afectos cotidianos. Kathleen Stewart

#MAKMALibros
‘Afectos cotidianos’, de Kathleen Stewart
Cultos y bronceados (XVI)
Verano de 2024

“Como un cable en tensión, el sujeto canaliza lo que sucede a su alrededor en el proceso de su propia composición. Formado por la coagulación de intensidades, superficies, sensaciones, percepciones y expresiones, es algo compuesto de encuentros y de los espacios y eventos que atraviesa o habita. Pasan cosas. El yo se mueve para reaccionar, a menudo conduciéndose a un sitio donde no tenía previsto ir”.

(Kathleen Stewart, ‘Afectos cotidianos’)

Una paloma buscando comida entre los granos de arena de la playa. Un camarero montando un espectáculo para atraer clientes a un restaurante. Unos peces que huyen al verme meter un pie en el agua. Un libro arrugado y amarillento, mojado por la crema de sol. El calor que quema, la brisa que alivia.

“Pasan cosas” y, sin embargo, en un idílico verano parece que no pasa nada. Situaciones cotidianas generan afectos cotidianos y constituyen una versión de mi yo: mi yo estival, un yo que me acompañará en mis posteriores versiones, así como lo hacen mis versiones pasadas.

Está aquí, después, allí, ahora, antes. Es un yo que no soy yo: es la paloma en su búsqueda, es el camarero en su llamada, son los peces asustados, es el libro en su materialidad vulnerable, es el sol, es la brisa. El yo nunca es aislado; soy todas esas intensidades afectivas que han surgido del encuentro con todos estos cuerpos; aquello que me mueve y me conmueve, incluso cuando parece que no pasa nada.

El ¿ensayo? de Kathleen Stewart, ‘Afectos cotidianos’, da cuenta de ello. Como una bocanada de aire fresco, su estilo fragmentario, a modo de collage, nos permite asistir a diferentes episodios de una vida y empaparnos de las tonalidades afectivas que la moldean: nos muestra cómo se entrelazan los cuerpos, enfatizando su aspecto relacional, desentrañando, sin caer en abstracciones teóricas, cómo surgen “identidades colectivas”, “públicos íntimos”, “lazos solidarios”.

Este “experimento”, en palabras de la propia autora, pone su foco en ese algo que es sentido, acontecimiento y sensación, aquello que emerge con un potencial para la acción, que crea agenciamientos, que genera apegos. Las banalidades pueden suponer un destello: “Los objetos se han convertido en sentido”.

El verano parece llamar a la detención, a interrumpir la efervescencia de los ritmos frenéticos a los que nos vemos abocados en nuestro día a día, a parar, a mirar alrededor, a hacernos conscientes de ese algo que siempre ocurre y que nos incumbe, aunque parezca que no ocurra y que, en su defecto, no nos incumba. Con suerte, podremos responder a esa llamada, aunque sea solo por unos días, y dejar caer el velo de la naturalidad que esconde lo extraordinario que alberga lo cotidiano.

“Una amalgama de formas, corrientes, fuerzas, placeres, encuentros, distracciones, tareas ingratas, negaciones, soluciones prácticas, formas metamorfoseantes de violencia, ensoñaciones, oportunidades perdidas y encontradas”: la cotidianidad nos atrae. Y se nos presenta, sin embargo, de manera fragmentaria.

Una imagen congelada, una instantánea, ¡un instante! La cotidianidad se presenta en forma de instante que vibra, agitándonos continuamente, volviéndose imperceptible precisamente en este flujo ficticio. Es por ello, necesario, atender a la pausa. En palabras de la autora: “Desde la perspectiva de los afectos cotidianos, el pensamiento es fragmentario y material”.

Como bien explica Elisa Coll en el brillante prólogo que ha realizado para la reciente edición de este libro, publicado, en 2024, por Mutatis Mutandis, el tono costumbrista a la par que lúdico, que reconocemos en series de televisión tan acogedoras como ‘Las chicas Gilmore’, es a lo que nos invita Kathleen Stewart: “A observar la normalidad, a no darla por sentada, a jugar con lo que nos hace sentir, y también a ser críticas con ello”.

Los afectos cotidianos suponen la emergencia que vuelve posible contemplar ese algo sabiéndonos contemplados por el mismo como el par dialógico entre el afectar-ser afectados al que nos aboca la cotidianidad; volver evidentes las relaciones que nos constituyen, los procesos de formación de un yo múltiple que nunca es solo yo, sino que siempre es con otros, como una forma de desviarnos del pensamiento lineal que nos vuelve limitantes.

Al contrario, abrazar la potencialidad que ese algo nos arroja. Abrirnos a sentir, en fin, con atención, de manera detenida y, sobre todo, fragmentada, tratando de habitar permanentemente ese idilio veraniego.