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‘Vilnis’, de Bárbara Mingo
Caballo de Troya, 2021
La periodista y escritora Bárbara Mingo viaja a Lituania en septiembre de 2019 porque quiere escribir sobre la vida de Mikalojus Konstantinas Čiurlionis, un compositor y pintor de ese país que vivió a caballo entre el siglo XIX y el XX y murió con 35 años. Está fascinada con él desde que supo de su existencia siendo todavía una adolescente por una circunstancia personal.
‘Vilnis’ (Editorial Caballo de Troya) es el relato de este viaje, un libro en el que la biografía y la crónica de viajes se enlazan con fluidez. La palabra que le da título designa en lituano el rumor del agua, lo que no deja de ser una metáfora lograda de Čiurlionis, que significa cascada en esa lengua.
Mikalojus Konstantinas Čiurlionis (1875-1911) es un artista desconocido para el gran público (también lo era para la persona que redacta estas notas). Sin embargo, los especialistas lo consideran un pilar de la música culta lituana, exponente destacado del simbolismo y uno de los iniciadores de la abstracción en el arte.
En su país es una figura fundamental no solo por el valor de sus creaciones, sino por haber contribuido con ellas y con su activismo a la forja del sentimiento nacional lituano. Fue uno de los personajes ilustres de la URSS durante el periodo en que Lituania formó parte del bloque del Este. Y el asteroide descubierto por el astrónomo ruso Nikolái Chernyj en 1975 recibió el nombre de Čiurlionis por las numerosas alusiones cósmicas que las pinturas del lituano contienen.
Contemplar estas pinturas es la razón fundamental por la que Bárbara Mingo está en Lituania. El encuentro con ellas se produce en el museo que lleva el nombre del artista: “¿Que qué me parecían? Me parecían maravillosas y me daban ganas de echarme a llorar”, confiesa en ‘Vilnis’. Las obras le parecen “como estampas de un mundo esquivo”. Y, cuando las describe, lo hace con tanto encanto, que quisieras estar allí y adentrarte en ese mundo “muy pasado o muy futuro” que el artista lituano visitó con su imaginación y llevó al lienzo.
Además de ver sus obras, la escritora pretende descubrir por qué el artista abandonó la música por la pintura, por qué se entregó a esta con tanto frenesí y si esa hiperactividad tuvo que ver con su muerte prematura. Confía en que estar en el país de su personaje le ayudará a entenderlo, y entenderse, mejor. El viaje cumple las expectativas e incluye alguna revelación inesperada.
La autora va perfilando el perfil biográfico de Čiurlionis en paralelo a los viajes que la llevan a las ciudades de Duskininkai, Vilna y Kaunasla, lugares de la memoria del creador, refiriendo los sucesos más relevantes de la vida de su personaje, así como el posicionamiento ante el arte y el mundo.
En el libro se subraya que los principales logros del artista -enlazar la tradición musical lituana con la modernidad, llevar a la pintura el lenguaje musical o la habilidad para trasladar al lienzo un mundo, o un estado mental, complejo y trascendente-, no vienen de la nada. Surgen de la relación dialéctica entre las vivencias personales del creador lituano, su talento y las corrientes estéticas y filosóficas del momento -el simbolismo, la teosofía o la ciencia goetheana–.
En el libro se alude a la polémica sobre la paternidad de la abstracción muy intensa en la segunda mitad del siglo XX por el hecho de que Čiurlionis llegara a la abstracción antes que Kandinsky. Aunque el texto no se detiene en esta cuestión, hay que recordar que la Historia canónica del Arte establece el año 1910, coincidiendo con la realización de la obra ‘Sin título’ de Kandinsky, como la génesis de la abstracción, el movimiento que revolucionó los códigos tradicionales del arte.
Hubo que esperar a 1986 para que la artista sueca Hilma af Klint figurara en la exposición ‘The Spiritual in Art: Abstract Painting 1890-1985’, en el LACMA de Los Angeles junto a Kandinsky y sus inmediatos “sucesores” Kupka, Malevitch o Mondrian, a pesar de que abandonara la figuración en 1906. La exposición también incluía a la americana Agnes Martín, posterior a todos ellos y practicante de una abstracción meditativa.
Aunque los relatos canónicos lo ignoren, la realidad es que a finales del siglo XIX y principios del siglo XX hubo artistas mujeres que abandonaron las formas figurativas y se consagraron a la forma pura y el color como muchos artistas hombres. Basta pensar en exposiciones como la que la Tabakalera de San Sebastián dedica a la visionaria Emma Kunz a partir del 28 de enero o la titulada ‘Mujeres de la abstracción’, que se puede visitar en el Gughenheim de Bilbao hasta finales de febrero. Al poner de relieve las aportaciones de las artistas al nacimiento y evolución de este movimiento, ambas exposiciones cuestionan los relatos canónicos de la historia del arte y proponen una reescritura de este movimiento.
Basar la historia del arte en la idea del “genio” resulta erróneo, injusto y empobrecedor. En vez de ver el arte como una cuestión de individuos excepcionales, habitualmente hombres, es más esclarecedor pensarlo como una cuestión de genealogías, complicidades, correspondencias.
Por eso, en relación con la abstracción, es irrelevante qué artista ostenta la maternidad o la paternidad del movimiento. Lo significativo es que las formas abstractas les resultaran a todos ellos, incluido Čiurlionis, un vehículo adecuado para traducir visualmente realidades espirituales y trascendentes, o para acceder a estados superiores de la conciencia mediante la práctica artística.
Volviendo a ‘Vilnis’, hay que decir que las páginas que glosan la figura del artista lituano se leen con el mayor interés. Al estar sujetas a la exactitud de lo biográfico, no alcanzan la fuerza expresiva de las páginas protagonizadas por la peripecia de la propia autora tras las huellas de su personaje.
Es en la crónica de su viaje donde Bárbara Mingo encuentra el mejor registro de su estilo, un estilo vivaz, depurado, lleno de gracia y un humor sutil que denota una gran imaginación. Un ejemplo entre muchos: ”El conductor fumaba plácidamente con el brazo apoyado en la ventanilla abierta, y la otra pasajera y yo mirábamos el paisaje: los tres en el lado izquierdo. Yo lo escrutaba todo con una atención tan densa que podía haber hecho volcar el autobús”.
En este libro, la autora no solo mira lo que la mayoría pasamos por alto, sino que se expone con una honestidad conmovedora: asume las dudas y tensiones que habitan en su interior, comparte su manera de entender el arte y la literatura, su vivencia de la soledad, destellos de felicidad o su enorme empuje vital.
La hibridación literaria no siempre arroja buenos resultados, pero en este libro lo biográfico y lo autobiográfico se refuerzan y se compensan mutuamente. Aunque, a punto de concluir el texto, la autora vacile: “Perdóname, Čiurlionis, ahora siento que he hablado muy poco de ti”.
Bárbara Mingo (Santander, 1978) es una de los seis autores propuestos por el cineasta Jonás Trueba a la editorial Caballo de Troya, que delega cada año en un “editor invitado” el descubrimiento de nuevas literaturas. Hasta la fecha ha publicado dos libros de poesía, cuentos, una novela por entregas y artículos en diarios y revistas. Con este bagaje ha acometido la escritura de ‘Vilnis’, una reivindicación del viaje, el del cuerpo y el de la imaginación, como espacio de conocimiento. Una celebración gozosa del arte y la vida.
Toni Picazo
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