#MAKMAEntrevistas
Carlos Sebastiá, artista de la Galería Shiras y codirector de la Residencia Co-Net Photo Res de Castellón
Entrevista de: Jose Ramón Alarcón, Merche Medina y Salva Torres
Hay un cierto hilo conductor en su trabajo: la memoria y el olvido, “que no son opuestos, sino que están hilvanados”, junto a lo cotidiano. A partir de ahí, a Carlos Sebastiá dice interesarle mucho el elemento fotográfico asociado con esa memoria, “como base de recursos para hacer otras cosas”. “Siempre hay un elemento que despierta en nosotros una emoción determinada. Ese gatillo que promueve las emociones en la fotografía es muy evidente, porque tiene que ver con la imagen que nos recuerda algo”, subraya.
Aún así, deja muy claro que donde él se siente más seguro es en el dibujo. “El dibujo se me da muy bien y, a partir de ese dominio, es como empecé a dejar dibujos a medio hacer, a realizar veladuras, a superponerlos para que se interpelaran unos con otros”. De ahí la precisión: “En fotografía creo que soy bueno en cuanto a sensibilidad fotográfica, pero no en cuanto a dominio de la técnica. La fotografía la utilizo desde un punto de vista más pictórico”.
Y es así, utilizando la pintura y la fotografía al unísono, como Sebastiá va construyendo ese universo repleto de gestos, formas y colores, en torno a la emoción que le suscita la memoria ligada al olvido, en tanto el haz y el envés de una misma experiencia. “El arte, en cierta forma, es también lo que motiva en el espectador. El artista genera pensamiento en otras personas”, señala.
Carlos Sebastiá trabaja ahora con la Galería Shiras de València, con quien ha estado recientemente en la Feria Estampa de Madrid, la primera en celebrarse tras la declaración del estado de alarma hace ya más de un año. También codirige, junto a Agustín Serisuelo, la Residencia Co-Net Photo-Res de Castellón, cuya convocatoria finaliza el próximo 6 de junio, que dará la posibilidad de una residencia artística valorada en 1.950 euros, durante el mes de septiembre.
“Como artista, para mí, un aspecto importante es el hecho de no estancarte, no ser repetitivo, porque, si no, al final se convierte en algo mecánico. Lo bonito de ser artista es el poder trabajar desde formas distintas cada día”, continúa diciendo, mientras va mostrando una serie de obras en su estudio de Castellón, a modo de ejemplos de su devenir artístico. Devenir que le ha llevado por Beijing (China) y Londres (Inglaterra), antes de volver a España, donde ahora prosigue, afincado en su ciudad natal, las indagaciones sobre la memoria y el olvido traducido a una plástica tensional entre la figuración y la abstracción, pintura y fotografía.
“Cuando llegué a China empecé a utilizar papel de arroz, que al encolarlo va generando veladuras. Me interesaban esos procesos, porque el espectador, a través de esas capas, podía ver el tiempo”. Recuerda cómo su tío, acuarelista famoso, pintaba acuarelas con veladuras, que permitían descifrar el proceso, el tiempo de ejecución y las capas que iba poniendo. “Eso me marcó, de ahí el interés que tengo por mostrar ese proceso pictórico a lo largo del tiempo”, resalta.
Esas veladuras llegaron a un punto en que le parecían “poco limpias”, impidiendo que se viera el proceso; proceso que le interesaba más que la materia. Entonces empezó a derivar su trabajo hacia la fotografía, “porque los tiempos de exposición me permitían elaborar mejor las veladuras”, y se pasó tres años en Londres trabajándolas, a través del medio fotográfico.
Apunta que en Beijing trabajó formatos grandes y que, de pronto, en Londres, se encontró con otros más pequeños obligándole a comprimir. “Como la fotografía me interesa mucho como objeto, puse la atención en los arañazos que había en la imagen, en el grano, en la huella. Por eso he trabajado muchas veces en la ampliación de esos detalles al máximo, quedándome con las texturas, los píxeles. Igual que la fotografía analógica deja determinado poso y genera el recuerdo hacia ciertas cosas, la aparición de la fotografía digital y su masiva reproducción cambia nuestra forma de percibir el recuerdo, sin saber todavía en qué ha cambiado”, explica Sebastiá.
Cuando volvió a España recuperó la pintura, interesándose de nuevo por las capas y las veladuras. “El recuerdo no solo es visual, también es olfativo, táctil, una sensación que no acabas del todo de desentrañar. En este caso [muestra una de sus pinturas], he utilizado la textura de un jersey, la he transferido en varias capas y colores, para dinamizar determinados recuerdos”.
Centrándose en el color, dice que estimula determinados elementos nemotécnicos que ni siquiera tienen que ver con la pintura, sino con los estímulos olfativos, táctiles, auditivos. “Este cuadro, por ejemplo, es sonido, es ruido, asociado al que hay durante las vacaciones de verano”. Y añade: “Lo que me ofrece la transferencia y no el collage es la transparencia; reverberación que genera el recuerdo, como en esta que se titula ‘Hay cosas que es mejor no tocar’”.
También le interesa cuestionar en su obra los límites y fronteras entre fotografía y pintura. “La fotografía y el ordenador generan texturas que a lo mejor no me genera la pintura, de manera que la imagen fotográfica te da cosas que no te da la plástica. Me interesa indagar en esas otras técnicas que la cuestionan: los desenfoques de la fotografía meterlos en la pintura y luego poner una mancha de materia encima”.
Carlos Sebastiá quiere dejar claro que en su obra no existe la abstracción 100 %. “Siempre meto alguna textura que es figurativa. He llevado también elementos digitales a la pintura, cuando antes probablemente metía telas, por ejemplo”. A su juicio, nuestro cerebro trata de buscar conexiones con lo figurativo, porque es lo que nos lleva al mundo real. “La abstracción pura no existe, porque siempre buscamos elementos reconocibles en ese marasmo de formas. Entramos a la abstracción por la figuración. Yo hace tiempo que he dejado de cuestionarme si hago figuración o abstracción, porque me interesan las veladuras, la textualidad, los píxeles de la imagen, las tensiones compositivas”.
De pronto recuerda a su abuela, que tenía alzheimer, para volver a la memoria y el olvido sobre los que pivota su trabajo. “Yo sabía que cuando me despedí de ella probablemente no me volviera a reconocer. Y eso, para mí, fue muy duro. Me hizo pensar que parte de mí desaparecía con ella, lo cual me parece triste, por un lado, pero al mismo tiempo muy poético. Y esta parte poética es la que me interesa del trabajo artístico”.
Tirando de ese hilo, Sebastiá se encuentra con la idea de fragmentación y totalidad. “Todos somos fragmentos que formamos parte de un todo. Por eso, para mí, lo más maravilloso sería conseguir ese todo en una sola pieza que abarcara el conjunto expositivo, a partir de los fragmentos”. Y agrega: “Igual que la memoria es un elemento fragmentado, el hecho de fragmentar las piezas, haciendo un políptico, es parte del mismo proceso. Me planteo a su vez que toda la exposición sea una pieza, pero que luego, desde un punto de vista comercial, pueda ser vendida en elementos más pequeños”.
Suele poner títulos a sus trabajos. “Esta serie, por ejemplo, se llama ‘La evanescencia de lo cotidiano’, porque me interesa la idea de cómo las cosas del día a día se van evaporando y se convierten en una cierta ensoñación”. Por esa bruma o duermevela se adentra Carlos Sebastiá en su obra, siguiendo la máxima del escritor Milan Kundera: “Si el sueño no fuera hermoso, sería posible olvidarlo rápidamente”.
“Hay veces que lo verbal no es capaz de expresar todo lo que sentimos”, subraya el artista, al que dice interesarle ese between de todo, “lo que se halla entre lo consciente y lo inconsciente; un mundo como mágico”. De ahí que insista en esa exposición pensada a futuro constituida por una sola pieza, “en la que una obra comulgue con otra por separado, pero ligadas al conjunto”. El fragmento y la totalidad o, como diría Cicerón, “el tiempo es una cierta parte de la eternidad”, augurada en el trabajo de Carlos Sebastiá.
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