‘C’est la vie’, de Mavi Escamilla
Sala Alta
Museu Valencià de la Il·lustració i de la Modernitat (MuVIM)
Quevedo 10, València
Hasta el 11 de septiembre de 2021
“Cuando Mavi Escamilla emergió en la escena valenciana, la mayor parte de artistas jóvenes buscaba desprenderse del lastre de la pintura pop, (…) abrirse camino sobre todo entre los nuevos medios. El pop o el realismo social habían aportado un enfoque útil y unos recursos comunicativos muy eficaces para el arte reivindicativo. Pero aquello era cosa del pasado”, principia el historiador del arte Boye Llorens en su texto para el catálogo de ‘C’est la vie‘, exposición que concita en la Sala Alta del MuVIM más de una veintena de trabajos de la artista –entre piezas de gran formato y obra en papel–, rubricados durante las dos últimas décadas.
Un pasado pulsionalmente emparentado con la heterogénea cultura alumbrada durante la Transición que procuró en Escamilla “la conjugación de un lenguaje pictórico singular y mestizo, a la vez complejo y directo, que actualiza las claves propias de la mirada del realismo crítico y que resulta sorprendentemente adecuado para abordar la realidad contemporánea”, reflexiona Llorens.
Una sustantividad cuyo radical presente escora, en ocasiones, los fundamentos y respuestas estilísticas y reflexivas de una generación de artistas que, como en el caso que nos ocupa, “pasarán a la historia estética valenciana”, tal y como hubo referido el director del MuVIM, Rafael Company, durante la presentación de la muestra.
Y al pictórico calor de esta premonición, “hacer un recopilatorio de trayectorias de ese paisaje artístico valenciano que ha estado presente desde los años 70 hasta la actualidad” –recuerda Company– se ha instituido en una de las referencias orientativas hacia las que se conduce la programación del museo, recuperando la “memoria presente de todos esos creadores que están en stand by, en el limbo del purgatorio”, refrenda Amador Griñó, jefe de exposición del MuVIM, “porque todo lo que no se explica y se enseña no existe. Porque todo lo que no se ve desaparece”.
Explicar y enseñar para ver, tal y como Mavi Escamilla procura cuando transita prosódicamente por sus obras, alumbradas como “fruto de mis emociones y de preguntas que me hago”, asentadas a modo de una fase propedéutica tan existencial como vindicativa que gobierna sus inquietudes en torno al amor, el arte y el sexo.
Proclividades que en el caso de ‘C’est la vie’ “responden y dan voz sobre el amor romántico y el papel de la mujer en esa treta social paternalista y machista” hacia la que la artista valenciana ha dirigido la atención reflexiva en sus proyectos precedentes –cabe recordar aquí ‘Condición femenina’, que durante el invierno de 2018 pudo contemplarse tanto en el Centro de Arte Contemporáneo de la Fundación Antonio de Pérez de Cuenca como en su sede del Museo de Obra Gráfica de San Clemente–.
Una proactiva curiosidad que pretende poner en cuestión la resignada actitud frente a los “hechos consumados que aparentemente no podemos cambiar” y que alimentan la semántica y el talante asociados a esa interjección popular y acomodaticia –“así es la vida”– que da título a la exposición.
Y para ello, Escamilla acude a la combinación de “referencias iconográficas, pictográficas y palabras escritas con tipografías muy visuales propias del ámbito de la publicidad, la cartelería y la señalética, tanto física como electrónica” –apunta Boye Llorens–, en comunión con el acervo estético y popular proveniente del universo cinematógrafico de los años veinte a los setenta –en el que descollan, verbigracia, las figuras de Marlene Dietrich y Brigitte Bardot–, atravesado por heteróclitas alusiones al boxeo –Mohamed Ali–, la ópera –Maria Callas– o el american way of life representado por Josep Renau en su serie ‘Fata Morgana USA’.
Mujeres que huyen de los interiores domésticos en pleno ‘Escape al paraíso’ de ciudades efervescentes y nocturnas, chicas de collage, panes, circo y serie B; tatuajes clásicos con morfología de ‘Amenaza de tormenta’; “mujeres que suben” y “hombres que se quedan”; “mujeres trabajando” uniformadas de simbologías pretéritamente masculinas; “reivindicación feminista del dolce far niente”, calimas rafaelistas, influjos de Botticelli, romanticismo y “violencia de ser o no ser”.
Un sugestivo territorio semántico que Escamilla resuelve a través de “la señalética y los iconos que nos acompañan en nuestro día a día”, como ‘play’, ‘stop’, ‘salida de emergencia’; “un lenguaje muy plano y diferente, que, combinado, plantea preguntas o forma una especie de relato que me cuento para relacionarlos”, tratanto, a la par, de “pervertir los conceptos institucionalizados”.
Y, si bien, “soy del pensamiento de que la literatura y la plástica deberían estar separados; no tienes por qué leer un texto para entender un cuadro”, la artista implementa, como novedosa extremidad, la inclusión de títulos de sus obras, por cuanto “al reunir lenguajes tan diferentes, pensé que los títulos ayudarían a dar una clave para entender” su particular cosmos semiológico.
Correspondencias léxicas y temáticas que la artista ejecuta técnicamente a través de una paleta de colores (rojos, amarillos, blancos y negros) que “no es para nada realista o naturalista”, en convivencia con el empleo de pan de oro, en tanto que utiliza el dorado “como un recurso estilístico para evitar el amarillo que ya era constante en mi obra”, y la materialización de la encaústica mediante “ceras escolares que luego rasco, en un gesto como si dibujara”.
A grandes rasgos, Mavi Escamilla se considera “una pintora clásica, en el sentido de que no me cuestiono los límites de la pintura”, matizando que “lo único que me moderniza como pintora es que carezco de escala en las figuras y no empleo la perspectiva”. En definitiva, “una abstracta en el cuerpo de una figurativa”.
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