‘Matar a Pinochet’, de Juan Ignacio Sabatini
Chile, Argentina, España
Cines Lys
Paseo de Ruzafa 3, València
Hay algo, más allá de la supuesta nobleza y justificación del acto terrorista, que subyace en el ánimo de cuantos deciden tomar las armas para resolver los conflictos con el poder autoritario, germen de su inusitado malestar. Lo concita Cecilia, alias Tamara, papel que encarna Daniela Ramírez, cuando dice lo siguiente en un momento de la película ‘Matar a Pinochet’, de Juan Ignacio Sabatini: “Se llama Siglo XX [a la operación destinada a acabar con el dictador chileno], porque vamos a cambiar la historia”.
Nada más y nada menos: cambiar la historia. No está de más atender al modo en que la propia Cecilia, nombre familiar que ha de ocultar bajo el de Tamara para la preparación del atentado contra Pinochet, se tumba en la orilla del mar dejando que el agua la bañe como queriendo abrazarse a la naturaleza en su totalidad. Sentimiento oceánico, por seguir al psicoanalista Sigmund Freud, que rima con ese otro de igual calado, encaminado a modificar el rumbo de la historia.
Sabatini, que arranca la película con imágenes documentales de Pinochet asegurando acabar de forma aplastante con los insurrectos a la patria, orilla al propio dictador, para centrarse en los movimientos del grupo terrorista que planea su muerte. Acción guerrillera que va combinando con pensamientos de Cecilia versus Tamara, en ese vaivén entre la mujer familiar y la mujer activista decidida a cambiar el curso de la historia, en el Chile del general que dirigió con mano férrea el país entre 1974 y 1990.
“Hay cartas de amor que se hacen con lanzacohetes”, dirá en cierto momento Tamara. Amor y violencia. El amor a una familia a la que ha tenido que renunciar y la violencia contra un tirano al que ha de asesinar para liberar a todo un país. “El odio que la disidencia siente se nutre del combustible de la reacción desmesurada de las autoridades”, apunta John Merriman en su libro ‘El club de la dinamita’, sobre cómo una bomba en el París del fin del siglo XIX fue el detonante de la era del terrorismo moderno.
El director de ‘Matar a Pinochet’, apenas sugerida la reacción desmesurada de las autoridades mediante esas imágenes documentales del comienzo, coloca todo su combustible en el odio disidente de los terroristas.
Lo hace con buen pulso para las secuencias de acción, concentrando todo su arsenal en los movimientos de unos guerrilleros, cuyo aislamiento de la sociedad termina siendo una de las causas de su fracaso. Ahora que la serie ‘Patria’, basada en la novela de Fernando Aramburu, triunfa, no está de más recordar la que fue una de las claves del éxito de ETA: precisamente su apoyo en el seno de la sociedad vasca, bien explícito o por simple acatamiento de su violencia. Algo que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez no tuvo o al menos en la película no se muestra.
“El terrorismo anarquista, y aquí es fundamental recordar que la mayor parte del anarquismo no era terrorista, quería destruir el Estado”, recoge Merriman en su ensayo de ficción. Tamara, y el grupo que ella encabezaba, persigue lo mismo: la destrucción del Estado de Augusto Pinochet. Un terrorismo, por tanto, bien distinto a ese otro más moderno, en el que la violencia se dirige de forma indiscriminada contra el poder y las víctimas inocentes.
Sabatini, que basa su historia en hechos reales, da por hecho la justicia de la acción armada, dirigiendo su mirada a la intrahistoria de quienes decidieron, de una forma diríase kamikaze, entregar su vida por ese ideal que los llevaría a cambiar la historia y, por ende, a formar parte privilegiada de ella.
Hubo probablemente muchos otros ciudadanos que compartieron sus ideas, como ya ocurriera entre los anarquistas de aquel París trazado por Merriman, pero pocos se arrojaron en brazos del terrorismo. “Balas contra consignas”, sentencia Tamara, enunciando esa línea divisora entre quienes apostaron por la propaganda, frente a los más decididos guerrilleros de la lucha armada. Una Tamara, ahora la Cecilia más familiar, a la que su hermana dirá con ironía no exenta de verdad: “En la Unión Soviética hubieras sido de derechas”.
‘Matar a Pinochet’ se plantea como un imperativo lanzado contra la ejecución en atentado del dictador, diluyendo cualquier otra aproximación. Por eso domina en todo momento la precipitación del acto, las emociones que concita, por encima de las conexiones derivadas de esa lucha a muerte. Nadie, excepto el exiguo grupo terrorista, entra a formar parte de esa acción. Tamara y los hombres que la acompañan son los “parias” que han de entregar su vida por una patria ajena a los avatares de estos jóvenes idealistas.
La playa en la que Cecilia se refugia, cuando sus pensamientos se abstraen de la lucha armada, termina siendo la orilla de su propio sueño omnisciente. “Éramos un terremoto y ahora somos un desierto”, le dice a su compañero Ramiro (Cristián Carvajal). De nuevo los extremos de un pensamiento sin término medio. Amor frente a violencia, balas frente a consignas, pasión descomunal frente al vacío que abre la desesperanza del sueño incumplido. ‘Matar a Pinochet’ es la crónica de una muerte anunciada, jamás cumplida. La nostalgia de un tiempo que ahora, más de 40 años después, vuelve a cobrar protagonismo en nuestras pantallas.
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