‘Absalon, Absalon’
Comisarios: Guillaume Désanges y François Piron
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Hasta el 23 de mayo de 2021
Decía Protágoras que el hombre era la medida de todas las cosas. El artista franco-israelí Meir Eschel (1964-1993), Absalon, hace suya esa máxima para concebir una obra en la que se toma a sí mismo como escala, de un trabajo que busca mostrar otra forma de vida en la sociedad contemporánea del más salvaje capitalismo. No es por ello baladí, adoptar el nombre mítico de Absalon, tercer hijo del rey David, para revelar su forma de ir a contracorriente de las leyes establecidas, optando por una espiritualidad religiosa acorde con los espacios reducidos que el creó bajo el nombre de ‘Células’.
Algunas de ellas las acoge ahora el IVAM, en coproducción con el CAPC Musée d’art contemporain de Bordeaux, para dar fe de esa creencia en el hombre, a escala del propio cuerpo, diríase trasunto de la rotunda afirmación que anima el conjunto de su trabajo: Yo creo. Porque Absalon crea impulsado por la energía creativa y la espiritual que van de la mano. “Entre volverse loco o hacerse artista, Absalon decidió esto último porque era menos doloroso”, señaló François Piron, comisario junto a Guillaume Désanges de la exposición ‘Absalon, Absalon’ que permanecerá en el IVAM hasta el 23 de mayo.
Sus esculturas o ‘Células’, junto a una selección de maquetas, dibujos, planos, prototipos y videos, dibujan el perfil de un artista que llegó al arte contemporáneo con 23 años, para dejar una obra singular, atractiva y muy sugerente en tan solo cinco años, falleciendo tan joven como empezó a descubrir su vocación artística. “Concibe el arte como una forma de realizarse desde un punto de vista vital”, subrayó Piron. “Buscó una soledad elegida frente a la presión social”, remarcó Désanges.
Su soledad quiso vehicularla a través de una serie de viviendas o “casas-celda” que, utilizando el ejemplo de su ‘Célula nº 1’, contenían una cocina, una cama y un aseo en apenas nueve metros cuadrados. Lo justo para vivir a esa escala humana que preconizaba, como forma de tomar conciencia del propio cuerpo y del reducido espacio que lo habitaba. Dentro del mundanal ruido, pero aislándose de él mediante la espiritualidad de su concepción artística, Absalon pretende proyectar un modo de vida que juega con las contradicciones del ser humano, tan aislado como necesitado de conexión con el mundo objeto de sus dardos.
“Era una persona sociable, no alguien que se repliega. Quiso construir su lugar en el mundo”, afirmó Piron, haciéndose eco de un trabajo que, como apuntó Sandra Patron, directora del CAPC, “se verá reforzado por este contexto de pandemia”. Contexto que viene a recordarnos, sin solución de continuidad con la obra de Absalon, “la capacidad del cuerpo para vivir en lugares determinados”, destacó Nuria Enguita, directora del IVAM.
Las piezas de Absalon han sido puestas en diálogo con otras de los artistas Alain Buffard, Dora García, Robert Gober, Marie-Ange Guilleminot, Mona Hatoum, Laura Lamiel y Myriam Mihindou. Diálogo que viene a extraer otros brillos insospechados del trabajo de Meir Escher, dadas en muchos casos las oportunas relaciones. Sin ir más lejos, con el título de la obra de Dora García, ‘Hay otros mundos, pero están en éste’ (2008), frase por otro lado del poeta Paul Éluard, cuyas letras pintadas en oro evocan esa necesidad de espacios alternativos, cuando la realidad se vive como opresiva.
La espiritualidad de Absalon aparece resumida en uno de los videos de la exposición, precisamente el ubicado junto al titulado ‘Bruits’, donde el artista lanza una serie de gritos liberadores ante la supuesta agresión del espacio social. En ese otro audiovisual, explica que la religión por él aludida se ciñe a esa otra creencia más introspectiva de quien declara, por ejemplo, “te creo”. Una suerte de confianza en el otro y en sí mismo, fruto de la escala humana recogida en sus propuestas minimalistas.
“Los trabajos de Absalon, bajo el aparente minimalismo superficial de sus piezas, plantean interesantes reflexiones sobre el valor de la privacidad, en una sociedad en la que el individuo es cada vez más vulnerable, o sobre la emancipación del cuerpo físico en relación con el cuerpo social”, subraya Enguita. “Utiliza el minimalismo para deshacerse de lo superfluo”, señala Désanges.
Sus células podrían sugerir las propias del cuerpo humano, pero también las asociadas con esas otras células terroristas, en tanto grupos que funcionan independientemente dentro de una organización más general, de forma que lo orgánico y lo que aparece como su amenaza iría de la mano. Según Piron, la exposición va por el camino de la célula orgánica o la celda del prisionero, aunque reconoció que, si bien no contemplaban el carácter “destructivo o terrorista” del concepto, sí que había algo del orden de “lo que contamina y actúa de esa forma en la sociedad”.
Las celdas, que Piron subraya que “no son utópicas”, estaban pensadas para ser instaladas en París, Zurich, New York, Tokyo, Frankfurt y Tel Aviv, con el fin de habitarlas entre tres y seis meses, algo que no pudo llevarse a cabo por la muerte del artista a los 28 años. “Su idea”, insistió Désanges, no era aislarse del mundo, “sino crear autonomía de vida en soledad, pero soledad porosa”.
Una porosidad entre el interior y el exterior de sí mismo, entre el individuo y la cultura, cuya tensión describió Sigmund Freud como parte intrínseca del malestar del sujeto en su propia cultura, y que Absalon se limita a mostrar con enorme sutileza, no exenta de cierta violencia. “Son obras realizadas con cierta prisa. La calidad no es lo que busca, sino la energía y el sentimiento de urgencia contra una forma de vida que rechaza de manera violenta”, resaltó Piron.
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