‘Paisajes de Sobremesa’ de Ángel Garraza
Comisaria: Silvia Gas Barrachina
Espai Nivi Collblanc
Masia Costeres, 2, Castelló
Inauguración 9 de julio de 2022, a las 20h
Los últimos rayos de sol se cuelan entre las hojas, bañando los rostros destellantes de satisfacción. La dulce brisa abraza instantes de serenidad tras el constante masticar. En la mesa permanecen aún las huellas abrazadas por un eterno atardecer. Instantes, deambulando entre recuerdos, regresan a la memoria contemplando la serie ‘Paisajes de Sobremesa’.
Objetos escultóricos independientes que entablan un diálogo con el espacio expositivo. La combinación de materiales nobles como el barro y la madera, la armonía que presentan las formas esféricas teñidas de colores pastel, simbolizan un vínculo con el entorno natural potenciado por la ubicación de la galería Espai Nivi Collblanc. Una reflexión sobre el concepto de paisaje que trasciende sus cualidades físicas.
El medio rural ha sido significativo para Ángel Garraza (Allo, 1950). Nacido en un pequeño pueblo navarro de agricultores, ya desde la infancia mostró sus capacidades creativas. «La música, la pintura eran prácticas de evasión y diversión para quienes vivían en la España rural de la década de los años cincuenta. Yo dibujaba, cantaba, también tocaba la guitarra como mi abuelo». Sin embargo, una actividad captó, prontamente, su atención: la carpintería.
«Recuerdo como a menudo dejaba el colegio y pasaba tiempo aprendiendo diferentes técnicas. Incluso me hacía mis propios juguetes de madera». Su madre, Elena, consciente de sus aptitudes, insistió en que marchara a la ciudad. Y así ocurrió. A los 14 años se trasladó a Pamplona y aquellos conocimientos adquiridos en la carpintería del pueblo le facilitaron obtener su primer empleo, el cual compaginaba con el estudio del solfeo.
La madera devino en un material artístico cuando, más tarde, a los 20 años, comenzó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Bilbao. «Me gustaba la talla, crear formas a partir de elementos ya dados». Sus primeras obras, propias de la década de los años setenta, presentan una yuxtaposición de elementos orgánicos manipulados desde una perspectiva artesanal. La madera, la piedra, incluso el hierro se combinan, revelando formas geométricas recogidas, de un carácter íntimo.
En la búsqueda de un estilo personal, durante los años ochenta, Garraza produce obras en refractario y madera. Un juego de volúmenes estructurados racionalmente conforma una masa sobria que se fragmenta por una incipiente poética, manifestada en la apertura de los contornos y la inclusión de elementos delicados.
En el progreso artístico, experimentando con la materia, un evento transmutó su trayectoria. Cautivado por el procedimiento, el barro se descubrió ante él durante un curso de verano. «Yo modelaba pero nunca antes había cocido». En el barro percibió la posibilidad de representar un mundo interior que mediante el arte pretendía desvelar. Ya a partir de los años noventa, el barro se impone como material esencial de su obra.
Su formación como escultor y el conocimiento que va adquiriendo sobre la materialidad, le posibilita descubrir aspectos novedosos en la cerámica. El concepto tradicional que comprende el ámbito cerámico es trasgredido cuando Garraza lo aborda desde una perspectiva escultural. El artista se focaliza en la importancia que adquieren los métodos empleados durante el proceso de creación, para la articulación de un discurso propio.
Un viaje a Marruecos aconteció decisivo en este modo de abordar el objeto artístico, exteriorizando una necesidad de producir obras de mayor tamaño. «Hasta entonces, la técnica empleada consistía en crear una unidad a partir de la unión de fragmentos. No obstante, la condición negativa del fragmento me impedía alcanzar esa totalidad».
En esta ocasión, no se produjo un cambio en el uso de la materia artística, como ocurrió antaño, sino una variación de la técnica empleada. «Para mí fue determinante la observación de los dibujos creados a partir de la tesela». El resultado se manifestó en su primera serie de grandes dimensiones: Las Constelaciones (1988-1993).
Composiciones sencillas conformadas a partir de la repetición de formas geométricas —como el cuadrado y rectángulo— que constituyen una totalidad. Asimismo, estas piezas presentan una cualidad determinante: su expansión en el espacio.
La tridimensionalidad es lograda mediante el empleo de tres estrategias. Un juego de tonalidades duales —blanco y negro—, la superposición de elementos sobre la composición, exponiendo una exaltación de la textura, así como la relación producida entre piezas murales y volumétricas. Obras de naturaleza envolvente como se aprecia en Cerca del mar (1988) o La vía láctea (1989).
La identidad artística de Garraza está determinada por el procedimiento artístico. Los tiempos que requiere la cerámica —modelado, secado, cocción— invitan a crear elementos seriados. El artista trabaja con varias piezas simultáneamente, generando, de este modo, una línea de trabajo. Además, la idiosincrasia del material empleado en las esculturas y la fragilidad adscrita a la creación de obras de gran tamaño, presenta un territorio particular entre el control de la técnica y el azar.
Se produce una interacción artista-material significada en la experiencia del proceso artístico, donde el resultado es percibido, únicamente, cuando la pieza está terminada. «La experiencia de la praxis es lo que te construye. Te quedas desnudo cuando acabas un trabajo, pero a la vez te genera satisfacción».
Garraza advierte en el proceso de creación un paralelismo con la vida. Una dualidad entre las circunstancias imprevisibles y la observación cuidadosa que permite la toma de decisiones. La complementariedad de elementos contrapuestos que comprenden la realidad es representada en sus obras mediante los colores, los volúmenes, las texturas o los materiales.
La racionalidad y un dominio absoluto de la técnica son expresadas en un universo enigmático, profundo, bucólico. Un proceso introspectivo que induce al artista a bucear en sus recuerdos para buscar respuestas a cuestiones comunes que nos afectan como individuos. Sentimientos, sensaciones, situaciones, sugeridas desde la expresión poética. Pasado y presente convergen en las intemporales piezas de Garraza, dominadas por la liviandad de la memoria.
Artista, también, catedrático del Departamento de Escultura de la Universidad del País Vasco. Su experiencia se manifiesta en una larga trayectoria artística y docente. Sus primeras exposiciones datan de finales de los años setenta, prolongándose, interrumpidamente, hasta la actualidad.
Ha expuesto en diferentes países europeos y asiáticos, su obra forma parte de museos y colecciones nacionales e internacionales, asimismo, ha recibido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cerámica Contemporánea (2016), el Premio Adquisición del National Museum of History de Taipei, Taiwán (1992) o la Medalla de Oro en el Concurso de Cerámica de Faenza, Italia (1989).
Hoy, podemos contemplar su última obra pensada durante el periodo de confinamiento. Momento temporal de colapso sobrevenido que incitó a la reflexión, a recuperar sensaciones que parecían perdidas. Una ventana a un entorno natural, soleado, de eternas sobremesas. Poéticas piezas de momentos íntimos que permanecen en la memoria.