Aceptando la aporía como elogio a lo cultural
María Ramis (historiadora del arte y gestora cultural)
MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2020
La pasada década de los veinte se caracterizó en Europa por ser un auténtico hervidero político, una etapa de transición caracterizada por los cambios que estaban cercanos a ocurrir. Este período de entreguerras –como suelen denominarlo los historiadores–, no auguraba nada bueno.
Entre estas idas y venidas, movimientos sociales y culturales se aunaban para dar respuesta a inquietudes de la ciudadanía y del panorama artístico. En Berlín, resurgió el dadá con una fuerza tal, que se le considerar como el primer movimiento plenamente politizado del contexto alemán. Sin duda, una politización necesaria, que iba más allá de la estética.
Los fotomontajes de Hannah Höch –críticos con el cuerpo, con los conceptos elevados del arte burgués y, a la vez, con la cultura de masas–, dan buena cuenta de ello. Un período de entreguerras, pero también de cambio en las narrativas textuales, un avance hacia las nuevas estéticas híbridas que deseaban resaltar el papel del objeto efímero y, por tanto, del significante.
No es el análisis sobre la politización del arte lo que interesa hoy. Podríamos afirmar que se apuesta por ello en cada creación, en cada obra. El querer producir en nuestros tiempos es ya un acto político. La censura y otros métodos de nuestra historia reciente han hecho que el arte contemporáneo haya evolucionado hasta ese punto donde lo estético y lo político confluyen. Un hecho que se produce no solo en la propia creación, sino también en las estructuras circundantes.
Es así como, en un cambio de paradigma, en esta nueva década de los veinte se cuestionan modelos en torno a los que la producción cultural se desarrolla. Técnicas híbridas invaden el horizonte del arte contemporáneo: acciones educativas artísticas expuestas, prácticas sociales-colaborativas, conjuntos de artistas que provienen de distintos ámbitos, materiales simples con tratamientos delicados…
También se genera hibridación en los espacios. Nuevos espacios, que antes hubieran parecido extraños, son ahora centros de referencia que abanderan el antagonismo para contrarrestar el cubo blanco y fomentan la cercanía. Celeridad, remix y caducidad dan lugar a manifestaciones que conviven con otras que aspiran a ser imperecederas. Una gran amalgama que favorece dejar atrás la plasticidad en favor de la tactilidad positiva del mensaje –algo que ya trataban los dadaístas berlineses de los pasados años veinte–.
Es así que, aunque el conflicto evolucione y la crítica se transforme, el propósito de irrupción (en el sentido de generar un enfrentamiento) sigue siendo el mismo que buscaba Höch en sus caricaturescos fotomontajes.
En medio de toda esta suerte de mapa social y cultural (a veces imposible de descifrar), la prosa del filósofo Byung-Chul Han se alza contundente, profunda y clara en lo relativo a cómo la cultura se relaciona con su entorno, cuáles son las formas de poder predilectas y la necesidad actual de una revisión por parte de la filosofía para poder explicar los fenómenos culturales más acuciantes.
En su ensayo sobre la ‘Hiperculturalidad’ (Herder Editorial, 2018), Han desarrolla, a través de una serie de conceptos que nos son familiares (turistas con hawaianas, comida-fusión o la cita inicial de Microsoft al encender el ordenador), un magnífico ensayo sobre globalización y cultura. Una cultura cuya concepción antropológica y clásica ha desaparecido y ahora se refleja en la ‘hipercultura’, un concepto que el filósofo acuña para explicar la capacidad rizomática de la cultura, donde lo global y lo diverso no se excluyen –es más, son incluyentes en su incremento-.
El lenguaje artístico está en continúo cambio y, también, en última instancia, la manera de consumo cultural. Ahora hablamos del lenguaje de lo bit y de la digitalidad como elementos a apreciar en la obra. Un vocabulario que deriva de un contexto donde la hiperconexión (nótese aquí otra vez el prefijo hiper) se fundamenta sobre todo en lo digital, aunque también en el enclave en común donde concluyen las dimensiones espacial y social.
La producción artística se sitúa, precisamente, en el foco de esta hipercultura, lo cual hace que se potencie la capacidad aporética, esa que rastrea a lo largo de toda la historia del arte. La aporía es la característica que hace hincapié en los elementos paradójicamente contradictorios del arte y, hoy en día, no solo aparecen, sino que se revierten en formas insospechadas. Lo industrial se convierte en maleable y bello, lo digital se transforma en estética de la luz y lo cotidiano en insólito.
Se trata, por tanto, de aceptar esa capacidad aporética de lo cultural, abrazar lo que nos hace dispares y empezar a analizar un nuevo modelo adecuado para esta coyuntura de la ‘hipercultura’. Un panorama no solo aplicable a la obra en sí, sino a las formas de trabajo y a los modos de experimentar cultura.Una revisión que podría sentar las bases sobre el análisis para, por fin, lograr una cultura accesible, afín y –apostando por lo que considero más acuciante–, alejada de la precarización.
María Ramis
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