Agustín Fernández Mallo

#MAKMALibros
‘Madre de corazón atómico’, de Agustín Fernández Mallo
Seix Barral, 2024
Libreria Ramon Llull
Corona 5, València

La última novela de Agustín Fernández Mallo nos enseña la cara b de la Luna. ‘Madre de corazón atómico’ (Seix Barral) viaja de la mano del escritor y de la de su padre para enseñarnos los fragmentos de una vida que se disuelve en el agua letal de la enfermedad. Suena ‘Atom Heart Mother’ y nos mira un compendio de vacas. Solo queda una pregunta: ¿quién hay ahí?

Fernández Mallo estuvo, a finales de mayo, en la Llibreria Ramon Llull de València, junto a Rafa Cervera, quien destacó el estilo directo y la intimidad que caracterizaba la obra, denominada por su autor como la novela de su vida, acerca de cuya singularidad inquirimos al ya insigne responsable del proyecto Nocilla.

Al tratarse de tu novela más personal, ¿cómo logras cuidar ese retrato de la intimidad?

La búsqueda del equilibrio es uno de los motivos por los que tardas doce años en escribir algo así. Hay que ser muy cuidadoso, no dar nada por supuesto. Hablar de la intimidad de los demás es una cosa que me resulta muy difícil. Yo soy una persona pudorosa.

No creo que lo explícito sea algo que libere al sujeto, más bien lo ata a una especie de consumismo histérico de las emociones. He intentado tratar la vida de mi padre con el respeto que se merecía. También es un reflejo de la educación que me han dado. Cuento lo que quiero contar.  Al final, un ser humano que no tenga secretos es un monstruo.

Agustín Fernández Mallo, con su novela ‘Madre de corazón atómico’ sobre la mesa. Imagen cortesía del autor.

En ‘Madre de corazón atómico’, la memoria y la historia permanecen entrelazadas. He rescatado esta cita: “Hay cosas que solamente una persona puede narrar, y que ahí radica la superioridad de la memoria sobre la Historia”. ¿Qué papel juegan ambas en la novela?

Forman parte de la idea de que el mundo está dividido en partes irreconciliables. Es un tema que trato en otras obras como ‘Teoría general de la basura’ o ‘La forma de la multitud’. La experiencia personal nunca se identifica totalmente con la historia. La superioridad de la memoria con respecto a la historia es que es única e intransferible; cada muerte es única.

Cuando uno experimenta la muerte de alguien, no se parece a nada. Las ideas, derivaciones y sensaciones no ocurren con la historia, que es un relato colectivo consensuado. La memoria y la historia son parte de la ficción.

La memoria no es un archivo, está construida desde el presente. Por tanto, siempre es una ficción más o menos consensuada. Es más, la historia me parece un elemento ficcional, una ficción colectiva. Se revisa porque está sujeta a ese elemento ficcional.

La novela ha supuesto investigar en mí, en mis recuerdos y en la vida de mi padre. La muerte es un proceso misterioso, pone en marcha un mecanismo mediante el cual el muerto se recompone de otro modo. Puedo afirmar que la muerte no existe, es una resurrección activa o dinámica. Esa persona con los años se modifica. En este sentido, el libro es un intento de resucitar.

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¿Cuál es la línea entre la realidad y la ficción en ‘Madre de corazón atómico’?

No puedo contar medias verdades, pero lo que cuento tiene un plus literario, la parte poética que como autor le debo imprimir.  Al viaje a Estados Unidos le doy un tinte de novela poética. Hay saltos temporales, dejo cosas colgadas.

Lo importante es la creación de un ritmo que avanza, incluir brillos que aporten algo nuevo; esas técnicas literarias hacen que no sea un documento. Llevo el documento a otro lugar.

Todo lo que hago es poesía disfrazada de otra cosa. Toda imagen como imagen es ficción. Una fotografía siempre tiene un muerto, porque la fotografía ejecuta. Yo no quería hacer una fotografía, quería hacer una pintura, algo vivo. He intentado que fuese un proceso orgánico. La novela como una técnica. Todas mis ficciones son realistas.

Uno de los ejes fundamentales de la novela es, por tanto, la muerte. ¿Cuándo comienza el duelo con la demencia y cómo atraviesa la escritura?

Mi padre padeció una demencia cognitiva y hay un momento en el que no me reconoce. Es un momento vertiginoso porque es como si te cambiasen el decorado del mundo. Entonces, descubro que la identidad es una alucinación del ego.

Yo empecé a vivir el duelo cuando se iba su capacidad cognitiva, cuando no nos reconocía. ¿Quién hay ahí? Esa es la pregunta que atraviesa el libro. Hay algo que se está yendo y quizás el duelo comienza ahí. Aunque es algo muy personal e incognoscible.

El duelo empieza con esa pregunta. Resulta que las personas somos cerebro, no somos cuerpo. Cuando él subrayaba y leía, en realidad estaba en otro lugar: un mundo paralelo que no entendemos, pero que está perfectamente articulado, aquello que Foucault llamaba la heterotopía.

El libro de alguna forma viene a decir, como resumió Montserrat Domínguez en una presentación, que “la muerte no existe, pero el amor sí existe”. Por tanto, la muerte no existe, pero la herencia que me han dejado, que es el amor, existe.

Portada de ‘Mother of Atomic Heart’, de Pink Floyd (izda.), que inspiró la de ‘Madre de corazón atómico’.

La herencia simbólica es uno de los nexos del libro. Tu padre y tú, además de compartir el afecto y la vida, miráis a los ojos de las vacas, en el mismo lugar. ¿Qué genera esa coincidencia?

Las vacas son el asunto epifánico de la novela. Llegas a Kansas, ves las vacas y te enfrentas a sus ojos: los ojos de la portada del álbum ‘Atom Heart Mother’, de Pink Floyd. Recordé que mi padre estuvo allí en 1967, poco antes de yo nacer. Parece que he estado siguiendo sus pasos, pero a mi manera. Las vacas y el documento de su viaje son una casualidad que llama a mi puerta; la vida me ha llevado ahí.

Todo termina uniéndose con la portada del disco de Pink Floyd. Con una objetividad absoluta, mi padre se fijaba en la portada para describirla técnicamente. Tenemos que fijarnos en la cara B que es la literatura, ‘The dark side of the moon’. Es la idea de Manuel Jabois cuando citó a Elias Canetti: si miras fijamente a un animal terminas por pensar que hay un humano dentro que se burla de ti. Ese humano soy yo. La escena de las vacas me pareció tan surrealista como una película de [Luis] Buñuel.

En cuanto al legado, mi padre siempre me enseñó a celebrar la vida, a intentar estar siempre por delante de mi tiempo. El legado es sólido y subterráneo, está en los gestos, en las réplicas y en el amor padre-hijo.

¿Y qué hay del amor?

La unión entre mis padres es, al final, de las páginas más bellas que he escrito. Me di cuenta de que no podía hablar de mi madre a la vez que de mi padre. Finalmente, consigo juntarlos simbólicamente. Cuando me pongo a reescribir el libro pienso en la materialidad de ambos; son dos seres que estuvieron juntos casi 70 años. El amor es muy importante. Por ello, también le dediqué un ensayo: ‘El libro de todos los amores’.

¿Tienes en mente algún proyecto próximo?

Después de esta novela, ya no sé si podré escribir como escribía antes. Aunque tengo una novela bastante avanzada y estoy escribiendo sobre la Inteligencia Artificial desde un punto de vista antropológico. Es curioso, porque todo ese programa teórico se pone en marcha ahora. Me dio mucho para pensar, pues entre la experiencia y la teoría se necesita un tiempo para poner la teoría en funcionamiento. Siempre va por delante.