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‘Desplazar la luna. Mi noche en el Museo de la Acrópolis’, de Andrea Marcolongo
Editorial Taurus, 2024
Cuando se habla de ladrones de arte, pensamos en personajes tipo Arsenio Lupin, dotados de un talento especial para burlar los sistemas de seguridad más sofisticados y robar objetos valiosos. Ladrones de guante blanco protagonistas de un sinfín de historias que inspiran simpatía y admiración, incluso, por su ingenio. Al fin y al cabo, sus víctimas son coleccionistas, museos o galerías de arte a los que les sobra el dinero.
Pero los ladrones de arte más peligrosos no son ellos, sino Estados y Gobiernos que, aprovechándose de una posición de fuerza, expolian a los pueblos que han sometido o conquistado. Los objetos artísticos son el botín más deseado, pues, además de su valor intrínseco, representan el alma y el espíritu de quienes los crearon.
Más que de apropiación indebida, se podría hablar de violación; de un alegórico rapto de las Sabinas. Se calcula que entre el 90 y el 95 % del patrimonio artístico africano se encuentra fuera de África, en Europa o Estados Unidos.
La devolución de Francia al Estado de Benín de veintiséis obras de arte pertenecientes a los tesoros reales de Abomey, en 2021, fue un hecho sin precedentes que obligó al Parlamento a aprobar una norma extraordinaria. La inmensa mayoría del arte secuestrado sigue en un forzado exilio, ¡y con todas las de la ley!
A lo largo de la historia se han producido incontables pillajes de esta naturaleza; la lista es vergonzosa e interminable y pocos países se libran de esa lacra. Entre todos, destaca el saqueo que sufrió el arte escultórico clásico de Atenas a principios del siglo XIX, especialmente a través de una operación orquestada por lord Elgin, embajador británico en Turquía.
Una serie de sucesos rocambolescos que narra la escritora helenista Andrea Marcolongo en su quinto libro editado en España por Taurus, ‘Desplazar la luna‘. Un híbrido de ensayo y autobiografía incubado en una atmósfera singular: la tercera planta del Museo de la Acrópolis, donde pernoctó el sábado 28 de mayo de 2022, con la única compañía de un catre plegable, un botellín de agua, un plátano y un libro: ‘Lord Elgin e i marmi del Partenone’, de William St. Clair. Un museo vaciado no solo de visitantes y turistas, sino también de muchas piezas que deberían estar allí y se encuentan ausentes. Piezas fantasmas.
El título del libro, ‘Desplazar la luna’, alude a la consternación e impotencia que sintieron los griegos ante el flagrante robo de su patrimonio, un cataclismo cósmico similar al cambio de órbita de la Luna. En este ensayo peculiar, bellamente escrito, Marcolongo alterna sus pensamientos e impresiones de esa noche solitaria en el museo vaciado con apuntes autobiográficos y la crónica del gran expolio de los mármoles griegos, que por sus tintes novelescos parece más un relato de ficción que un episodio real.
Si Napoleón no se hubiera lanzado, en 1798, a la conquista de Egipto, tal vez esa historia se contaría de otra manera. Ante la ambiciosa campaña del joven general corso, el rey Jorge decidió estrechar relaciones diplomáticas con los otomanos y envió como embajador a lord Elgin. Él y su flamante esposa, Mary, fueron agasajados por los turcos con lujo oriental y en su viaje, por consejo de un amigo, visitaron Troya y Atenas.
Ante el deterioro del Partenón y otros edificios clásicos usados por los turcos –que, a la sazón, dominaban Grecia para distintos empeños prácticos–, lord Elgin tomó cartas en el asunto y, con permiso de las autoridades, inició el desguace.
Los frisos y metopas de Fidias y otros artistas fueron descuartizados sin piedad y transportados en barco a Gran Bretaña. Muchos de ellos naufragaron y piezas de valor incalculable yacen en el fondo del mar. Otras languidecen olvidadas en alguna mansión o museo.
Marcolongo relata con amenidad esta trágica odisea: «En Grecia todos hemos pillado, excavado y extraído siempre cosas, sin el menor sentimiento de culpa. Y con las ideas saqueadas hemos fabricado a lo largo de los siglos nuestra concepción de cultura y de civilización».
A partir del siglo XVIII, con el llamado turismo culto, se inició el gran latrocinio del que lord Elgin fue principal artífice. «Fue él quien captó, como si fuera una antena parabólica, toda la codicia de una época hambrienta e infeliz, encarnando para siempre la maldición del Partenon y de toda Grecia».
De hecho, el embajador sufrió lo que la autora llama la ‘Maldición de Afrodita’. Años más tarde, fue abandonado por su esposa, acabó arruinado e ignorado por sus colegas y apartado de la política en el exilio francés. A su sombría figura se opone la del poeta lord Byron, que denunció en su obra la rapiña del embajador y dio su vida por la libertad de Grecia.
Nacida en Milán, pero residente en París, Marcolongo procede de una familia muy humilde. Su padre no tenía estudios y hablaba un dialecto italiano, pero a base de trabajo logró despojarse del manto de la pobreza y dar a su hija estudios universitarios.
Su abuelo cuidaba bueyes y su abuela criaba gusanos de seda. Ella aprovechó la oportunidad y, hoy día, es una reputada helenista y habla varios idiomas. Está casada con un español y tiene una niña de seis meses, Elsa, su mayor tesoro.
Ha publicado con gran éxito varios títulos en los que recuerda todo lo que le debemos a la cultura clásica, base de nuestra civilización: ‘El lenguaje de los dioses’, ‘La medida del héroe’, ‘Etimología para sobrevivir al caos’ y ‘El arte de resistir’ en torno a la ‘Eneida’.
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