#MAKMAMúsica
Nacho Vegas en concierto
Rambleta
Bulevar Sur, esquina calle Pío IX. València
Jueves 17 febrero de 2022, a las 21:00h
Ayer jueves tenía lugar en Rambleta el concierto de Nacho Vegas que servía como presentación de su nuevo proyecto: nuevo disco, ‘Mundos Inmóviles Derrumbándose; nueva banda (exceptuando al batería Manu Molina, se estrenaban Joseba Irazoki, Hans Laguna, Ferrán Resines y Juliane Heinemann), y nuevo sello discográfico, Oso Polita.
A las nueve de la noche el escenario rojo de Rambleta estaba vacío, el público ocupaba sus asientos con cierto grado de intimidación (por aquello de tener que llevar puestas las mascarillas) y el segundero recorría la circunferencia una y otra vez esperando que algo ocurriese sobre el escenario… el tiempo parecía detenido como si alguien ejecutase con maestría una broma relativista.
En cuanto aparecen los componentes de la banda sobre el escenario todo fluye: una canción tras otra sumerge al público en una atmósfera melancólica y reivindicativa. De eso se trata en un concierto, de encontrar un mundo paralelo en el que las leyes de la física no se rijan por los mismos parámetros que en este mundo.
El ambiente neblinoso y de luces tenues contribuye a que ese estado de misticismo se vaya adueñando de tu cuerpo y comiences primero a tararear las canciones para acabar gritando como si fueses un componente más de la banda, como si ayudases a Joseba Irazoki a exprimir las notas de su guitarra, o acompañases en los coros a Juliane Heinemann…
Se presiente que Nacho Vegas vivió el amor y la abundancia vital, se implicó y utopizó, cayó en el desengaño común y comunitario, global. Atisbó el abismo de la nada que uno cree querer abrazar cuando siente la desesperanza, pero luego, en un giro orbital inesperado determinado por la conciencia que sobreviene, eligió el dolor. Como certeza.
Tras cuarenta minutos de canciones continuadas se hizo el silencio. Nacho Vegas comenzó a hablar explicando cómo funciona aquello de la implicación, la cadena de favores, la insistencia… Fueron apareciendo en el escenario, tras una pancarta gigante, las chicas y chicos de la plataforma contra los CIES que leyeron un manifiesto que fue aplaudido unánimemente por un público, en ese instante, entregado a Nacho Vegas.
Era el momento de cantar una canción de su nuevo disco que se puede convertir en un himno, ‘Big Crunch’: “Ya se acerca el Big Crunch / usted a callar / y a Nina Simone me la pone en un altar. / No es tan solo un don, / son más de un millón / y el capitalismo ha entrado en fase de implosión”.
Como el fruto de un castaño de sus tierras, a las que homenajea, pero también cuestiona en un bable sentido, Nacho Vegas es austero, sobrio y oscuro por fuera, pero al cantar denota todos los matices del fruto jugoso que lleva en el interior de esa cáscara.
Deleita al público entregado con un repertorio que es como una narración continuada espaciada en canciones (como capítulos en la novela). Nos cuenta tantas cosas íntimas y universales que uno descubre todo lo que desconoce de él, aunque, a la vez, se instala la certeza de cuánto le ha conocido.
En ‘Norteña’, cuando un niño encontraba una castaña la guardaba en el bolsillo como si tuviese un tesoro. Intuía tener algo crujiente y jugoso bajo esa cáscara áspera. Así ha sido asistir a este concierto: abandonas ordenadamente la sala –por protocolo pandémico– con una sonrisa por estar llevándote algo que ahora solo te pertenece a ti. Bueno, a ti y a Nacho Vegas.
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