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‘Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios’, de Mariana Enriquez
Anagrama, 2021
“Todos somos iguales ante la muerte» decía Lao Tsé. Puede que, para el exceso del desordenado ruido, el mejor remedio sea visitar el lugar más terrenal que apunta hacia el otro lado. Lo visual transforma una idea en realidad. Para comprender necesitamos echar mano de lo tangible.
La fascinación por los camposantos es un sentimiento compartido, lugar común que ha seducido a muchas autoras, desde Mary Shelley, Zelda Fitzgerald hasta Patti Smith. Artistas que sienten fascinación por lo que ya no está o por lo que no perdona, cruzan océanos sin billete de vuelta para perseguir las tumbas de Arthur Rimbaud, en París, Roberto Bolaño, en Cadaqués, o el vandalizado sepulcro de Sylvia Plath en Yorkshire.
Pero Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) no va en busca de famosos sepulcros. Viaja hacia el lugar, hacia ciudades y lo que ha ocurrido en ellas. En su nuevo libro, ‘Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios‘ (Anagrama, 2021) homenajea a esos cementerios que encierran mucho más que huesos o cenizas. Representan el cómo se ha vivido. La belleza fue lo primero que sedujo a Enríquez, la estética romántica gótica con la que sueña desde adolescente. Después, el adivinar las historias que silenciosamente se narran en cada una de ellas.
Acude siempre equipada con cámara y libreta, como documentalista previamente informada y expuesta a recibir, sin sugestiones por los fantasmas, que asegura que existen. Desfilan por estas páginas camposantos célebres y cargados de historia como el de Montparnasse de París, el de Highgate en Londres o el cementerio judío de Praga, y otros recónditos, decrépitos o secretamente bellos.
Cementerio de Montparnasse (París)
‘La necrópolis de las estrellas‘
Si los cementerios de París fueron creados con una exquisita consideración de la estética –se les conoce como «cementerios jardín» y se encuentran entre los más bellos del mundo– aquel en el que habitan muchos personajes eternos cautiva por su belleza y mitomanía. El Cementerio de Montparnasse es imprescindible por su bohemia. Como la recorrida ruta de las estrellas en Los Ángeles, aquí élite y artistas son enterrados bajo una excéntrica colección de tumbas en las que Charles Baudelaire, Susan Sontag, pasando por Man Ray o Guy de Maupassant, descansan y son vecinos.
También Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir yacen juntos en una sencilla tumba, mientras que los restos de Serge Gainsbourg son coronados por una cascada de flores. Esculturas las hay de todos los estilos y sentimientos: dolientes, románticas, sobrias y clásicas. También un gato vanguardista resguarda a Niki de Saint Phalle y el aviador pionero de la Primera Guerra Mundial, Adolphe Pégoud, se alza orgulloso sobre una estatua de águila que grita.
Mariana Enríquez no es una coleccionista de muertos célebres, pero en esta sacramental de famosos esquiva a Man Ray o Tristan Tzara para encontrarse con otro argentino en París, Julio Cortázar, mientras suplica que al autor de ‘Rayuela’ nunca lo repatrien, su amor por la Ciudad de la Luz se resume en una frase: “París es como un corazón que late todo el tiempo, no es el lugar donde vivo; es otra cosa”.
Cementerio de Highgate (Londres)
‘Un mas allá victoriano‘
Encaramado en una colina sobre el humo de Londres, el cementerio de Highgate, el primero privado de la ciudad, pronto se convirtió en un lugar de moda para entierros desde su construcción en 1839. Admirado y de los más concurridos, es su actitud romántica victoriana hacia la muerte la que inspiró la creación de un laberinto de sepulcros egipcios y edificios góticos. Las hileras de ángeles de piedra silenciosos han sido testigos de todo tipo de ceremonias y hasta de insólitas exhumaciones. En los sesenta varias tumbas fueron profanadas por supuestos acólitos de la magia negra. También se ha hablado de visiones, avistamientos de espíritus luminosos y aterradores espectros alrededor de sus vallas.
Sus avenidas sepultan a poetas, pintores, príncipes y mendigos. Hay más de ochocientos nobles enterrados en Highgate, entre ellos alcaldes, políticos y miembros de la Royal Society. Aunque entre sus habitantes se encuentran las tumbas de la escritora George Eliot, el pintor Henry Moore o la modelo prerrafaelita retratada como la icónica ‘Ofelia’, Eleanor Siddal, quizás su ocupante más icónico sea Karl Marx. Su sepulcro, en más de una ocasión vandalizado, lo firma el epitafio «Proletarios del mundo, uníos» con el que parece que puedas escuchar al filósofo.
Una frase con la que podría competir la que figura en la tumba de Malcolm McLaren, mánager de los Sex Pistols: «Mejor un fracaso espectacular que un éxito benigno». La hija de Marx, Eleanor, también está enterrada en Highgate y rodeada de otros pensadores como el sudafricano antiapartheid Yusuf Dadoo o la periodista Claudia Jones. No es de extrañar que su turbador panorama cautive a directores y directoras: su paisaje techado y sombrío actuó como set en ‘Drácula’, de Francis Ford Coppola, o ‘Fantastic Beasts’, de J.K Rowling.
Cementerio de Sant Louis (Nueva Orleans)
‘Vudú sobre Bourbon Street‘
El cementerio de Sant Louise, en Nueva Orleans, es considerado uno de los más embrujados de todo Estados Unidos. En el ridículo espacio de una sola manzana, alberga más de setecientas tumbas y más de cien mil muertos –y todavía está en activo–. Encuentros fantasmas, visiones y supuestas maldiciones planean sobre este lugar desde hace más de doscientos años.
Una escalofriante atmósfera silenciosa hechiza este lugar. Su antigüedad es parte de su embrujo: conchas rotas y los adoquines, dragados del lago Pontchartrain y del río Misisipi, forman los callejones y las criptas que, desmoronadas albergan a los muertos. La disposición desordenada de las tumbas y las parcelas de enterramiento laberínticas han inspirado películas de terror (‘Easy Rider’ o ‘Entrevista con el vampiro’ son algunas de las películas rodadas entre las lápidas de Sant Louise).
En las tumbas familiares, además, se intuyen símbolos crípticos relacionados con el vudú y, de entre todos sus espíritus, el de Marie Laveau,conocida en el siglo XIX como la ‘Reina del vudú’, es el más temido. Practicaba la adivinación, el ocultismo, conocía todos los secretos de la sociedad neoorleanesa. Con un aspecto ruinoso y polvoriento por el paso del tiempo, el cementerio número uno de San Luis se ganó el apodo de ‘Ciudad de los Muertos’ por el afamado escritor Mark Twain.
Cementerio de Poblenou (Barcelona)
‘El beso de muerte‘
En el Cementerio de Poblenou, la presencia de ‘El último beso’ (‘El petó de la mort’) es ineludible. Y como describe Mariana Enríquez, «la escultura irradia esa atención propia de los mitos y es tan hermosa como tétrica». Aunque en sus galerías pueden leerse los nombres de personajes ilustres como Josep Anselm Clavé o Serafí Pitarra, es esta obra artística la que ocupa toda la atención.
Se dice que esta reliquia del necroturismo inspiró ‘El séptimo sello’ de Bergman, también que es un símbolo de una tradición esotérica llamada Mors Osculi, en la que la figura de la muerte es comprendida como guía y maestra. Leyendas a un lado, la escultura, descarnada y alada, besa a un hombre de torso fuerte que se deja morir, semidesnudo. La muerte, aquí, es «madre, amante y ladrona». Es una de las pocas esculturas en las que un hombre es llevado por ella.
Normalmente, son las figuras femeninas quienes sucumben al ángel caído. Cuentan que fue un encargo de una anónima familia aristocrática al escultor Jaume Barba hacia 1930. El motivo era el fallecimiento de un ser querido muy joven, del que nada se sabe porque su identidad no figura en ningún lugar del cementerio. El epitafio –unos versos de Cinto Verdaguer– no hace más que sumar una poética belleza al sobrecogedor escenario: “más su joven corazón no puede más / en sus venas la sangre se detiene y se hiela / y el ánimo perdido con la fe se abraza / sintiéndose caer al beso de la muerte”.
Cementerio La Recoleta (Buenos Aires)
‘El escondite de Eva Perón‘
“Cada vez que algún turista, visitante o extranjero en general me preguntan adónde debe ir en Buenos Aires, le sugiero sin duda alguna el cementerio de La Recoleta”, escribe categórica Enriquez. El cementerio de La Recoleta ya no es un camposanto. Perdió esa condición en 1853, cuando se permitió el entierro del Dr. Blas Agüero, reputado francmasón. Una profanación de la que este excéntrico y espiritual lugar de Buenos Aires no se salvó.
Ahora, conviven féretros y tumbas de todas las religiones, incluso masónicas. Pero, es aquí donde Mariana Enriquez quiere que esparzan sus cenizas. Específicamente sobre una inquietante tumba con forma de pirámide egipcia donde puede leerse una inscripción que no da esperanza al más allá: «Aquí no hay nada. Sólo polvo y huesos. Nada».
Las calles de La Recoleta son las favoritas de la autora, incluso en pleno confinamiento decide escaparse en horario limitado para poder deleitarse con las esculturas hiperrealistas que presiden sepulcros fantasmas y ataúdes visibles. Y es que en esta necrópolis duerme uno de los cuerpos más admirados de Buenos Aires: el de la leyenda política Eva Perón.
Las veces que han tratado de profanar sus restos son incontables, tantas que para disuadir a entusiastas y fanáticos ahora se encuentra más de ocho metros bajo tierra. El relato de cómo tanto detractores como fieles al peronismo se han turnado sus huesos desde la muerte del icono a sus 33 años daría, como dice la autora, para otro libro. Ella siempre “tiene historias sobre muertos, y todas son buenas”.
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