Novelerías. Entre Blasco y Berlanga | Justo Serna
‘Blasco Ibáñez. La novela de su vida’, de Luis García Berlanga
180′ | Miniserie de TV
RTVE, 1997
“No hay un único Blasco Ibáñez, y menos a cien años de distancia,
cuando el novelista le ha dado la vuelta al siglo
y sucesivas generaciones de lectores han venido depositando
en estratos sus diferentes –divergentes– lecturas.
A nuevos lectores, nuevas lecturas, es decir, nuevos textos, ya se sabe,
y si cada generación está obligada, al insertarse en la historia, a reescribirla,
también nosotros tendremos que probar a decir algo sobre la figura de Blasco”
(Joan Oleza)
Exposiciones
En 2021, en agosto, tuve la oportunidad de asistir a dos exposiciones que poco o nada tenían que ver entre sí. Por un lado, ‘Blasco Ibáñez y la conquista de las masas: fondos de la Universitat de València‘, en el Centre Cultural La Nau. De esta muestra fue su comisaria Blanca Cerdá. Por otro lado pude acudir también a la titulada ‘¡Visca Berlanga!. Una historia de cine‘, en el MuVim. De esta muestra fue su comisario Joan Carles Martí. Se trataba de una exposición incluida en ‘L’Any Berlanga‘.
La muestra dedicada a Blasco Ibáñez me complació. Me complació mucho. La comisaria había concebido y desarrollado una exposición sobria, austera, equilibrada: todo un logro si del novelista valenciano hablamos, tan expansivo, tan desbordante.
Era una muestra centrada en la literatura de Blasco Ibáñez, en su inmensa capacidad para captar, reproducir, representar y, finalmente, reacomodar la realidad al relato, lo histórico a la ficción…: muy atenta a lo que el escritor urdía, fantaseaba o imaginaba.
Digamos que Blanca Cerdá logró algo significativo: asear al muerto, a un icono que no ahora no está del todo muerto, pero a un autor del que sabemos de otro tiempo. Blanca lo cepilló –como se cepillan a los difuntos– hasta dejarlo presentable. Y bien presentable.
Se trata de un escritor que triunfó en el mundo, pero que en Valencia fue polémico y polemista: un literato menospreciado o repudiado por los miembros de su generación, la del 98. Blasco aparecía en la exposición como escritor de fuste, como un autor de mucha enjundia.
Por otro lado, ese mes de agosto de 2021, acudí a ver la muestra dedicada a Berlanga, de la cual era comisario Joan Carles Martí. Me pareció correcta pero previsible. No culpo al comisario. Debo admitir que la existencia de Berlanga contemplada a través de su cine no tiene vuelta de hoja: nada de su vida puede tener tanto interés como las vidas que el cineasta pudo imaginar o fabular. Su cine es superior a la vida…
De esa muestra unas cuantas cosas importantes me sorprendieron. Al menos por el efecto que me provocaban: me inquietó especialmente volver a caer –volver a caer– en el universo de Berlanga. Por un momento me sentí atrapado. Quien haya visto los filmes de Berlanga, quien los haya revisado una y otra vez, admitirá que ingresar en su mundo tiene algo de asfixiante.
Punto y aparte.
Dos exposiciones, pues, y dos figuras bien distantes. Vicente Blasco Ibáñez, nacido en Valencia en 1867 y fallecido en Menton (Francia) en 1928. Por su parte, Luis García-Berlanga Martí, nacido en Valencia en 1921 y fallecido en Pozuelo de Alarcón (Madrid) en 2010. Son dos figuras o dos personas bien distantes. Eres una persona, probablemente decepcionante. Y puedes ser una figura. O un figura, seguramente admirable. En principio, entre Blasco y Berlanga no hay afinidad alguna.
Son dos figuras corpulentas que se repelen.
Uno es hijo de la menestralía, el meritorio de ascendencia aragonesa que triunfa en Valencia, en España y en el mundo gracias a la literatura y el cinematógrafo, Hollywood; el universitario que escribe, que escribe sin dudas y al trote; el polemista que concibe la República como solución lírica e ideal frente a la monarquía prosaica y corrupta, amparada en Primo de Rivera; el conquistador de mujeres y tierras; el hombre de mundo que se lo come, que se lo come justamente, que a poco que se descuiden devora a afines y a adversarios.
El otro, por el contrario, es el hijo y el nieto de terratenientes y comerciantes, de prohombres y diputados originario de la comarca de Requena; el muchacho tímido y grandón, el hombre levemente acomplejado y atolondrado, padre de familia y calavera; el varón contrito y sarcástico a un tiempo, capaz de burlarse del mundo, de las normas, del franquismo… sin ser especialmente oponente; el estudioso y lector que quería ser poeta y que acaba estudiando cine para captar y debelar la España mojigata de la dictadura y ello con éxito y penalidades: con aspiraciones a los premios Óscar y con presencia en el Festival de Cannes.
Punto y aparte.
La serie ‘Blasco Ibáñez’. La novela de Luis García-Berlanga
En 1997 se estrena en Televisión Española y en Canal 9 la serie ‘Blasco Ibáñez. La novela de su vida‘. La realización corre a cargo de Luis García- Berlanga. Creo recordar que la vi en su momento. No sé si completa o alguno de sus dos capítulos de noventa minutos. Ahora bien, para escribir sobre ella no puedo fiarme de vagos recuerdos de entonces, siempre dudosos. Tampoco puedo ceñirme a ciertas secuencias que se pueden captar, por ejemplo, en YouTube.
Precisamente por eso, adquiero el DVD de la serie. Me propuse examinarlo como si de un documento original se tratara. Al fin y al cabo, la cultura siempre es un repertorio de artefactos materiales y, justamente, el DVD comprado a una librería de Nueva York (parece un lance ideado por Blasco Ibáñez) me permite recrearme en la serie.
Verla y volverla a ver.
Y esto me permite verificar cómo se vendió y aún se vende ese paquete videográfico al margen de su emisión. En todo producto hay que examinar las palabras y el modo, visual o material, en que se promociona el producto. En la sinopsis (con leísmos incluidos) de la contracubierta, el editor nos dice algunas palabras muy significativas e interesantes. Volveré a ellas al final de mi artículo.
Reservo la traca para el final.
En este texto, por lo que llevamos hasta ahora, estoy dando pistas y algunos detalles de esta producción. Quiero detenerme especialmente en la representación que de Vicente Blasco Ibáñez hace Luis García-Berlanga. O, en otros términos, quiero examinar el perfil trazado del escritor en la serie. También quiero comprobar la afinidad o no que ese personaje de tanto relumbre tiene con el propio Berlanga.
Por un lado, el encargo de una serie de estas características es perfectamente normal en aquellas fechas, 1997. Representar para la televisión autonómica y española la vida de un valenciano ilustre y universal, de enorme trascendencia en la historia de la cultura contemporánea, parece obvio. Y parece obvio que esta labor se le encargue a un cineasta, también valenciano, de ilustre carrera, de trayectoria consumada y grandes reconocimientos.
Entre 1990 y 1996, el valenciano de Villarreal Jordi García Candau será el máximo responsable de Radiotelevisión Española, su director general. En marzo de 1992, García Candau comparece en el Congreso de los Diputados para informar sobre los compromisos adquiridos por el Ente: todo ello, con motivo de ese año de conmemoraciones, 1992.
Antonio Gómez Rufo, el primer biógrafo de Berlanga, y Miguel Ángel Villena, el último biógrafo del cineasta, así como Manuel Palacio y Juan Carlos Ibáñez, apuntan datos de interés sobre el trasfondo de esta producción. Y concretamente estos dos estudiosos lo hacen en su ‘Berlanga y la quiebra del canon en la ficción histórica televisiva: Vicente Blasco Ibáñez (la novela de su vida)‘ (1997). Es una breve contribución hecha al volumen colectivo titulado ‘Furia española. Vida, obra, opiniones y milagros de Luis García Berlanga (1921-2010)‘, publicado por la Generalitat Valenciana y la Filmoteca Española.
Cuando García Candau comparece ante los diputados, en marzo de 1992, anuncia –como no podía ser de otro modo– una gran cobertura de la Exposición Universal de Sevilla y de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Por otra parte, anuncia igualmente distintas producciones de las que se va a hacer cargo Televisión para festejar clásicos de la cultura española.
Entre lo anunciado, está la biografía del novelista Vicente Blasco Ibáñez, que supondrá el debut televisivo de Luis García-Berlanga. En 1993, al decir de Antonio Gómez Rufo en la biografía que le dedica al cineasta, la propuesta de García Candau, hecha a Berlanga, ya es firme. Por tanto, se prevé una pronta realización de la serie.
Se llega a hablar de cinco capítulos de una hora de duración. Se habló de la contratación de afamados actores. Se habló de la incorporación de relevantes equipos técnicos que deberían desplazarse a los lugares más destacados en la vida de Blasco: Valencia, Madrid, París, Turquía, Argentina y, por supuesto, los Estados Unidos y, muy especialmente, Hollywood.
La producción se retrasará, dadas las dimensiones del proyecto, y sólo en 1995 la Generalitat Valenciana y Televisión Española llegarán a un acuerdo. Por el camino, el plan previsto y las energías han ido perdiendo fuelle. Las modificaciones del contrato reducen la serie a dos capítulos de hora y media de duración con Madrid y Valencia como únicas localizaciones.
La verdad es que todo parece atentar contra el proyecto.
En primer lugar, las previsiones presupuestarias, ya digo, no se cumplen. En segundo término, el guion no se sostiene cinematográfica e históricamente, según confesará más tarde uno de los coguionistas, Antonio Gómez Rufo. En tercer lugar, los actores previstos, entre otros Andy García y Carmelo Gómez, no se incorporan al proyecto. Y, finalmente, el cambio político que experimentan las instituciones en aquellas fechas condiciona sobremanera los resultados. El rodaje comenzará en el verano de 1996, estrenándose en 1997.
Cuando este proyecto empieza, hacia 1992 y 1993, tanto la Generalitat Valenciana como el Gobierno de España están bajo signo socialista. En cambio, el Ayuntamiento de Valencia está encabezado por la popular Rita Barberá, tras el acuerdo del PP con Unión Valenciana, gracias al cual consiguen desbancar a los socialistas del mando del consistorio. Poco tiempo después, en 1995, el denominado ‘Pacto del Pollo‘, una nueva alianza de ese acuerdo, permite una mayoría que llevará a Eduardo Zaplana a la presidencia de la Generalitat.
Como indicaba, la producción de la serie se realizará finalmente en 1996, ya con gabinetes del Partido Popular en la Generalitat, en el Gobierno central y en el Ayuntamiento de Valencia. Como bien reflejan las fotografías de la exposición ‘Berlanga per El Flaco‘ (Muvim, 2021), el PP realiza entonces y después una aproximación a Luis García-Berlanga. Podemos verlo en los siguientes términos: por fin, García-Berlanga es profeta en su tierra, diríamos.
Las instituciones gobernadas por el PP subrayarán su condición valenciana, su carácter festivo, su querencia mediterránea, su cine de estrépito y bullanga. Es lo que, por esas fechas, dicho partido quiere transmitir de la identidad y de la cultura locales. Fallas, toros y, después, agua para todos. Por tanto, lo que es iniciativa de un socialista –realizar una serie sobre un valenciano de fama universal por otro valenciano de renombre al calor del 92– acabará siendo un elemento más de la hegemonía cultural a la que el PP aspira.
En dicha circunstancia, García-Berlanga se deja querer por quienes lo adulan y financian (aunque sea cicateramente), y una historia, la vida de Blasco Ibáñez, de entrada parece un buen proyecto. El proyecto nacerá alicorto.
Es evidente que la serie refleja un interés particular: el de García-Berlanga por el hombre aventurero, por el hombre de acción, antes que por la obra literaria que fue capaz de crear. Veremos a Blasco participar en revueltas, en revoluciones, en actos anticlericales, en elecciones, en duelos (en el duelo del que milagrosamente se salva), en actuaciones de propaganda política proaliada y profrancesa, en recepciones diplomáticas.
Prácticamente no veremos al escritor social y naturalista, o al novelista de largo aliento que despierta la atención de tantos públicos. Lo que vemos en la serie es muy trepidante, sin apenas descanso o remanso y a veces hasta inconexo. El propio García-Berlanga ya lo había dicho a la prensa: “No va a ser una biografía rigurosa, sino novelada”. Más que novelada, la serie parece una suma de episodios yuxtapuestos hasta formar un hilo de continuidad.
Blasco, ¿un personaje berlanguiano?
Por otro lado, esta producción resulta extraña en la biografía de Luis García-Berlanga, incluso poco congruente con su filmografía. ¿Por qué razón? De entrada, Vicente Blasco Ibáñez es una referencia inevitable en la vida, en la biografía, de Luis García-Berlanga: por sus ancestros familiares o sencillamente por las lecturas tempranas y frecuentes del novelista.
¿El Blasco que vemos en la serie es berlanguiano?
Según recoge El País en un artículo de 1993, García-Berlanga aspiraba a presentar “un Blasco Ibáñez desmitificado y con las mismas limitaciones que cualquier otro ser humano”. Debo decir que esa intención no se refleja de verdad en la serie. Me refiero al personaje limitado, sin la mundología de la que hace gala Ramón Langa al interpretar a Blasco Ibáñez. El escritor valenciano aparece de principio a fin como el hombre mundano que se sobrepone a todas las dificultades.
Según Joan Oleza, especialista en Blasco, el trazado del personaje cae en los viejos tópicos de siempre: un tipo “advenedizo y hortera, autosatisfecho, histrión, declamatorio, oportunista”. Es una imagen falsa –añade Oleza– y por añadidura estereotipada que coincide curiosamente con la imagen que de Blasco fabricaron ciertos escritores del 98, en concreto Baroja y Valle-Inclán.
Sin duda, ese Blasco expansivo poco tiene que ver con el personaje berlanguiano por antonomasia, o con los personajes que tradicionalmente han constituido su demografía cinematográfica. Por ejemplo, pensemos en José Luis, encarnado por Nino Manfredi, en ‘El verdugo‘ (1963).
Es el personaje berlanguiano por antonomasia: el varón aturdido, el varón hechizado y gobernado por la mujer, el hombre forzado y prácticamente aplastado por la colectividad, por la sociedad, por las normas, por la reglas, por los valores que no suscribe pero a los que inevitablemente se ciñe.
Precisamente su vieja aspiración a trazarlo se ve reflejada en las películas y por ello el individuo solo o en compañía de otros que apenas consigue enderezar el rumbo torcido de las cosas es un asunto predominante y habitual en Berlanga. Vicente Blasco Ibáñez fue muchas cosas, pero desde luego no fue ese hombre solo, tímido, titubeante y forzado por la sociedad. O limitado… El novelista Blasco Ibáñez fue un triunfador, un conquistador, un novelero.
Por eso, yo no estaría tan seguro como parece estarlo Joan Oleza en 1997. Y no suscribiría así, sin más, el diagnóstico del especialista. Esa imagen de tipo advenedizo y hortera, autosatisfecho, histrión, declamatorio, oportunista, que es la que resalta con mayor o menor a cierto García-Berlanga, no es falsa ni se ciñe sólo a las invectivas de sus correligionarios del 98.
Hay un Blasco que es exactamente así.
Es así. En la serie, pero también en la vida. Me limitaré a algunas obras recientes. Si leemos la modesta y equilibrada biografía que le dedicó Ramiro Reig, si leemos la monumental y trepidante biografía que le dedicó Javier Varela, si leemos las entrevistas a Blasco, recopiladas y editadas por Emilio Sales y Francisco Fuster en un volumen titulado ‘Vicente Blasco Ibáñez, Sueños de revolucionario‘, etcétera, nos aparece un individuo expansivo e, insisto, novelero. Blasco no fue sólo eso, por supuesto, pero esa parte histriónica, mundana y fullera estaba en él.
¿Qué es la novelería?
En el ‘Diccionario’ de la Real Academia Española podemos encontrar una definición y distintas acepciones. No me acaba de convencer lo que la docta institución recoge para el sustantivo y para el adjetivo. Es tan escueto. Por supuesto hay algo de cierto en todo lo que se recoge, que es poco –ya digo–.
Por novelería, debemos entender, en primer lugar, la afición o inclinación a las novedades. En segundo lugar, la afición o inclinación a fábulas, fantasías o novelas. En su tercera acepción, novelería debemos entenderla como vocablo sinónimo a chisme o novedad superficial.
Por novelero, el ‘Diccionario’ de la RAE designa, en primer lugar, al amigo de las novelerías. Obviamente. Y, en segunda acepción, un novelero es alguien inconstante y vario en el modo de proceder.
Aunque, sin duda, los académicos aspiren a precisar el significado real de las palabras, los usos y costumbres semánticos, normalmente, pecan de prudentes y, por tanto, tienden a limitar su concepción y sus acepciones. Eso sucede, por ejemplo, con novelería, con novelero, etcétera. En ciertos usos comunes que recoge la Academia, novelería y novelero suelen tener una acepción despectiva o peyorativa. No es lo mismo novela que novelería, igual que no son equivalentes novelista y novelero. Sin duda, esto es así. Pero me gustaría ahondar en estas palabras en relación con lo que nos convoca.
El perfil que traza Berlanga de Vicente Blasco Ibáñez –y que constatamos a lo largo de todo el metraje– es el de un individuo que muestra afición o inclinación a las fábulas, a las fantasías o a las novelas. En este último caso, porque las escribe (las novelas, me refiero). Blasco sería también un novelero porque siempre anda metido en audacias y temeridades, como por ejemplo la empresa de colonización en Argentina a comienzos del siglo XX. O en lances de honor, como el duelo del que sale vivo.
El trazado de Berlanga también insiste en un personaje aficionado al chisme o las novedades, atento a lo que corre por los mentideros de la Corte o por su Valencia natal, aunque también en el París de sus amores o el Hollywood del cinematógrafo.
Añado que la novelería no es un mal; es un don si se sabe administrar. Es fantasía ordinaria que sirve entre otras cosas para sorprender y sorprenderse. Y es arte, una de las artes reservadas para ciertas personas de mucha facundia. Son, sí, gentes dotadas. Me refiero a las que viven y hablan agrandando y achicando lo que han hecho o no han hecho, lo que hacen o no hacen, lo que harán o no harán. Convierten su vida en una novela. O varias.
No es delirio. Es imaginación desbocada, es cualidad verbosa que muchos envidian y tantos imitan. Es fantasía que luego hay que embridar. Lo envidiable y lo arriesgado de la persona novelera es su alejamiento de la realidad. Se le envidia por las fantasías de que es capaz. El riesgo es que por alejarse quizá se conduzca con torpeza en el mundo material. Se aleja, sí, pero, si sabe volver, la capacidad fantasiosa –porque capacidad resulta– no es patología, sino cualidad o arte.
La persona novelera tiene pájaros en la cabeza, fantasmas y hasta pesadillas. Tiene fantasmagorías. Pero, si se gobierna bien, sabiendo regresar a lo real, al mundo sublunar, entonces es un artista que basa su técnica en la charlatanería y en la seducción. Leamos ahora la sinopsis de la serie que antes anunciaba y que ahora me sirve de cierre.
¿Qué es ‘Blasco Ibáñez. La novela de su vida’?
Dicen los editores: ‘Blasco Ibáñez. La novela de su vida’ es la “Biografía de este republicano visceral, sus comienzos literarios y políticos en Valencia hasta que la fama le transporta a recorrer el mundo y disfrutar de los placeres, mostrándonos el perfil de su propia existencia y personalidad comprometida con el tiempo que le tocó vivir a caballo entre las liberales posturas decimonónicas y el escepticismo intelectual del 98. Se nos ofrece una visión de su personalidad idealista, revolucionaria y aventurera así como su carácter fullero dado a pendencias, mitómano y seductor”.
No me lo creo.
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