Clifford. Fundación Canal.

#MAKMAExposiciones
‘Clifford. Vistas del Madrid de Isabel II’
Comisario: Javier Ortiz-Echagüe
Fundación Canal
Sala Mateo Inurria 2
Mateo Inurria 2, Madrid
Hasta el 13 de febrero de 2022

“Al llegar a Madrid, uno se sorprende del aspecto poco español de la capital; las tiendas, las calles, los carruajes, el modo de vestir… todo, menos el idioma, es francés”.

Con estas palabras, el fotógrafo británico Charles Clifford expresaba sus primeras impresiones al llegar al Madrid populachero y preindustrial de Isabel II. Se instalaría allí alrededor de 1850 y sería el primer gran retratista fotográfico de la ciudad, de sus recodos y sus monumentos, y también de esa obra faraónica que pretendía entonces llevar a la ciudad a una modernidad europea: el canal de Isabel II.

Hasta el 13 de febrero se puede visitar una exposición de su obra precisamente en uno de los depósitos que forman parte de esa enorme inversión industrial decimonónica, en la Fundación Canal de Plaza de Castilla. Aprovechar una luminosa mañana de invierno para pasear por el actual parque que acompaña a los viejos depósitos de agua de la ciudad y observar cómo nos observó el pasado es una reflexión cada vez más necesaria.

Inauguración del Canal de Isabel II el 24 de junio de 1858. Fotografía de Charles Clifford cortesía de la Fundación Canal.

Entonces, la Corte comenzaba a tomarse en serio una tarea hacia la modernización a la que ya llegaba tarde con respecto de otras ciudades europeas. La población madrileña era tan solo de unos 280.000 respecto de los 2 millones del Londres de Dickens. “Con sus oscuras corralas y vaquerías se parecía más a un pueblo grande que a una metrópolis”, decía Galdós con su mirada insular ante ese Madrid que acabaría siendo, para bien y para mal, su gran mapa emocional.

Clifford fue un pionero de la fotografía que empleó, ante todo, el procedimiento del colodión húmedo. Este novedosísimo sistema de captación se alejaba del modelo francés, el daguerrotipo, y del británico clásico, el calotipo. Utilizaba, además, una máquina menos pesada, apta para viajeros que lo que pretendían era retratar lugares diferentes, recónditos podría decirse (como entonces para un británico era esa corte borbónica donde la hija de un rey absolutista se había convertido al liberalismo moderado).

Son tiempos de invenciones, positivismo y viajes al centro de la Tierra. Mientras las grandes empresas de modernización comienzan a ser, por fin, la hoja de ruta de los políticos del reinado isabelino, la industria de la prensa y el libro potencian que los ciudadanos se interesen por las empresas científicas e industriales más inauditas.

En la exposición se muestra, por ejemplo, cómo se publicitaban las ascensiones en globo aerostático sobre un pobre caballo vivo. Los intrépidos científicos hacían pública demostración de su hazaña para deleite del asombrado pueblo de Madrid.

Es ese Madrid a caballo, nunca mejor dicho, entre una Gran Vía aún sin asfaltar (donde la Cibeles parece una pieza de ‘Monopoly’) y la construcción de un circuito de fuentes que abastezca a toda la ciudad: el Pontón de la Oliva, el depósito de Bravo Murillo, la fuente de San Bernardo, hasta la Fuente del Chorro. Esta última se alojaba en esa Puerta del Sol convertida ya en plaza al estilo francés, con sus mansardas y sus grises parisinos.

La Puerta del Sol vista por Charles Clifford en 1857. Fotografía cortesía de la Fundación Canal.

Las fotos de Clifford, con sus detalles casi de grabado neoclásico, se esmeraban en retratar lo quieto de nuestro Madrid, lo monumental (un Palacio Real, una portada de las Descalzas Reales, una reina Isabel II vestida con sus galas de condesa de Barcelona). Sin embargo, lo que más emociona de sus fotografías son los efectos de sus errores, sus fantasmas, esas líneas borrosas que, como los arrepentimientos en la pintura, reflejan aquello que se estuviese moviendo en el lapso de tiempo, largo por entonces, en que el diafragma captase la luz: ahí está ese Madrid popular con sus carruajes y sus mercados, sus Fortunatas y sus Jacintas, su Virgen de Atocha.

A Clifford ya hemos dicho que lo contrata también la reina para alguno de sus retratos. Reincide en sus encargos a menudo e, incluso, lo hace volver a Londres a retratar a su admirada reina Victoria para conservar (y tal vez regalar) el retrato de la monarca en formato tarjeta de visita. Una de las joyas de la muestra.

Pero lo más impactante de todo lo visto es lo que avanzábamos al principio. A Clifford le encargan también documentar las fases de construcción del colosal acueducto que une la sierra madrileña con el ahora pequeñísimo centro metropolitano, el canal de Isabel II. Bravo Murillo firma el decreto ley de su inicio en 1851 y las obras se prolongan toda la década. Y allá se va, pues, nuestro viajero británico, a retratar sus avances.

Los títulos de sus fotografías –’La ladera de Patones’, ‘El sifón de Guadalix’, ‘El Puente-Acueducto de Colmenarejo’, ‘El de Mojapan’– sirven para radiografiar la historia topográfica de nuestro crecimiento como ciudad, pues casi todos estos puntos, entonces desiertos, son actuales casi-ciudades. Impresiona, ya digo, ver las imágenes de un paisaje ensimismado que a veces recuerda a ‘Centauros del desierto’ o a ‘Las minas del Rey Salomón’, y en los que se cuelan orgullosos ingenieros que observan su hazaña ante, por ejemplo, ‘La Cascada del Obispo’.

La exposición muestra, además, un endeble andamio de maderas que se puede identificar en las fotografías alrededor de inmensos pilares de los acueductos y presas, para hacernos una idea del riesgo humano que suponía para todos y cada uno de los albañiles, constructores, ingenieros y obreros.

De la hazaña increíble que es, en fin, abrir un grifo y poder beber un vaso de agua.

Clifford. Fundación Canal.
Imagen del Puente acueducto de la Retuerta (1858) en el contexto de la exposición. Fotografía cortesía de la Fundación Canal.