#MAKMAMúsica
Alba Molina
Homenaje a Lole y Manuel. Con la guitarra de Joselito Acedo
Teatre Talia
Caballeros 31, València
Martes 18 de enero de 2022, a las 20:00
En sus dos siglos de historia, al flamenco le ha ocurrido como a algunas marcas de zumos. Primero aparecieron en las estanterías como «zumo de». Luego fueron «zumo con». Y acabaron saliendo de los lineales de los supermercados con «sabor a», apenas un remordimiento de fruta cogida del árbol. Alba Molina Montoya (Sevilla, 1978) nació en una familia de artistas flamencos de la época en que el don se hacía oficio y nacían verdaderos genios de la materia. Aunque no por ello exige credenciales ni galones. Es cantante. Es gitana. Y canta gitanísimo.
Su padre, Manuel Molina, puso patas arriba el género. Formó parte del grupo Chavalillos del Tardón junto a Chiquetete y el guitarrista Manuel Domínguez, El Rubio. Fundó Smash, una de las principales referencias del flamenco fusión. Luego llegó Lole y Manuel, la etapa en la que Alba tuvo su primera aparición pública. Fue en la portada del disco ‘Al alba con alegría’ que sus padres publicaron en 1980.
Como la leyenda que fue, Manuel Molina tiene una placa en Triana, un león tatuado el brazo de su hija y un homenaje en forma de trilogía discográfica compuesta tras su fallecimiento, en 2015: ‘Alba Molina Canta a Lole y Manuel’, ‘Caminando con Manuel’ (2017) y el directo ‘Para Lole y Manuel’ (2019). Se trata de un “homenaje desde la humildad y el respeto al público y a Lole y Manuel. Hecho con todo el amor del mundo, no se puede de otra manera”. Con su último trabajo, Alba Molina pisará las tablas del Teatre Talía de València el próximo día 18 de enero a las 20:00
Descuelga el teléfono “autoconfinada en casa, en el campo, por prudencia”, para ponerse a cubierto de la ómicron. “Apenas salgo. No quiero tener ningún imprevisto antes de un bolo. Lo vamos a coger todo el mundo, pero antes de un bolo, no. Además, tengo la sensación de que este concierto va a ser especial. Los bolos son una bendición. Ya no solo porque económicamente haga falta, sino porque es una forma de unión. Lo que ocurre solo lo pueden saber los que están: el público y los artistas. Es un ritual. Aunque soy también músico de estudio, no puedo evitar las ganas de subir a un escenario”.
Estará el guitarrista trianero Joselito Acedo, como casi siempre, a tu lado.
Viene conmigo a todo lo de Lole y Manuel. Yo a veces me enfado cuando oigo versiones de Lole y Manuel; soy muy celosa con esta música. Yo me di permiso para hacerlo desde que faltó mi padre. Sus canciones son joyas y hay que estar muy loco o tener muy poca vergüenza para cantar ese repertorio.
Joselito y yo nos conocemos desde que tenía 13 años; es compañero de profesión y amigo. Seguramente, si Joselito no hubiese aparecido en mi vida nunca me habría metido en este homenaje que dura ya varios años. Yo se lo confié a él cuando mi padre aún estaba vivo y no dudó ni un segundo. Él es amante de Lole y Manuel desde chiquitito.
En los escenarios desde el vientre de tu madre. Modelo a los 12 años, ‘Miss Elegancia’ en Jerez a los 14 y desfilando en Cibeles con solo 15. A los 19 te volcaste con la música. ¿Cuándo te diste cuenta de que eras famosa?
Siempre digo que como nunca he sido hija de otras personas no puedo comparar cómo hubiese sido mi vida sin haberme criado en la fama. Siento que siempre he sido la hija de Lole, hasta el punto de que a veces ha sido un coñazo. No me gusta ese sobeteo, soy cariñosa de otra manera. De niña no me gustaba y de mayor no te creas que me encanta. La relación con el público es otra, porque es quien hace al artista, y que venga a pedir una foto o un autógrafo es bonito.
En una entrevista de mediados de 2021 dijiste: «He cantado en muchos países y hoy no tengo ni un bolo, ni uno. Vivo de alquiler y no tengo un duro: me refugio en mis hijos y en la música para seguir, no queda otra». No casa con una imagen de éxito, famoseo y, por eso mismo, de vida despreocupada.
Hay que tomarse la vida con naturalidad y con honestidad. A mí me gusta un buen perfume, salir a cenar, unos zapatos bonitos y, claro, el dinero. Pero me gusta cuando es importante. Yo pienso como lo hacía mi padre, que necesitaba trabajar para poder vivir. Teniendo para comer, para pagar mis cosas, teniendo para vivir y pudiendo permitirme algún capricho, no tengo más necesidades. Tengo poco dinero, no lo guardo porque no me gusta ni lo entiendo.
Con tu último trabajo asumiste toda la producción.
Soy bastante celosa de mis cosas, conservadora, aunque desde chica he confiado en mis padres o en la persona con la que trabajara. Yo he producido muchos trabajos, pero mi nombre no ha aparecido como productora. Conocía esa materia ya de antes.
En plena pandemia en la que no puedes ver a nadie, se anula el contacto físico y no te puedes sentar a mirar a los ojos al guitarrista o al pianista, al que sea, es mucho más difícil trabajar. El resultado de ‘El beso’ me da mucha satisfacción, es un disco muy sincero. Sencillo pero muy verdadero, muy Alba Molina. Me encantaría poder hacer discos a gente que me gusta, pero no tengo dinero para hacerlo.
Te defines más como cantante que como cantaora, aunque no parece que tengas necesidad de ir aclarándolo. Javier Krahe decía que su profesión no tenía nombre, como mucho, una descripción: hacía canciones y las cantaba, pero no se sentía cantautor. ¿Hay algo en ti de eso?
Las etiquetas son importantes para entendernos. Me dan un poco igual. Al final, lo que haces es lo que eres. A mí me gusta el flamenco porque es para enamorarse, con una riqueza de matices de locos y lo amo. Si dicen que canto flamenco, bien, guay. Pero yo soy gitana, eso sí, y en lo que haga se me nota. Pero no soy flamenca.
¿Qué música se escucha en tu casa?
Jazz o música clásica. Flamenco no escucho apenas. Me pongo a Bill Evans, Billy Holliday, Chet Baker…
No existe una escuela Manuel Molina, a pesar de la importancia que tuvo su estilo revolucionario. Las letras de Lole y Manuel introdujeron un flamenco evocador, que narra y dibuja, que habla de el sol, la luna, las flores, las mariposas…
Me gustaría que hubiese una escuela para estudiar su obra, comprenderla, tengo muchas ideas que podrían llevarse a cabo porque no ha habido nadie que se haya siquiera acercado a ese estilo. Pero a veces lo pienso y me da mucha pereza. En estos tiempos tan raros es muy de agradecer que la música sea capaz de reparar un corazón agrietado, porque parece que el mundo se acaba y no le importa a nadie.
En una entrevista hace unos años, Lole me dijo que el flamenco era algo muy dulce, pero lleno de vanidosos, apandadores y amantes de lo ajeno. Gente que se apropia de canciones, que figura como productor sin serlo… ¿Ha sido su trabajo suficientemente reivindicado?
Para mí, su trabajo, esa forma diferente de contar, está muy valorado. Desde Tarantino a cualquiera que viene a los conciertos, aman y respetan esa música. Hace unos años fui a Nueva York y estaba Woody Allen, que conocía a mi padre. Los dos han sido únicos, unos referentes mundiales, y para mí es un alucine la importancia que se les reconoce. Es casi música para niños, pero con toda la dificultad de un laberinto de tiempo, de palabras. ¿Hace falta más? ¿Que se venda más? ¿Qué es más?
Hay un público que cuando asiste a un recital espera no encontrarse con un espectáculo de música de ascensor ni el hilo musical bailongo de una tienda de ropa. Busca algo más interesante. Después de escuchar una y otra vez el repertorio mítico de Lole y Manuel y hacerlo propio, ¿tú también has descubierto algo nuevo?
Muchas veces, Joselito y yo nos ponemos a escuchar los temas que ya nos sabemos desde hace mil años una y otra vez. No dejamos de sorprendernos.
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