‘Amigos para siempre’, de Daniel Ruiz
Tusquets Editores, 2021
Cinco amigos de toda la vida y sus respectivas parejas se reúnen para celebrar el cincuenta aniversario de uno de ellos, en una urbanización de lujo situada en la periferia de cualquier ciudad. Lo que se presenta como una fiesta sonada, se convierte en un delirante auto de fe, a causa de una serie de sucesos imprevistos. Una situación crítica que pone a prueba las relaciones entre ellos y hace aflorar el lado oscuro de sus aparentemente exitosas vidas. Es la trama de ‘Amigos para siempre‘ (Tusquets), de Daniel Ruiz (Sevilla, 1976), un ácido retrato de ciertos arquetipos de cuarentones de clase media y alta.
«Quería exponer un muestrario de distintos tipos de seres humanos», dice Ruiz. «Un grupo de amigos que evolucionan por distintas coordenadas vitales, representativos de nuestra sociedad. Esa diversidad y la dialéctica que entablan me parecía interesante». El escritor sevillano escribe siempre en contra de algo. Asuntos que le inquietan, le preocupan o repelen. También por terapia y para explicarse su contemporaneidad.
En esta novela arremete contra «esta generación llamada X o postbabyboomer, los nacidos entre los sesenta y setenta, que hoy ocupan los grandes espacios de poder. La llamaría la generación satisfecha, que no se da cuenta de que ha envejecido y no lo ha hecho del todo mal, y que está encantada de conocerse».
«Esa generación –prosigue– que no tiene reparos en cubrir de reproches a los millennials, achacándoles su falta de compromiso, su desarraigo, y que no se da cuenta de que todos esos males, en su mayor parte, han venido precisamente por la incapacidad de su generación de dotarles de un futuro. Somos la generación que creció al abrigo de un estado del bienestar que estábamos casi estrenando, y que nos dejamos colar el neoliberalismo más salvaje sin rechistar».
‘Amigos para siempre’ mantiene un tono más ligero que sus anteriores títulos, con los que Ruiz se ha consagrado como uno de los autores más comprometidos con la crítica social. «Si por ligera se entiende humorística, es probable que sea mi novela más grotesca, con mayores astracanadas, con una mayor presencia de la risa como tabla de salvación. Si hablamos del trasfondo, me atrevería a decir que es la más grave, la más dramática. La que llega a una conclusión más radical y rotunda».
Sitúa bajo la lupa a un puñado de cuarentones cínicos, superficiales, inmaduros, con elevadas dosis de machismo. «Ninguno es un dechado de moral, pero en el mundo real todos somos débiles y vulnerables. Sus distintos perfiles me sirven para plasmar las relaciones de poder que se establecen en todo grupo humano. Siempre hay un individuo que ejerce de líder, mientras a otros les toca hacer el papel de mascota o de graciosillo».
Pedro, Lorite, el Rubio, Sebas y Marcelo, amigos desde el instituto, tomaron caminos distintos y ya no se ven con la frecuencia de antes, pero mantienen contacto a través de un chat de WhatsApp. Pedro es CEO de una compañía industrial; Lorite, un abogado obsesionado con el dinero; y Marcelo, un progre de manual y profesor de enseñanza media, que fantasea con sus jóvenes alumnas.
El Rubio y Sebas se salen del marco. El primero, un manitas dotado de un gran miembro viril, es fontanero; el segundo, el gay del grupo. Una enferma bipolar y depresiva, una hija de buena familia e ideas conservadoras, la madre agobiada de un niño autista y una joven atractiva son sus parejas. Ruiz se ensaña algo menos con ellas, aunque «tampoco son modelos de conducta y poseen su propia cuota de machismo», comenta.
Como él mismo reconoce, «escribo dando puyazos», aprovecha la reunión de amigos para lanzar sendos misiles a la línea de flotación de los coleccionistas de arte por esnobismo y a los que presumen de ser conocedores de vinos y se dejan engañar por uno de tetrabrik.
A lo largo de la acción, la fiesta nocturna, la música, es un personaje más, una banda sonora integrada por temas bailables de los ochenta, como la canción de Los Manolos que da título al libro. «Huyo de la pedantería de esos autores que incluyen temas exquisitos que no conoce nadie en sus obras. La música debe estar al servicio de la trama y en esta historia propicia el exorcismo, ameniza un viaje imaginario a la juventud de los protagonistas».
Ruiz es consultor de comunicación y, aunque se siente más plenamente realizado como novelista, reconoce que su profesión le ha proporcionado excelente materia prima para urdir sus fabulaciones. «No soy escritor bibliófilo, sino de calle. Me inspiro en la realidad, aunque nunca en personas concretas, sino que construyo los personajes a partir de rasgos, anécdotas y cosas que me cuentan. Como escritor, mis mayores virtudes son la voluntad y el oído. Soy un cotilla, una especie de radar humano».
Se sitúa dentro de la tradición flaubertiana, admirador de Victor Hugo, Rafael Chirbes, Ignacio Aldecoa o Pío Baroja, y deplora la inflación de yoymimismo o autoficción en la literatura. Aboga por un narrador invisible, por no aburrir y tomarle el pulso a la realidad.
Bel Carrasco
- ‘El Funeral’, un divertido ‘adiós’ al abuelo Dimitri - 22 noviembre, 2024
- Daniel Tormo: “’El agua de Valencia’ es la historia de unos jóvenes que tratan de hacerse un hueco en un mundo que no siempre les favorece” - 21 noviembre, 2024
- Luis Luque: “Doy a Poncia la oportunidad de expresar sus ambivalentes sentimientos” - 15 noviembre, 2024