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Anatomía de una caída’, de Justine Triet
Intérpretes: Sandra Hüller, Samuel Theis, Milo Machado Graner, Swann Arlaud, Jenny Beth, Saadia Bentaïeb, Antoine Reinartz, Camille Rutherford
150′, Francia | Les Films Pelléas y Les Films de Pierre, 2023
Palma de Oro del Festival de Cannes 2023
De un tiempo a esta parte, resulta frecuente escuchar en conversaciones informales con exhibidores un lamento común que viene, más o menos, a denunciar el escaso recorrido que tienen en cartelera algunos de los premios concedidos por los festivales de cine. Esto se hace evidente cuando hablamos de certámenes menores (que, con frecuencia, ni siquiera logran colocar a sus galardonados en la cartelera del año, dada la apretada agenda de distribución de los estrenos), pero sucede igualmente en el caso de los grandes.
Poco ayuda a esta tarea de promoción o difusión de un cierto cine con firma de autor el hecho de que algunas de esas cintas ganadoras queden muy lejos de los estándares de calidad que uno podría esperar de esas marcas de prestigio. Este puede ser el caso de ‘Anatomía de una caída’, de Justine Triet, ganadora de la Palma de Oro de la última edición del Festival de Cannes.
‘Anatomía de una caída’ trata de resolver un misterio. La cinta nos presenta a un matrimonio, Sandra y Samuel, que vive junto a su hijo de once años, Daniel, en una preciosa casa situada en algún lugar indeterminado de la Francia rural, en un idílico paraje entre montañas, apartados de la civilización.
Un día, Daniel, un niño prácticamente invidente a consecuencia de un accidente que sufrió en el pasado, encuentra a su padre, al regreso de un paseo con su perro, tendido en el suelo del jardín sobre una mancha de sangre, después de haber caído, presuntamente, desde una ventana de la buhardilla de la vivienda.
Daniel pide auxilio a su madre, que está en la casa, quien, tras descubrir la escena, llamará a una ambulancia. Pero la ayuda llega tarde: Samuel está muerto. Al principio, la lógica parece apuntar a un accidente, pero las pesquisas de la policía empiezan a indicar la posibilidad de que haya ocurrido algo más.
¿En qué circunstancias se produjo la caída? ¿Quién desplazó el cadáver hasta la posición en la que fue encontrado, después de recibir el supuesto golpe mortal? A falta de otro sospechoso, todas las pistas señalan a la única persona que estaba presente en la casa cuando se produjeron los hechos: Sandra. Ahora bien, si ese fuera el caso, ¿qué motivaciones la animaron a cometer el crimen? Sandra tendrá que preparar su defensa si no quiere acabar sus días en prisión.
Podríamos decir que en ‘Anatomía de una caída’ conviven varias películas en una. Por un lado, nos encontraremos ante el clásico thriller judicial. Tras una larguísima presentación de los personajes, la segunda parte de la película de Triet pretende ser una radiografía del sistema judicial francés.
Dice la autora en las notas de producción de la película que, a la hora de escribir el guion, contó con el asesoramiento de un abogado para documentarse sobre los entresijos del proceso. Y, en ese sentido, no dudamos de que esto haya sido así.
Ahora bien, lo más relevante del caso, dentro del género en el que nos movemos (porque, aunque trate de esconderlo, ‘Anatomía de una caída’ es una cinta de género), nunca se encuentra en la fidelidad a las normas legales reales o al procedimiento sobre el que se basa el sistema, sino en qué medida aquello que se pone en juego en ese contexto determinado constituye un nudo dramático lo suficientemente sólido para que sostenga el desarrollo narrativo del argumento de la película. Y es precisamente ahí donde la cinta de Triet no consigue despertar el interés del espectador.
Todo en ‘Anatomía de una caída’ parece suturado por un hilo argumental demasiado tenue para las aparentes ambiciones de su directora. Ya desde el mismo planteamiento del crimen nos surgen las dudas. Triet sigue una estructura dramática muy particular que, si bien en un primer momento parece favorecerla, poco a poco se irá demostrando que rema en contra de sus propias intenciones.
Tenemos un cuerpo. Y hay una pregunta: ¿quién ha sido? Y, sobre todo, ¿por qué? Ahora bien, el problema es que, en el momento en el que se presentan estos interrogantes, lo desconocemos todo de los personajes que protagonizan el relato. Eso deja al espectador a merced de las explicaciones que se vayan destilando en momentos posteriores a lo largo de la cinta, una estrategia que encierra muchos inconvenientes.
El primer problema es que, al desconocer los antecedentes de esa escena inicial que se nos presenta, desconocemos también las posibles motivaciones de Sandra para cometer el crimen que se le achaca. En la primea secuencia de la película, Sandra está siendo entrevistada por una estudiante de literatura para una tesis doctoral sobre su trabajo. Ahí comprendemos que Sandra es una escritora de éxito.
En un momento dado, una música estridente interrumpe la conversación. La música procede del piso superior de la vivienda y, en concreto, del estudio de su marido, al que parece que le gusta trabajar en esas irritantes condiciones. Poco a poco, la situación se vuelve cada vez más insostenible al ser imposible que las dos mujeres se entiendan y puedan continuar con la entrevista.
Sin embargo, a Sandra la música no la importuna tanto como sería lógico suponer. Ya desde este primer momento, todo resulta confuso para el espectador. ¿Realmente, no le molesta la música?, nos preguntamos. ¿O trata de no darle importancia ante su invitada? ¿Está, quizá, tratando de impresionarla al fingir indiferencia? Nada de todo esto nos es respondido. Pero, sobre todo, ¿es todo esto motivo suficiente para cometer un asesinato?
Este estado de confusión nos perseguirá durante el juicio al que vamos a asistir. Como explica en las notas de producción de la película, Triet fue la primera sorprendida al comprobar la aparente arbitrariedad del proceso judicial francés. Y, ciertamente, como registro documental, ‘Anatomía de una caída’ resulta una película curiosa.
Las constantes interrupciones por parte de las partes implicadas y el aparente desorden en los interrogatorios apuntan a un sistema donde parece que reina la improvisación y una peculiar ausencia de normas formales. Pero una vez superada esta sorpresa, de escasas implicaciones en la trama, nos preguntamos a dónde nos lleva esto desde el punto de vista dramático. Y, ahí, Triet fía la eficacia de su película, es decir, el suspense, a un conflicto que no es tal, sino pura apariencia.
Dejando de lado la extravagante interpretación de Antoine Reinartz en el papel de fiscal, el problema de toda esta larga sección de la trama reside en el hecho de que, más que una confrontación entre partes –acusación y defensa–, como no sabemos nada de las circunstancias que envuelven el caso, a lo que asistimos la mayor parte del tiempo es al recitado por parte de los personajes de esas mismas circunstancias que desconocemos.
Así, con cada nuevo relato de cada uno de los citados a declarar en el juicio, se nos revelarán nuevos datos sobre la relación entre Samuel y Sandra, lo que nos sitúa en un terreno de nadie sobre el que, como espectadores, no podemos hacer ninguna valoración.
No hay aquí pruebas esclarecedoras o el descubrimiento de nuevos sucesos que nos empujen a diferentes soluciones del problema planteado; tan solo vamos sumando hechos que nos aclaran la situación de partida. En este camino, el desenlace se presentará tan arbitrario como el mismo proceso al que estamos asistiendo, sostenido por un deux ex machina final que resulta tan caprichoso como cualquier otro que se le podría haber ocurrido a los guionistas.
En un primer nivel, Justine Triet quiere que reflexionemos sobre las condiciones de un proceso penal que soporta toda su estructura en base a una serie de prejuicios y suposiciones, pero que falla estrepitosamente a la hora de evaluar los comportamientos humanos y, muy especialmente, en lo que se refiere a la posición de la mujer en la sociedad moderna.
Pero lo que realmente hace aguas aquí es la propia propuesta de la autora, al no ser capaz de articular un debate coherente y equilibrado entre las partes enfrentadas. Al no disponer de más pruebas, las acusaciones de la fiscalía parecen tan gratuitas e insostenibles como los gestos del propio fiscal, lo cual coloca al espectador en un limbo dramático del que no puede salir, al no contar con las herramientas necesarias para emitir un juicio propio sobre los hechos. En este contexto, todo juego simbólico queda totalmente deslucido.
Y lo mismo ocurre en lo que se refiere a la relación entre Samuel y Sandra. Como nos aclara la propia Justine Triet, ‘Anatomía de una caída’ aspira a ser una radiografía sobre las relaciones de pareja en la sociedad contemporánea. Pero, de nuevo, el debate queda anegado al dejar la autora que el fiel de la balanza, que decide la solución del problema (otra vez la confrontación entre los roles de hombre y mujer), se incline artificialmente de uno de los bandos en pugna.
El mensaje de Triet es claro: ‘Anatomía de una caída’ es una película que busca que reflexionemos sobre el cambio de un paradigma que parece señalar a una masculinidad que no logra encontrar su lugar en el nuevo mundo y que, para sobrevivir, en lugar de reformarse, parece querer arrasar con todo lo que se cruza en su camino. Pero el dibujo que hace Triet de esas relaciones de pareja es tan tosco que el debate queda finalmente anestesiado.
Triet pone toda la carga ficcional en su personaje femenino –interpretado con eficacia por la actriz alemana Sandra Hüller–, al que dota de un carácter concreto, un relato de fondo propio y una personalidad y motivaciones perfectamente definidas (incluso, por momentos, excesivamente subrayadas).
Pero este no es el caso del personaje masculino, cuyo trasfondo queda desdibujado, sin peso, una caricatura. Cuando se produce la deseada confrontación, sobre la que Triet quiere concentrar toda la atención de su trabajo, los pesos están tan descompensados que, como espectadores, no tenemos duda alguna sobre en cuál de las dos partes recaerá el fardo de la culpabilidad.
Sin duda, no hay disputa; sin esta, no hay conflicto y, por lo tanto, no hay drama, es decir, película. Como decíamos, todo es pura apariencia. Como ocurre en el resto del filme, el resultado será siempre más discursivo que dramático. En este punto, recomendamos revisar, para comparar, una película como ‘Después de nosotros’, la brillante propuesta del belga Joachim Lafosse.
Si en Lafosse el drama se desarrolla sobre unas psicologías bien definidas, complejas, dentro de un contexto bien delimitado, en Triet esas coordenadas no acaban nunca de establecerse, lo que hace que el espectador divague al capricho y las intenciones discursivas de la autora.
Al comienzo de la cinta, Justine Triet nos coloca, por boca de Sandra, sobre el eterno debate en torno a los límites o la influencia entre realidad y ficción. Para Sandra, la ficción no debe reflejar la realidad, sino construir sus propias mecánicas y soluciones. En el caso de Samuel, es precisamente lo contrario: sin realidad no puede existir la ficción (de ahí partirá la secuencia más importante de la película).
Pero, enredada en un argumento que no acaba de enlazar estas reflexiones sobre un armazón dramático, lo que resulta es una pieza que no alcanza al espectador ni en un sentido ni en otro. Ni como pieza de ficción, al no saber construir un argumento solvente, ni como reflejo de una realidad de la que solo quedan sombras, destellos que nos sugieren, pero que en los que no nos sentimos representados.
Justine Triet no tiene las herramientas narrativas necesarias para colmar sus propias aspiraciones ni las expectativas del espectador, que asiste al espectáculo con indiferencia ante una serie de obviedades que no le llevan por terrenos que animen a esa reflexión deseada. Triet trata al espectador con condescendencia.
Modestamente, aún no comprendo qué ha hecho merecer esta película el gran premio de un festival como Cannes.
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