#HomenajeMAKMA
Serie ‘Fahrenheit 451’
Con motivo del centenario del nacimiento de Ray Bradbury (1920-2012)
Miércoles 2 de septiembre de 2020
De haber llegado a los 100 años (alcanzó los 91), Ray Bradbury hubiera comprobado, complacido, que su obra ha dejado huella y su figura permanece en la memoria colectiva. Numerosos artículos sobre su legado se han publicado con motivo del centenario de su nacimiento, un 22 de agosto en Waukegan (Illinois). El volumen, variedad y vigencia de su obra, por una parte, y la simpatía que inspira su figura explican esta caudalosa evocación acompañada de la reedición de algunos de sus títulos. ¿Leen los jóvenes de hoy a Bradbury? Esa es una pregunta a la que no podemos responder.
Con la serie ‘Fahrenheit 451‘ que reúne una docena de entrevistas a otros tantos escritores, MAKMA rindió homenaje al escritor estadounidense. Aquí profundizamos en la trayectoria de un ‘Hombre Libro’ que se alimentó y vivió entre ellos, además de producirlos.
Trabajador infatigable, Bradbury escribió 600 cuentos y 30 libros no sólo de ficción, también ensayos, poesía y teatro, amén de artículos y guiones como el de la película ‘Moby Dick’ de John Huston. Una especie de predestinación, pues la novela de Melville sobre la caza de la ballena blanca fue una de la lecturas que marcó su infancia junto a los relatos de Edgar Allan Poe o Edgar Rice Burroughs. Traducida a 36 idiomas y con ocho millones de ejemplares vendidos, su obra ha colonizado el planeta Tierra. A partir de los doce años escribía unas mil palabras al día y un cuento a la semana. “Es imposible escribir 52 cuentos malos seguidos”, decía con su talante optimista.
¿Cuál fue su preferido? Desde el más allá responde. En la lápida de su tumba en el cementerio de Westwood, donde yace entre estrellas como Marilyn Monroe o Janis Joplin, reza el epitafio: “Autor de Fahrenheit 451”. Sin duda fue su título más conocido gracias a la película de Truffaut (hay otra de HBO) y sobre todo al caracter profético de su mensaje. No se queman los libros, pero cada vez se leen menos. “Todo lo que la vida te quita, te es devuelto de otra manera”, le dice el capitán Beatty a Guy Montag: “La vida es sufrimiento. Sobrevivir es encontrar sentido a ese sufrimiento”.
Una forma de visualizar la infancia del Ray es la magnífica serie ‘Carnivàle‘ (2003), creada por Daniel Knauf, que cuenta las vicisitudes de unos feriantes que recorren Oklahoma en plena Gran Depresión. Circos y ferias ambulantes llegaban al pueblo de Waukegan donde vivían los Bradbury a inyectar una dosis de magia y fantasía a rutinarias existencias. El pequeño Ray fue especialmente sensible a esos baños de irrealidad, personajes exóticos y esperpénticos que espoleaban su fértil imaginación de niño introvertido y soñador. Como Mr. Eléctrico, que dejó en él profunda huella.
En esos años claves vivió la muerte de dos de sus hermanos y de una niña amiga suya, que se internó en un lago y nunca regresó. En su cuento ‘El lago’ (1942) rememora el triste suceso. Aunque de escasos recursos económicos, su familia no carecía de poso cultural. Una tía suya fomentó su amor a la lectura en la Biblioteca Carnegie de su pueblo y una de sus antepasadas fue una de las mujeres acusadas de brujería en Salem que sobrevivó al juicio y alcanzó avanzada edad.
Debido a la precaria situación económica por el crack del 29, la familia Bradbury tuvo que mudarse en varias ocasiones, hasta instalarse en Los Ángeles, la meca del cine y de los sueños. Allí, el joven Ray inicia la carrera literaria y con 20 años comienza a publicar cuentos en revistas como Weird Tales, Amazing Stories o Planet Stories.
Aunque no pudo ir a la universidad y tuvo que ganarse la vida durante varios años vendiendo periódicos en las calles, aprovechó su tiempo libre para formarse en las blibiotecas públicas, a las que acudía tres veces por semana. Fue en el sótano de la de Los Ángeles donde, en 1953, escribió ‘Fahrenheit 451’ en un tiempo récord: nueve días, con una Remington alquilada por un total de diez dólares.
Bradbury no fue un autor intelectual, sino un poeta y un humanista del futuro, como lo definió José Luis Garci en su biografía publicada en los 70. Más que anticipar un porvenir más o menos lejano y plausible, sus relatos analizan la naturaleza humana. El eterno dilema entre la empatía y compasión contra el afán destructivo y depredador del hombre, capaz de acabar con planetas enteros. No iba de profeta, sino de moralista en el buen sentido del término. No le gustaba ser etiquetado como autor de ciencia ficción, sino como autor de novelas fantásticas, porque, como él decía, hay que injertar la fantasía en la realidad si se quiere tener una existencia digna de ser vivida.
Con su mujer Maggie McClure tuvo cuatro hijas, fue amigo y gran admirador de Walt Disney y fan de Fellini, a quien conoció en un viaje a Italia. Jamás usó ordenador, pero destrozó numerosas máquinas de escribir. Desde la máquina casi de juguete que le regalaron sus padres a una Underwood 5, una Royal KMM y una Remington, entre otras muchas. Y allí donde ahora esté, posiblemente seguirá dándole a la tecla.
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