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‘El lodo’, de Iñaki Sánchez Arrieta
Con Raúl Arévalo, Paz Vega, Roberto Alamo, Susi Sánchez y Joaquín Climent
107′, España | Sunrise Pictures Company y Vertice 360, 2021
Película inaugural de la 36 edición de la Mostra de València-Cinema del Mediterrani
Viernes 15 de octubre de 2021
“La película gira en torno al miedo”, dice Iñaki Sánchez Arrieta, director de ‘El lodo’, con la que la Mostra de València inaugura su 36 edición, siendo el único filme español que compite en la Sección Oficial. ¿Qué miedo? Pues el que suele habitar dentro de cada uno de nosotros por temor a enfrentarnos a cierto pasado tenebroso o, cuando menos, inquietante, por cuanto viene a revelarnos determinada herida que, sin cicatrizar, solemos dar por cerrada.
En el caso que nos ocupa, lo encarnan Ricardo (Raúl Arévalo) y Claudia (Paz Vega), el matrimonio que, con su hija Julia (Daniela Casas), llega por motivos de trabajo al pueblo de Laguna Blanca, arrastrando un pasado que irá saliendo a la luz para mostrar de forma violenta las sombras que lo ocultaban. “Ricardo, un prestigioso biólogo, después de viajar por todo el mundo, tiene la oportunidad de volver a sus raíces para cumplir una misión, proteger el paraje natural donde vivía de niño”, se apunta en la sinopsis del filme.
La confluencia de ese pasado, cuyas sombras provienen de la muerte accidental de un hijo, y el presente laboral, que llevará a Ricardo a tener que tomar medidas que lo enfrentarán a los habitantes del pueblo, será el detonante de ‘El lodo’, un thriller que evoca de diversas formas películas como ‘Perros de paja’ (Sam Peckinpah), ‘Deliverance’ (John Boorman) o la más cerca ‘La isla mínima’ (Alberto Rodríguez), asunto sobre el que sobrevolaremos más tarde.
¿Por qué ‘El lodo’? En principio, según la RAE, lodo es el barro fino que se forma en el suelo cuando llueve o el que se establece en el fondo de un depósito de agua o estanque, pero también el que subyace como consecuencia de cierta degradación moral. Ambas acepciones se ajustan a lo que sucede en la película.
Es una palabra no muy conocida e incluso antigua, pero que encontraba acertada. Porque, efectivamente, el lodo es lo que existe en el fondo de los humedales; lo sucio, lo denso, y que perdura durante años. Y eso mismo es lo que les ocurre a los protagonistas, que llegan al pueblo con cierto lodo interior, que es el problema que cada uno lleva dentro y del que es muy difícil escapar.
‘El lodo’ comienza con una vista aérea, mediante el recurso últimamente tan habitual del dron, del paisaje de Laguna Blanca, un paisaje abierto que contrasta con el más cerrado y opresivo de las casas de los diferentes personajes de la trama.
El dron lo intentamos utilizar en su justa medida, haciendo un uso razonable del mismo, aunque perderse las imágenes del espacio de la Albufera valenciana [donde se rodó la película] era un pecado. Y, por otro lado, están las casas, como la de los agricultores donde se celebra la reunión, y en la que se respira una atmósfera cargada de humo, sin oxígeno puro, irrespirable, al igual que la casa de Ricardo y Claudia, que se vuelve cada vez más oscura, con la intención de que fuéramos entrando en esa atmósfera de fortín, como sitio de seguridad frente a la amenaza que proviene de fuera.
Bernardo (Toni Misó) le llama a Ricardo, en cierto momento del filme, Gregory Peck, aludiendo al actor que protagonizó varios títulos del cine clásico, y su mujer Claudia le dice en otro instante: “Menos mal que has llegado tú para salvar el mundo”. Hay ecos del héroe del western que, sin embargo, no se ajusta a su personalidad.
Sí, con esa alusión a Gregory Peck, el western planea por ahí, en la figura del llanero que llega para luchar contra todo un pueblo, y que llega después de haber triunfado en otros sitios, aunque aquí no lo va a tener igual. Cuando Bernardo se lo dice, en el fondo hay cierto retintín relacionado con la muerte de Zárate [su antecesor en el cargo por el que llega a Laguna Blanca]. Es como decir: “Eres un valiente, pero vas a acabar muerto como Zárate”.
Esas alusiones al western, y a las películas anteriormente citadas, podrían extenderse, por aquello del miedo que atraviesa todo el filme, a otra menos evidente, pero que igualmente va dejando traslucir una violencia soterrada a partir del miedo creciente. Me refiero a ‘El resplandor’, de Stanley Kubrick, salvando las lógicas distancias.
Siempre me había preguntado a qué podía oler la película y ‘El resplandor’ no me lo había planteado, aunque sí veo cierta analogía clara: el miedo que todo lo mueve. Ricardo es un personaje acostumbrado al triunfo que, de pronto, no puede aceptar su pasado, porque no cabe un fallo en él. No pude asumir que eso ocurrió; que algo escapó a su control. El miedo a sabernos vulnerables es lo que mueve todo. De ahí que el miedo lleve muchas veces a que los países y las personas se rearmen. El miedo, ante la desprotección que en ocasiones sentimos, desemboca en la compra de un arma, para tener la posibilidad de defendernos.
“Hay muchas Franciscas [papel que encarna Susi Sánchez] por el mundo”, dice Ricardo. Ahora que se habla de que estamos viviendo en un nuevo régimen feudal, en el que los señores son Google, Amazon o Apple, entre otros, tú sitúas ese poder en el ámbito más cercano de lo local, con la propietaria de unas tierras que dan trabajo precario a los habitantes de un pequeño pueblo.
Es que eso mismo lo estamos viendo en los invernaderos de Almería. Gente que tiene fincas de miles de hectáreas y que tiene trabajando a multitud de personas en condiciones de ‘Los santos inocentes’ [novela de Miguel Delibes y posterior película de Mario Camus]. Esa frase de Ricardo está dejada caer por eso. La injusticia está ahí. Esas tierras de Francisca son fuente de vida, pero de vida muy miserable. Trabajan para esta mujer y, aunque el equilibrio es precario, les da estabilidad, que es la que viene a romper Ricardo, de forma que les provoca el miedo a perderlo.
“Estoy hasta los huevos de los ecologistas. ¿Van ellos a hacer que llueva?”, proclama Tomás (Roberto Álamo). A su vez, esa imagen de la denominada ‘España vaciada’, con los pueblos a modo de retorno a cierta Arcadia feliz, por contraposición al ajetreo y alienación de las grandes ciudades, también está en la película en forma de crítica. ¿Lo ves así?
Hay una mirada real acerca de lo que pasa. Yo me di vueltas por la Albufera y las cosas son más complejas de lo que parecen. Ese enfrentamiento que se ve en la película, y que manifiestan los lugareños con respecto a Ricardo, al que parecen decirle, ‘qué sabrás tú que vienes de la universidad; esto es la tierra’, es una diferencia de criterio que existe en todos los humedales.
Los ecologistas dicen que no hay que cortar las cañas en un parque natural, pero si nos las quemas, se pudren y el etanol que producen, envenena el agua. En cuanto a los pueblos de la España vaciada y su imagen idílica, también hay controversia, porque por un lado se dramatiza la situación y, por el otro, también esta la cosa de que no venga nadie.
¿Estamos ante un auge del thriller? Enrique Urbizu fue uno de sus primeros valedores, pero después han venido una serie de títulos de notable éxito (‘Celda 211’, ‘La isla mínima’, ‘Tarde para la ira’, etc.). ¿A qué crees que se debe?
La formación en las escuelas ha sido importante, porque hay grandes técnicos salidos de ellas. Nos hemos especializado, incluso en animación donde somos punteros a nivel internacional. También en las series hay un alto nivel. El thriller pide esa destreza técnica y, con la calidad que tenemos, han mejorado las películas mucho a nivel visual, de manera que el mercado lo demanda mucho, junto con la comedia. Es hacia donde apunta la industria. El thriller entretiene y emociona. ‘El lodo’ te garantiza una hora y media de disfrute y tiene además drama, que a mí me interesa mucho.
Leyendo este verano ‘La poética de lo cotidiano’, Yasuhiro Ozu dice que él lo que quiere plasmar en sus películas es la humanidad, ese calor humano que le conmueve. ¿Qué es lo que a ti te conmueve, hasta el punto de querer trasladarlo a tus trabajos?
A mí lo que me mueve a realizar cine es la huella del pasado en las personas. Un pasado por el que venimos lastrados, como ya sucedía en ‘Zero’, mi primer largometraje. No es la misma película, pero tienen el mismo germen. Cómo el pasado se adueña de tu vida, si no eres capaz de romper su dinámica. Estoy obsesionado con ese pasado de las personas, que observas a diario. Escribo de lo que me late, acerca de lo que lleva dentro el ser humano.
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