Como si de una señal de buen augurio se tratase, siete fueron los mediometrajes premiados. Sin embargo, La Cabina ofreció quince películas más igualmente merecedoras de galardón. A continuación, las repasamos brevemente.
El discurso que Carlos Madrid, director del festival, leyó la noche de la inauguración expuso la situación de ostracismo a la que muchas producciones cinematográficas se ven abocadas por culpa de un metraje no ajustado a la norma. Tal circunstancia justifica la existencia de La Cabina, un festival nacido para dar cabida a películas con duración diferente a la estándar de un corto o un largometraje. Un ejemplo fue Los galgos (2011), trabajo final para la Escuela de Cinematografía y Audiovisual de Madrid (ECAM) del valenciano Gabriel Azorín, quien hubo de abreviar su cinta para el visionado en diferentes certámenes dedicados al corto. La película cuenta la historia de tres amigos que tras una noche de ebriedad, deciden cazar al amanecer con la ayuda de unos galgos. Cuando sucede un hecho crucial, dos de los personajes se verán obligados a tomar una serie de decisiones en absoluto fáciles. De lectura abierta, Azorín sostiene que su mediometraje se trata de un alegato político y una llamada a la revolución, si bien existen otros muchos significados que aguardan a ser descubiertos por el espectador.
La teoría de Korso (Korsoteoria, Antti Heikki Pesonen, 2012) fue la ácida comedia que inauguró el festival. En palabras de su director, quien vivió en el deprimido barrio de Korso de Helsinki, se trata de una historia pesimista en absoluto ajena a aquel vecindario, si bien mudada en clave cómica para aliviar la negatividad. Elli es una treinteañera de fuerte carácter que trabaja en una gran nave industrial. Fuma, bebe, escupe y en ocasiones roba para poder pagarse el viaje de sus sueños fuera de Korso. Sin embargo, el encuentro casual con el romántico y tierno hijo adolescente de su jefe cambia los planes de esta dura superviviente. La teoría de Korso resulta una película de repeticiones y casualidades, un mediometraje circular de humor cáustico y sabor agridulce, pero depositario de un buen recuerdo en el espectador.
Por su parte, Paréntesis (Parenthèse, Bernard Tanguy, 2013) retrata la crisis de los cincuenta de tres amigos de clase media-alta francesa, que para escapar de su monotonía, deciden emplear parte de sus vacaciones navegando. Durante el viaje, conocerán a tres chicas mucho más jóvenes que les restituirán la alegría por la vida, elevándoles algo más que el ánimo. Paréntesis es una película algo anodina y tópica, aunque productora de bastantes sonrisas; una obra algo autobiográfica a tenor de los comentarios del director, y una excusa para mostrar atractivas chicas enseñando cueros según las palabras de la actriz Sophie Verbeeck.
Océano (Océan, Emmanuel Laborie, 2013) parece narrar la sencilla historia de unas vacaciones familiares en la costa francesa, sin embargo, en realidad versa sobre el descubrimiento de la muerte –prefigurada en diversas ocasiones− por parte del primogénito de la familia, un niño alrededor de los diez años de edad. Su madre parece el único punto de referencia, apoyo y estabilidad en un entorno extraño y mudable. Océano es la historia de un viaje, pero no sólo físico; un recuerdo nostálgico de Laborie y una oda a la infancia aderezada con interesantes versiones de las Gymnopédies de Satie.
Los especialistas e incondicionales de Bergman no dudarían en vociferar la palabra sacrilegio en mi oído si afirmase que la holandesa Solsticio (Midzomernacht, Hiba Vink, 2011) posee un cierto regusto bergmaniano. Efectivamente, afirmar algo así puede ser desmesurado, pero existe alguna migaja en Solsticio que recuerda a Sonrisas de una noche de verano (Sommarnattens leende, 1955). Esta filiación, que muchos considerarán marciana, pudiera deberse −entre otras cosas− a un personaje determinante de la acción, Lena, una sueca que organiza una fiesta para celebrar la llegada del verano acorde con las tradiciones de su país y para anunciar su embarazo junto a su novio y amigos holandeses. Sin embargo, un personaje inesperado y ajeno –con aires a la Taylor de Who’s afraid of Virginia Woolf? (M. Nichols, 1966)− pondrá en jaque el amor y la amistad de todo el grupo. En definitiva, una cinta sobre secretos, lealtad, infelicidad y amnistía, con algún detalle fantástico y poético.
De nuevo, las relaciones de amistad fueron debatidas en otra película holandesa, Bowy está dentro (Bowy is Binnen, Aniëlle Webster, 2012), un mediometraje que recuerda demasiado a lo acontecido en Madrid aquel 31 de octubre. La película de Webster no sólo basa su argumento en las relaciones de una pareja con sus respectivos amigos, sino en la inconsciencia de estancias superiores demasiado preocupadas por cumplir un protocolo más allá de toda lógica. Concebida a ratos como falso documental –con entrevistas a los protagonistas de la tragedia− no exento de algún video colgado en youtube –sorprende ver la rapidez con que el último cine absorbe todas las innovaciones de la última revolución informática−, Bowy está dentro concluye como fábula contemporánea en donde los personajes se convierten en pequeñas hormigas hacinadas y sin salida posible.
En las antípodas de la anterior se encuentra la película El hámster (Chomik, Bartek Ignaciuk, 2012), una comedia entrañable y extravagante cercana al primer cine de Javier Fesser. El protagonista es la mascota de un matrimonio de ancianos, un hámster que ha sufrido un accidente paracaidístico. El hijo de esta pareja, junto al veterinario del pueblo, intenta solucionar la terrible tragedia, produciéndose una ingente cantidad de situaciones cómicas de toque pintoresco acentuadas por el uso del angular. Este mediometraje polaco resultó un golpe de aire fresco entre las butacas del IVAM, por lo que generó casi tantas risas como Bienvenidos y nuestras condolencias (Leon Prudovsky, 2012) o La tropa de la selva.
La última película mencionada supuso la representación del cine animado en La Cabina. La tropa de la selva (Les as de la jungle, David Alaux, Éric Tosti, 2013) sorprendió por su homenaje a Los siete magníficos (The Magnificent Seven, John Sturges, 1960) más que a la película de Kurosawa. Asimismo, la obra de Alaux y Tosti atrapó al público por la sabia elección y definición de los personajes, una tropa que consiguió un nuevo canto a la amistad y ofreció un ejemplo de superación frente a los obstáculos, incluso ante los biológicos.
Una comedia distinta fue la sueca Mousse (John Hellberg, 2012), en donde el protagonista es un francés sin recursos que necesita conseguir dinero fácil. Puesto que una importantísima carrera de caballos está a punto de celebrarse, los estancos han hecho buena caja, así que Mousse decide asaltar uno en las afueras de la ciudad. Sin embargo, tanto los rehenes como la policía resultan un poco particulares y caricaturescos, radicando ahí la vis cómica que, aunque consta de vigor en su comienzo, acaba por diluirse.
En Annalyn (Maria Eriksson, 2012), una atractiva joven filipina acaba de casarse con el padre de Agnes. Una y otra poseen la misma edad, idéntica jovialidad y sentimientos afines que terminan por enredarlas en una apasionada relación. Una película más sobre tórridos y complicados romances en el gélido y nevado contexto sueco.
Curiosa cinta la de Stian Kristiansen, Videoboy (2011), en la que unos amigos adolescentes conocen al siniestro Hijo del diablo, quien les ofrece la posibilidad de ver todas las películas que ellos deseen, incluso las que no son capaces de imaginar. Para ello, han de visitar a Videoboy, un misterioso chico pelirrojo dueño de la mayor colección de cine soñada. Una opresiva atmósfera recorre este mediometraje noruego que, salvando las distancias, podría acercarse a la ambientación de Kubrick para El resplandor (The Shining, 1980) o Eyes Wide Shut (1999). No en vano Videoboy suele vestirse con camisetas que lucen el rostro de Nicholson a la par que Suspiria (1977) de Argento.
Entre nosotros (Paloma Aguilera, 2011) y Los vivos también lloran (Os vivos tambem choram, Basil da Cunha, 2012) fueron proyectadas juntas en los dos pases que de ellas se ofrecieron. Buena vista la de los programadores del festival, que supieron reconocer dos historias similares sobre la emigración y la marca que ésta deja sobre los personajes. Si bien son historias sencillas y exentas de florituras formales, resultan impagables los momentos musicales de ambas: la cita a Los abuelos de la nada −entre otras tantas− en la primera, y el fado Estranha forma de vida de la segunda en el onírico momento final.
Nader es el protagonista de Las zapatillas del Aïd (My Shoes, Annis Lassoued, 2012), un niño que siempre corre entre sus vecinos repartiendo y vendiendo la pasta que su madre cocina para, posteriormente, poder contemplar todo el tiempo posible el verde valle que rodea su pueblo. Se acerca el Aïd (Ramadán) y acorde con la tradición, Nader podrá disponer de nueva ropa y quizá de unas flamantes deportivas con las que seguir corriendo, mas la pobreza familiar impide que esas zapatillas aladas que tanto desea acaben en sus pies. De nuevo, se nos ofrece un mediometraje sobre la infancia, donde la animación y la fantasía se entremezclan para representar la imaginación desbordada de un niño.
Si existiera un premio al mediometraje más tierno, el ganador indiscutible sería Todo lo que no puedes dejar atrás (Nicolás Lasnibat, 2013). Roberto es un entrañable anciano que ha perdido el trabajo de toda una vida. Ante tal circunstancia, decide viajar a Taltal, un pueblo del desierto chileno en donde nacieron él y su esposa. Lasnibat ofrece una bella historia de amor verdadero y atemporal semejante, y a la vez diferente, al retratado por Haneke en 2012. Un drama imprescindible con momentos subrayables como la aparición repetida de una tortuga o las conversaciones de Roberto con su esposa, quien suele aparecer desenfocada o en segundo plano con bastante asiduidad. Una película no aconsejable para insensibles y descreídos.
La Cabina ofreció una programación variada y excelsa colmada de historias que reflejan vivencias y sentimientos, anhelos y fantasías, imperfecciones y aciertos de un ser humano siempre en perpetua ansia de aceptación y reconocimiento, en constante búsqueda y aprendizaje. Que el éxito del cartel diseñado por Paula Bonet sea un reverbero de la celebridad que persiga al festival en los próximos años, pues de la misma manera que aquella Alicia sucumbía al País de las Maravillas, un nuevo espectador desea traspasar el espejo y contemplar ese otro mundo ficticio, pero a la vez demasiado próximo, que le ofrece la pantalla de La Cabina.
Teresa Cabello
Lee la primera parte de este artículo: La Cabina 2013: La comedia humana (I).
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