‘Integral Buñuel’, retrospectiva
Filmoteca de València
En colaboración con Donostia Kultura, Filmoteca Vasca, Festival de San
Sebastián, Tabakalera y Elías Querejeta Zine Eskola
Plaza del Ayuntamiento 17, València
Inicio de la retrospectiva con ‘Un perro andaluz’ (1929) y ‘La edad de oro’ (1930), días 15 y 16 de enero
Del 15 de enero al 19 de diciembre de 2021
Luis Buñuel relata en su biografía ‘Mi último suspiro’ cómo quedó fascinado con los principios del movimiento surrealista durante su primera estancia en París, entre 1923 y 1931. “Por primera vez en mi vida, había encontrado una moral coherente y estricta, sin una falla. Por supuesto, aquella moral surrealista, agresiva y clarividente solía ser contraria a la moral corriente, que nos parecía abominable, pues nosotros rechazábamos en bloque los valores convencionales. Nuestra moral se apoyaba en otros criterios, exaltaba la pasión, la mixtificación, el insulto, la risa malévola, la atracción de las simas”.
Un movimiento definido por André Breton –líder y pensador de esta vanguardia de la década de los 20 del siglo pasado– en el ‘Manifiesto del surrealismo’ (1924), con las siguientes palabras: “Sustantivo, masculino. Automatismo psíquico puro, por cuyo medio se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”.
De este modo, el sentido y el sentir del surrealismo pasa por la transgresión del pensamiento racional, la perversión de la moral y la ética de la cultura de la modernidad y de la sociedad burguesa, y la subversión estética de la escritura clásica cinematográfica.
La obra fílmica de Luis Buñuel –que la Filmoteca de València acoge, durante 2021, en una retrospectiva, desde su primera película, ‘Un perro andaluz’ (1929), codirigida con Salvador Dalí, hasta la última, ‘Ese oscuro objeto de deseo’ (1977)– está rociada por los ideales de la vanguardia surrealista.
En ‘Un perro andaluz’ está impresionado uno de los planos más estremecedores de la historia del cine: un primer plano de la mano de un hombre rajando con una navaja de afeitar un ojo femenino. ‘Ese oscuro objeto de deseo’ termina, a su vez, con otro primer plano de la mano de una mujer zurciendo el desgarro en un encaje ensangrentado, un instante antes de que la explosión de una bomba ponga fin a la historia.
Luis Buñuel comenta en ‘Mi último suspiro’ que para Breton, por ejemplo, “el gesto surrealista más simple consiste en salir a la calle revólver en mano y disparar al azar a la gente. Por lo que a mí respecta, no olvido haber escrito que ‘Un chien andalou’ no era sino un llamamiento al asesinato”. Y añade: “El símbolo del terrorismo, inevitable en nuestro siglo, siempre me ha atraído; pero del terrorismo total cuyo objetivo es la destrucción de toda sociedad, es decir, de toda especie humana”.
Podríamos decir, por tanto, que ambas películas y ambos planos trascriben la escritura automática y subversiva del pensamiento surrealista, por una parte; y, por otra, que ambos planos condensan y connotan la narrativa y la estética de la filmografía del director. El primero nos remite al cine-navaja que desgarra la mirada del espectador a través de la escritura surrealista; el segundo, hilvana metafóricamente ese oscuro objeto femenino de deseo que arrebata el universo del director.
El universo narrativo de Buñuel está habitado por la muerte, el sexo y la religión, esta última a modo de intersección entre las otras dos, como el propio director reconoce: “(…) los dos sentimientos fundamentales de mi infancia, que debían acompañarme hasta la adolescencia, fueron los de un profundo erotismo sublimado por una gran fe religiosa y, tras éste, una perfecta consciencia de la muerte”.
Unos sentimientos que inundan toda la obra de este autor con mayor o menor intensidad. En la obra de Buñuel la pulsión sexual y la pulsión de muerte se entretejen con un ritmo exaltado y exasperado, como André Breton reconocía en el hacer de este director.
La mirada cinematográfica de Luis Buñuel no solo mama del surrealismo francés, sino que se adentra, por una parte, en la tradición pictórica y literaria española (las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, la pintura de Goya, de Velázquez, el realismo de Galdós, el esperpento de Valle-Inclán, la tradición católica española y la picaresca), y, por otra, en las sombras de los deseos de la novela gótica, decadentista y sadiana. Y con todo ese bagaje cultural y artístico, Buñuel crea un universo narrativo tan provocativo y profano, como estimulante y excepcional.
“De mis películas se han dicho muchas cosas, de las que no soy inocente, porque las he hecho yo. Yo ruedo mucho irracionalmente, por apariciones instantáneas de cosas que me atraen, que critico moralmente como buenas o malas. No respondo a ningún bando ni político, ni religioso, pues las pongo, porque me parecen bien. Les parece mal a mucha gente, lo acepto, a otras les parece bien, pues muy bien. Pero nunca he rodado sistemáticamente el erotismo, la subversión. Soy así y lo he hecho”, resalta Buñuel.
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