ABRIR PUERTAS. ENCENDER CORAZONES
Cabanyal Portes Obertes
“ (…) En el informe mundial sobre cultura difundido en el pasado mes de diciembre a instancias de la Unesco se señalaba la importancia de la diversidad cultural frente al fenómeno de la globalización. Salvaguardar la identidad especial de este barrio marinero se presenta como la reivindicación de una ciudad que es capaz de acoger lo diferente. Es precisamente la posibilidad de convivencia de estas diversas formas de pensar, de vivir o de habitar lo que constituye el verdadero patrimonio urbano de esta “ciudad de la diferencia”.[1]
Diferente es el proyecto Cabanyal Portes Obertes, organizado por la Plataforma Salvem El Cabanyal-Canyamelar, que alcanza este año su decimoquinta edición. Desde los planteamientos propios del arte público, como experiencia fuera del contexto destinado a las artes, fuera de los muros legitimadores del museo y de las bambalinas comerciales de lo artístico como objeto-moneda, se abre un vasto y árido horizonte poblado de iniciativas que sustituyen el lucro por los ideales y la falta de medios por la imaginación y el esfuerzo. Cabanyal Portes Obertes, aportando novedades en este ámbito, es un evento cultural, sin subvención pública, que ha logrado reunir civismo democrático no violento, preocupación histórico-patrimonial, solidaridad entre los integrantes de un mismo núcleo humano, entendimiento y apoyo entre vectores sociales habitualmente incomunicados y, como eje vertebrador, la más viva y cercana representación de arte contemporáneo. El resultado es un amplio y diverso programa con todo tipo de manifestaciones culturales -realizadas desinteresadamente por sus autores-, dirigido a los miles de visitantes dispuestos a conocer una realidad que en poco se asemeja al manufacturado que los medios públicos de comunicación han ofrecido al respecto de la referida problemática.
Cabanyal Portes Obertes se articula mediante una conjugación inusual: las calles, casas, comercios y teatros del barrio amenazado se transforman durante un tiempo en espacio para el arte, y el arte en instrumento de reivindicación y refrendo al servicio de una voluntad popular, legitimada mediante el todavía poderoso llamamiento de los creadores a la opinión pública.
A lo largo de sus ediciones ha disfrutado de la participación de cientos de creadores y proyectos en convivencia con el entorno, propiciando el redescubrimiento del lugar a sus propios habitantes y estimulando la visita de sus muchos desconocedores. La magia generada desde esta propuesta excede los márgenes que nos ocupan. La experiencia de una interacción que acerca la casa como espacio privado -contenedor de vida, hábitos y recuerdos de personas y familias-, y el sufrimiento a partir de la inseguridad generada por un futuro incierto, produce una reacción casi química al encontrarse con la deseada perpetración del arte en la atmósfera de lo doméstico. Enriqueciendo a su paso, pero sobre todo enriqueciéndose con el halo de lo posible que le confiere lo cotidiano, desde la asimilación de lo extraño, en una apropiación que no disocia la presencia del elemento arte -como semántica-, de la función que motiva su exhibición en colindancia a la intimidad renunciada.
La fantástica cohabitación de elementos en estos espacios privados, ofrece a los numerosos visitantes trascender la convención de sus límites y alterar el uso atribuido a los términos de público y privado. A su vez, lo privado adopta roles que transforman a cualquier vecino en eficaz guía, disertando e interpretando con ingenio la voluntad plasmada por el artista en la obra instalada en su domicilio, mientras lo recorren con la sencillez y hospitalidad que caracteriza a este vecindario, compartiendo con el visitante su preocupación e informando de la antigüedad y características de este peculiar centro histórico; con una cercanía formal que en nada nos recuerda la asepsia, casi hospitalaria, a la que el arte parece predestinado desde lo institucional.
La fusión y contaminación de estímulos que rige la concepción propia de este proyecto es en sí un desafío. La reformulación del espacio público, unido a los lazos de comunicación que establecen vecinos, artistas y visitantes, lo convierten en una apuesta por nuevos modos de hacer y preservar cultura. El ciudadano, desde la humildad de recursos, es capaz de realizar planteamientos positivos y conseguir, por fin, que el arte sea para el pueblo, democratizando el propio canal de exhibición y conjugando la diversidad de una voz que se hace común, la de la calle.
La muestra ha obtenido el logro, nada usual, de eliminar las barreras que dificultan el contacto popular con las últimas tendencias en el campo de las artes visuales, teatro, música, performance, vídeo, danza, cortometraje y poesía, sin renunciar por ello al rigor en sus planteamientos y teniendo como garantía la solvencia de sus autores. Su participación, mediante obra personal o la realización de proyectos específicos tomando la problemática que lo origina como focalizador temático, manifiesta la asunción voluntaria de un apoyo que ha generado nuevos planos de relación entre creadores y ciudadanos. Esto ha ofrecido al vecino la ocasión de participar, en muchos casos, en el proceso de gestación de la obra, facilitando materiales, colaborando en su instalación, proporcionando información y compartiendo recuerdos y memoria con el artista, para finalmente renunciar con generosidad a la intimidad de su hogar, como firme negación a su pérdida.
Antes de esta experiencia pocos de estos ciudadanos comprendían la terminología propia del arte contemporáneo, como sucede generalizadamente con el grueso de la población. La predisposición vecinal ha posibilitado la consumación de un ensayo sociológico del que resulta la eliminación de esa constatada disonancia comunicativa. Cuando perdemos el miedo a lo extraño desaparecen las barreras que nos impiden entender lo diferente. Porque diferentes son cada una de las intrahistorias que alberga cada casa. Como muestra, conservo vivamente el recuerdo de la singularidad de tres hermanas, habitantes del bajo, primer y segundo piso de un edificio de la calle de la Reina, una de las vías que discurre paralela al Mediterráneo. Viudas, entre setenta y cinco y noventa años, Antonia, Lola y Pepica heredaron el edificio familiar, tras aguantar en pie los bombardeos de la Guerra Civil y las inundaciones de la riada. Tras una vida poblada de dificultades, se sometieron de nuevo a la inclemencia. Podríamos decir que es mala suerte, pero la posibilidad de conocerlas, escuchando la lucidez de sus opiniones y la firmeza de la voluntad que las impulsó y mantenía, obliga a expresar un agradecimiento que trasciende lo personal, para convertirse en constatación de lo humano como riqueza dañada a sumar en el inventario de este expolio, que por anunciado ojalá no se produzca. Mientras tanto, ellas siguieron participando de modo activo en las actividades programadas por la Plataforma y abriendo su casa cada edición de Portes Obertes, con la dignidad que les es propia y la juventud que quedó prendida al blanco de sus cabellos.
José Luis Pérez Pont
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