ‘La lista negra’), Clint Eastwood mostraba el rostro impenetrable de quien se sabe amo de la violencia (“El mundo se divide en dos categorías: los que tienen el revólver cargado y los que cavan. Tú cavas”, dice en la que cierra la trilogía con Leone), lo cierto es que poco a poco ha ido puliendo esa roca dura para ofrecernos las aristas más complejas de esa actitud vital.
Son muchas las que vendrían a refrendar ese trayecto del sujeto enfrentado a la complejidad de la vida, caracterizada por la violencia del sexo y de la muerte, aunque bien pudieran bastar como ejemplos las siguientes: ‘El fuera de la ley’, ‘El aventurero de medianoche’, ‘Cazador blanco, corazón negro’, ‘Sin perdón’, ‘Los puentes de Madison’, ‘Mystic River’, ‘Million Dollar Baby’, ‘Gran Torino’ y ‘Mula’. En todas ellas, sin excepción, los sujetos que las protagonizan deberán afrontar lo real de la experiencia humana, que ya decimos gira en torno al sexo y la muerte, con el miedo y la determinación de quien libra una batalla consigo mismo de la que, salga o no victorioso, sabe que ha merecido la pena entablar.
¿Podríamos hablar, en estos casos, de sujetos heroicos? Sin duda, aunque para ello se haga necesario precisar en qué consiste esa heroicidad. En cualquiera de las películas antes mencionadas, y en otras cuantas omitidas para no hacer más extensa la nómina, por muy duras que sean las situaciones que deben encarar sus protagonistas, estos hacen gala de una energía que va más allá de su simple fortaleza física. En ‘El aventurero de medianoche’ (Honkytonk Man, 1982), por poner un ejemplo, el cantante de country Red Stovall, que sufre de tuberculosis, emprenderá un viaje a Nashville acompañado de su sobrino Whit, para una audición que representa su oportunidad de triunfar en la música. Sacando fuerzas de flaqueza, ya que la enfermedad le va consumiendo por dentro, Stovall grabará a duras penas un disco que viene a concentrar la energía vital que lega el tío a su sobrino.
En todo el cine del más maduro Clint Eastwood se repite esa travesía del sujeto por la inclemente vida. Su masculinidad, tan extemporánea dado el descrédito del que goza tan manoseado sustantivo, viene a ser sinónimo de coraje ante la muerte y de energía que trasciende los límites de lo soportable. Allí donde, como apunta el filósofo Fernando Savater con relación a la novela moderna, reina la desazón del hombre traicionado por todas las historias, Clint Eastwood ha levantado una serie de relatos en torno a lo contrario: la épica del sujeto confrontado a la verdad última del ser, que no es otra que aquella que le lleva a plantarle cara al sinsentido de la vida, saliendo victorioso por la dignidad con la que afronta su última derrota.
Así sucede, por ejemplo, en ‘Gran Torino’ (2008), donde el anciano Walt Kowalski se enfrentará a la violencia que protagonizan una serie de bandas asiáticas, en perpetua lucha tribal, para ir dejando huella en el joven y pacífico Thao, cuya no violencia le sirve de bien poco en ambiente tan extremo de mortífera rivalidad. Solo el sacrificio, al igual que sucediera en ‘El aventurero de medianoche’, del sujeto al límite de sus posibilidades, terminará abriendo un horizonte de sentido a modo de legado tras la muerte.
Como dice Josey Wales en ‘El fuera de la ley’ (The Outlaw Josey Wales, 1976), “morir no es forma de vivir”. De ahí que el cine de Clint Eastwood, aunque caracterizado por la violencia que imprime la constante muerte, sea un cine vital, por cuanto coloca en el centro de la escena tan letal presencia, para mostrarnos la energía con la que sus protagonistas la encaran. Su masculinidad si está reñida con algo no es tan solo con la feminidad que se le resiste, y que en sus películas deja un rastro engañoso de misoginia, sino con la muerte que pone a prueba la fortaleza que poco a poco vamos perdiendo.
El cine de Clint Eastwood, cuyos 90 años recién cumplidos van acotando el cierre de su filmografía, se halla atravesado por esa extemporánea masculinidad con la que el director de Carmel (California) afronta la violencia, el sexo y la muerte. “Cuando matas a alguien no solo le quitas todo lo que tiene, sino también lo que podría llegar a tener”, dice Will Munny en ‘Sin perdón’ (The Unforgiven, 1992). Esa conciencia de la muerte, que los seres humanos olvidamos para poder vivir, es de la que se hace cargo Clint Eastwood en sus películas. Una conciencia que, en su caso, he ahí la rotundidad de su producción artística, remueve las nuestras si queremos correr el riesgo de sentir una verdadera experiencia vital.
Salva Torres
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