‘Space Debris :: Constelaciones de desechos’, de Esther Pizarro
Producción tecnológica de Markus Schroll
Convocatoria Buit Blanc 2019-2020
Centro Cultural Las Cigarreras
San Carlos 78, Alicante
Hasta el 18 de septiembre de 2021
Han pasado 64 años desde el lanzamiento del primer satélite, el Sputnik. Tras este “primer compañero de viaje” –significado de la palabra spútnik en ruso–, se le han unido unos cuantos satélites más. Es curioso como, en este breve período de tiempo, el espacio más inmediato a nuestro planeta se halla atestado de objetos de todo tipo. Tal es la contaminación espacial, o space debris –como se denomina en las investigaciones–, que incluso existe el síndrome de Kessler, un efecto cascada por el que una colisión accidental de uno de esos objetos que orbitan a nuestro alrededor produce auténticas nubes de desperdicio debido a la gran velocidad a la que se mueven.
Así, este efecto dominó se extiende exponencialmente haciendo que las órbitas más útiles y cercanas a la Tierra ya no sean seguras para misiones espaciales o para el posicionamiento de nuevos satélites. Satélites que, por otro lado, son necesarios para nuestro día a día, ya que ayudan a predecir desastres naturales, monitorizando el paisaje, los mares y el clima de nuestro planeta.
La esencial base científica de ‘Space Debris :: Constelaciones de desechos’ tiene un efecto transformador en el espectador, ya que dota al lenguaje artístico de una realidad abrumadora. La oscuridad de la gran sala de Las Cigarreras nos remite a ese espacio donde la artista, Esther Pizarro, ha querido situarnos. Pero, como avanzadilla, coloca una serie de gráficos que complementan el texto en sala para que el visitante se haga una idea de lo que está observando.
De este modo, datos de 11 países –10 potencias mundiales y España– se exponen, ordenados de mayor a menor, según porcentaje de posesión de todos esos escombros metálicos. Por supuesto, Estados Unidos encabeza la lista con un 35 %. Se trata de una conquista espacial que tiene muchas consecuencias. Otros datos interesantes que se pueden visualizar son la cantidad en base a las cuatro órbitas terrestres: LEO, MEO, GEO y HEO; y en torno a las tres principales categorías de basura espacial: debris, rocket body y payload.
Los datos han sido extraídos del catálogo ‘SATCAT’, por lo que inferimos en una gran cantidad de horas de investigación para poder sintetizar toda la información, hecho que no habría sido posible sin los medios adecuados. Pizarro insiste en remarcar que la producción se ha llevado a cabo gracias a la ‘Ayuda para la Investigación, Creación y Producción artística en las Artes Visuales 2020’ concedida por parte del Ministerio de Cultura, y también el apoyo recibido como proyecto ganador en la convocatoria ‘Buit Blanc’ de Las Cigarreras.
“El dato es una materia más de mi trabajo, me permite visualizar emergencias de lo que está sucediendo a nuestro alrededor”, comenta Pizarro. Todo este proceso por el que una maraña de datos se vuelve comprensible y visualmente absorbente a través del lenguaje artístico, en concreto de la instalación, es un medio que la artista lleva tiempo tratando.
Ya en 2018 presentaba en Tabacalera Madrid ‘[MAFD] :: Mapping Active Fire Data’, consistente en una instalación que visualizaba la cartografía de los incendios forestales que tristemente asolaron la superficie terrestre durante la década del 2008 al 2017. Este trabajo fue el precedente del que podemos ver ahora en Las Cigarreras, aunque establece una disparidad patente, y es que mientras que la deforestación puede llegar a ser un feńomeno observable por el ojo humano, la contaminación espacial no lo es. Por ello, Pizarro afirma que “el objetivo principal es hacer visible una contaminación que es invisible a nuestros ojos”.
Para ello, nos invita a relacionar con esta problemática a través de un montaje interactivo y envolvente. Desde los primeros gráficos mostrados ya se observa, a modo de punto de fuga, una gran proyección al fondo que reitera las cantidades que tratamos de asimilar. A mitad de camino, otra proyección sobre el suelo llama la atención: la Tierra se presenta en en el centro de una serie de plataformas –44 en total– dispuestas imitando las cuatro órbitas antes mencionadas y su lugar correspondiente. Cada una de estas plataformas nos introduce, a su vez, en un pequeño microcosmos mientras tratamos de acercarnos, entre toda esa debris, al planeta azul.
No podemos olvidar que todo este montaje, complicado de concebir y de producir, no sería posible sin las sinergias conseguidas entre Markus Schroll, encargado de la parte tecnológica y de programación, y Esther Pizarro.
Este tándem logra que la tenue pero metafórica luz que emanan los elementos situados en las plataformas (tubos, metacrilato y pequeñas pantallas) generen un contraste entre una parte alta –repleta de componentes tecnológicos– y otra donde la luz blanca remite a la naturaleza propia de ese emplazamiento lejano que se nos hace extraño y que es agregado del total silencio. Justo aquí, se utiliza el reflejo sobre la parte baja de la plataforma donde se graba sobre metacrilato la situación geográfica (en la Tierra) y la orbital (en el espacio). Un paralelismo que obliga a movernos y a enfrentarnos, desde otra perspectiva, a esa nebulosa incierta de datos y entes extraños.
Si anteriormente Pizarro ha investigado la ciudad, el espacio urbano o el paisaje, ahora aprisiona técnicas y elementos previamente aprehendidos para emplazar al espectador a un lugar invisible y abstracto para la mayoría. Las evidencias científicas filtradas por dichas técnicas artísticas consiguen “convertir el dato en algo más” –en sus palabras–, al mismo tiempo que atendemos a una conseguida sensación de zambullida en el espacio exterior.
María Ramis
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