#MAKMAArte
‘Andreu Alfaro. Dibuixar l’espai’
Comisarios: Anacleto Ferrer y Artur Heras
Sala Academia
Centre Cultural La Nau de la Universitat de València
Universitat 2, València
Hasta el 12 de noviembre de 2023
“La obsesión literaria y filosófica de Alfaro salta a la vista: se obsesiona por Goethe, y a cambio Goethe le regala muchas de sus mejores obras”. La cita es de Eduardo Arroyo y aparece recogida en la exposición ‘Andreu Alfaro. Dibuixar l’espai’. Esa obsesión por Goethe bien podría llevarnos a lo que el genio alemán sentenció: “Solo hay dos legados duraderos que podemos esperar dar a nuestros hijos. Uno de ellos son raíces, el otro, alas».
Alfaro diríase que toma prestadas esas palabras para dejar él, a su vez, ese legado a través de su vasta producción, porque en las más de 150 piezas -entre dibujos, esculturas, fotografías, esbozos y cuadernos reunidos en la muestra- se desprende esa conjunción de raíces y alas que dan ese carácter telúrico y volátil a sus trabajos. “Gracias a quien corresponda, Alfaro eligió a sus autores y nunca se separó de su escepticismo ni de su melancolía”, concluye Arroyo en la mencionada cita.
Un escepticismo que, lejos de apartarle de la verdad del arte -que no es otra que la constatación de la fragilidad del ser- le condujo a la búsqueda de su esencia, y una melancolía que, precisamente por ese anhelo de plenitud, le llevó a crear “una escultura sin dramatismos, como un triunfo de la inteligencia sobre los instintos oscuros del hombre”, según apunta José Hierro en otra de las citas que acompaña la exposición que hasta el 12 de noviembre acoge la Sala Academia del Centre Cultural La Nau.
“Persigue la belleza de lo justo y racional, de lo basado en la geometría y en la matemática. Los elementos son siempre planchas industriales de hierro o de latón. Sobre la superficie, unos cortes, como hechos con tijeras sobre un papel. Y luego, la búsqueda y la sorpresa: plegar, rizar, resolver en tres dimensiones, convertir en escultura lo que era casi un dibujo sobre metal”, añade Hierro.
Esa mezcla de potencia -contenida en los materiales escultóricos- y de delicadeza -trasladada al papel- es lo que hace de la obra de Andreu Alfaro un intenso ejercicio de prestidigitación por convertir lo pesado en ligero y lo tenue en fuerte determinación por atrapar el mercurio que se escapa entre los dedos, por utilizar la metáfora con la que tituló Sebastián Nicolau su libro de artista más autobiográfico.
“Comienzo dibujando; después pinto, pero, ante todo, he llegado a la conclusión de que soy un dibujante y, por lo que veo, lo voy a continuar siendo siempre. Mi paso a la escultura fue un problema de espacio”, asegura el propio Alfaro, en uno de los textos que acompañan a la exposición comisariada por Anacleto Ferrer y Artur Heras.
Y añade: “Dándole a la palabra espacio el significado más vulgar que toda la gente entiende: espacio en el sentido de capacidad. Las cosas que hago se me salen del cuadro, del plano. […] Ya no me sirven el lápiz, los pinceles y los colores; empiezo a utilizar alambres y la hoja de lata de los botes de conserva, lo que tengo más a mano”.
Esa capacidad encerrada en el espacio es de la que Alfaro se nutre para, con sus manos, ir moldeando la materia o trazando líneas sobre un papel con el fin de hallar la forma de vislumbrar lo que a ciegas busca. Los comisarios de la muestra hablan de un trabajo de inmersión y sumersión.
“La inmersión es la acción de introducirse total o parcialmente en un fluido. La sumersión es el hecho de dejarse cubrir enteramente por él. Si bien toda sumersión viene precedida por una inmersión, ésta no siempre culmina en aquella”, explican. Y para terminar de perfilar esa diferencia se refieren a “la búsqueda de la forma” como el motor de la carrera artística de Alfaro.
“El viaje creativo de Alfaro es, en esencia, circular: empieza y acaba en el mismo lugar, pero el trayecto es fascinante, susceptible de ser narrado como una aventura marina cuyas etapas nos llevan desde el provincianismo costumbrista de la Valencia de los cincuenta, con sus primeros dibujos, hasta el cosmopolitismo de las esculturas públicas del cambio de siglo”.
Y, ahora sí, aclaran del todo lo anteriormente caracterizado como trabajo de inmersión y sumersión. “Entre medias, su inmersión en la pintura, la fotografía y ocasionalmente la escritura. Pero es el dibujo el que actúa siempre como un hilo de Ariadna del que tirar para no perderse en la accidentada travesía, mientras se sumerge, a pulmón libre, en el océano de la escultura. Casi un centenar de cuadernos de trabajo son la bitácora de esta odisea”, sostienen Ferrer y Heras.
El dibujo, pues, como hilo del que Alfaro no deja de tirar para, sujeto a él, poder sumergirse bien hondamente en sus esculturas. Diríase, por tanto, que el dibujo -a modo de santo y seña- es la raíz de una tierra -la suya, tan valenciana tan mediterránea- que le da alas para aventurarse melancólicamente hacia territorios que lo desbordan.
“Su escultura -juego de láminas, o de varillas, volúmenes elocuentes- se inserta en una línea universal de creación”, dirá Joan Fuster. Universalidad que parte de algo muy concreto, por paradójico que parezca: “Alfaro no trabajaba la abstracción, sino que sus piezas arrancan desde una vivencia muy vinculada con la conexión con la vida cotidiana”, subrayó Heras, durante la presentación de la muestra.
“El dibujo de Alfaro es elegante, sutil, abierto, con trazos muy sugerentes”, resaltó Ferrer, para quien su faceta escultórica era fruto de “una necesidad física que nace cuando llega al extremo del papel; una necesidad de seguir dibujando en el espacio”. Decían que Mozart deletreaba su música en el aire con los dedos extasiados más allá de las teclas del piano. Pues Alfaro viene a hacer lo mismo, cuando el papel se le queda corto o la materia se vuelve cada vez más ingrávida.
“¿Cómo fue posible que un dibujo de acero y plancha de metal sustituyera al aire? Hasta llegar a este punto ha sido necesario soltar mucho lastre. Salvarse del barroco después de quererlo tanto purificándolo en la línea; volver siempre al humanismo habiéndolo convertido antes en una construcción mental de acero inoxidable…Ser Andreu Alfaro. Eso es ser Andreu Alfaro”, concluye el escritor Manuel Vicent, haciéndose eco de la obsesión por dibujar el espacio de Alfaro, que alienta el conjunto expositivo.
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