Una pareja accidental. Entre la realidad, la ironía y la ternura | Javier Rioyo
‘Esa pareja feliz’ (1951, producción | 1953, estreno en España)
MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2021
En el festival de Tudela, en los finales de octubre de 2002, acompañamos un grupo de amigos del cine al maestro tan cercano, Luis García Berlanga. Es un festival de óperas primas –que pensó y dirigió Luis Alegre– en el que los directores se enfrentaban a sus principios con público y críticos. Se había proyectado ‘Esa pareja feliz‘ y estábamos con Berlanga en el escenario del principal cine de Tudela, en relajada charla sobre aquellos principios.
Alguien nos hace llegar en directo la noticia, en ese momento, de Juan Antonio Bardem. Hubo que decírselo a Berlanga. Se hizo con discreción, pero no se pudo evitar que aquello ya se convirtiera en un improvisado homenaje al director fallecido. Se terminó el acto. Luis G. Berlanga estaba entre despistado –algo normal en él–, pero además con una tristeza silenciosa que no era ya tan normal.
Había que hacer algo, estar con él, intentar normalizar aquello tan berlanguiano que nos acababa de pasar. Decidimos ver el partido de fútbol en el hotel –jugaba el Valencia y era una excusa–. No creo que a Berlanga le importara un comino el partido, pero le permitió ensimismarse y no hablar de la muerte de su distanciado amigo. No habló ni mal ni bien del que fuera su colega y codirector de su primera película. Decidió no hablar. Lo entendimos.
Antes de que eso sucediera y mediatizara los juicios sobre su colaboración, sobre su ópera prima, ya había concluido que el cine no se hace en pareja, salvo algunos raros casos de hermandad y pocos más. Bardem y Berlanga fueron pareja accidental, de conveniencia, juventud e interés. Aquella unión circunstancial de dos cineastas que marcaron nuestro cine nació con la ruptura anunciada. Pero mereció la pena. No fue una ruptura abrupta, no se tiraron los trastos a la cabeza, de hecho Bardem siguió colaborando como coguonista en las siguientes películas de Berlanga.
Aquella pareja no podría ser feliz, les unían algunas cosas: cinefilia, compañeros de la primera promoción de la escuela de cine, sus curiosidades culturales y el antifranquismo. Bardem ya era miembro clandestino del Partido Comunista y Berlanga, mal compañero de ese viaje –sin olvidarnos de las varias razones de su pertenencia a la División Azul: la prisión de su padre, el deseo de aventura, la teórica seducción a una enamorada y ciertas simpatías a la idea lírica de la Falange–, aunque entonces fuera tan antifranquista como no comunista.
Bardem, convencido de que la lucha social y de partido era el camino. Berlanga, dudando de todo, de todos y hasta de sí mismo. Mereció la pena aquella unión de intereses cruzados y deseo de hacer carrera de dos jóvenes que estaban convencidos y empeñados en hacerse un sitio en una industria que vivía momentos tan interesantes y tan complejos.
Diferentes ellos y diferentes sus procedencias. Bardem, madrileño que venía de una ilustre saga de actores, del teatro y del cine –sus padres son parte del excelente reparto de ‘Esa pareja feliz’–. Berlanga procedía de una acaudalada familia de valencianos que se dedicó a negocios con éxito, burgueses liberales, republicanos y con un familiar cineasta. Superando diferencias, sumando talentos, aquellos jóvenes representaron una nueva mirada en el cine español.
De alguna manera, ‘Esa pareja feliz’ es la continuidad de aquel cine popular y de gran interés que en tiempos republicanos –y también después, a pesar de la censura– supieron hacer Neville, el Buñuel de Filmófono, Perojo y otros. Los argumentos estaban, a veces, cerca del sainete, del teatro popular o de los dramas rurales. Hubo un gran cine, pero quizá era demasiado deudor de lo teatral.
Ya habían pasado décadas desde que el cine creara su propio lenguaje, aunque, entre nosotros, los directores, guionistas, actores, venían mayoritariamente del teatro o de las varietés. Sin ser ajenos a esas influencias, aquellos estudiantes de cine de la primera promoción de la Escuela de Cine –Bardem y Berlanga entre los más aventajados– pertenecen a nuestra primera generación cinéfila y profesional.
Vista ahora, ‘Esa pareja feliz’ puede tener muchos clichés, no pocos tópicos e incrustaciones de sentimentalidad sainetesca. Pero, sin duda, es mucho más que eso. Es una peculiar mezcla de neorrealismo costumbrista a la madrileña, donde ya se pueden percibir ciertos mundos berlanguianos y la preocupación política y social propia de Bardem.
La dirección corrió más a cargo de Bardem y la planificación y puesta en escena más de Berlanga. Sin embargo, las dos personalidades se cruzan. Ese mundo de realismo de la vida de corrala madrileña, la lucha por la vida, la busca de la supervivencia, nos puede acercar más a Bardem. La comicidad, lo coral, ese entorno de perdedores, ingenuos y soñadores, nos recuerda al mundo berlanguiano.
La película es del año 1951; aunque transcurre la historia en 1947, donde la sombra de la posguerra marcaba vida y silencios. Aún estaban las cartillas de racionamiento, en los cines se ponían los himnos franquistas, la policía, la censura, la vigilancia, las prohibiciones, el poder de la Iglesia más integrista, el estraperlo, el miedo a las denuncias… Pues apenas nada de eso se deja ver en esta tragicomedia de vidas duras que no han perdido la capacidad de soñar.
El deseo de prosperar se choca con muchas dificultades, con pícaros, estafadores, pequeñas trampas de la supervivencia, necesidad de evasión por el cine, los concursos, los inventos caseros o los cursos por correspondencia. Los deseos se tropiezan con la realidad, los sueños tienen despertares infelices, el engaño está a la orden del día y la necesidad de mejorar o supervivir nos hace difícil ser una pareja feliz.
Hay que señalar que la parodia de la vida y la ficción están presentes en toda la película. El cine de honores y grandezas históricas es ridiculizado. El oficio de cineasta, de actores teatrales, los cantantes de óperas sin presupuesto, los espectáculos de salas de fiestas, la vida del lujo –que también tenía sus espacios–, las domesticas casas de putas, el servicio militar interminable, la vida de taberna, está mirado desde una ironía amable que no llega al esperpento.
Todo es milagro de la supervivencia, arcadias de tantas noches en los cines de barrio, partidos futbol radiados, luz que se va cada dos por tres, verbenas populares, besos cortados por la censura, vida sin muchas perspectivas y, sin embargo, defensa de los soñadores. De la posibilidad de salvarnos por nosotros mismos. Dejar de confiar en los concursos y en la ilusión de vivir un día como si no fuéramos lo que somos.
Hay una herencia del neorrealismo con más ironía, un casticismo a la madrileña sin sainete, una vida dura que quiere evadirse con los sueños y un despertar a la realidad que hace posible que nosotros mismos, con nuestra capacidad de ser felices –sin creernos esos eslóganes que prometen llegar “A la felicidad por la electrónica”–, de creer en el amor, de apartarnos de embaucadores y de hacer posible que podamos fugarnos de la miseria social, de la apariencia y la mentira.
Genial final en la que se van desprendiendo de todos esos regalos de objetos que no pertenecen a su mundo. A Elvira Quintillá le hacen daño los modernos y lujosos zapatos de tacón. A Fernando Fernán Gómez no le hace falta una escopeta acuática que nuca usará. Regalos que irán dejando en los bancos donde duermen los pobres, que despertarán rodeados de insólitos objetos de un mundo que nada tiene que ver con su realidad. En el reparto, algunos de los actores que serán presencias habituales en el cine de Berlanga. Una película que volviendo a ver, o viendo por primera vez, nos da una imagen de los que fuimos. Y que nos hace mejores.
Javier Rioyo
Escritor, periodista, cineasta y director del Instituto Cervantes de Tánger
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga, en junio de 2021.