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‘Las desheredadas’, de Ángeles Caso
Editorial Lumen, 2023
El 31 de mayo de 1783, la Academia Real de Pintura y Escultura de París celebró un acto solemne para acoger a dos nuevas académicas: Élisabeth Vigée Le Brun y Adélaïde Labille-Guiard. No eran las únicas féminas que formaban parte de la venerable institución.
En España, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando admitió por esa época a una treintena de mujeres artistas, aunque ninguna disfrutó de pleno derecho. El Barroco fue relativamente tolerante con el trabajo de las creadoras, pero con la llegada del orden burgués, en el XIX, las mujeres fueron excluidas de las actividades públicas para ser recluidas en el ámbito doméstico como «Ángeles del hogar».
Esta involución es uno de los aspectos que analiza Ángeles Caso en su último libro, ‘Las desheredadas’ (Lumen) en el que, además de artistas, pintoras y escritoras, habla de científicas, ideólogas de la Revolución francesa como Olympe deGougesy pioneras del femismo. Un largo y estimulante paseo gracias al cual la visión del pasado adquiere un relieve más definido y mayor amplitud al aparecer en el escenario esa mitad del cielo antes excluida por razones bastardas.
¿Qué te ha impulsado a dedicarte a la investigación de género?
La sensación que tenía, cuando terminé la carrera de Historia del Arte en 1981, de que me habían hablado solo de la mitad de la población humana… Había aprendido muchísimo, pero veía un mundo en el que todo lo importante lo habían hecho los hombres, mientras que las mujeres eran una enorme masa amorfa. Afortunadamente, en ese momento empezaban a publicarse en Estados Unidos y en Francia los primeros estudios de género, así que me puse inmediatamente a rellenar ese vacío. Y ahí sigo.
¿Se podría decir que el iceberg ha emergido o queda todavía un bloque bajo el agua?
Creo que nos queda aún mucho por descubrir. Pero, sobre todo, lo más urgente es incorporar la historia de las mujeres al relato de lo que estudian nuestras niñas y niños. Seguimos contándoles que el mundo lo han protagonizado los varones, como si el género femenino en su conjunto no hubiera hecho nada. No se trata de darles los nombres de unas pocas pioneras, sino de hacerles entender que las mujeres han contribuido tanto a la construcción de las sociedades como los hombres.
La sociedad del XVIII, el Antiguo Régimen, fue mucho más permeable al talento femenino que la del XIX. ¿Cómo explicar este fenómeno?
La historia nunca es un continuum que avanza sin parar hacia algo mejor. Hay avances y retrocesos. El triunfo de la burguesía en el XIX supuso un retroceso enorme para la condición femenina. Ya había sucedido también en los siglos finales de la Edad Media, cuando se nos arrebató mucho poder político, económico y religioso.
En vista del ascenso de la derecha en Europa, ¿te preocupa una involución de ese tipo en el futuro?
Me temo que esa es una posibilidad que está ahí. De hecho, me parece que no se está analizando suficientemente el papel de la reacción frente al feminismo en el crecimiento de las ultraderechas. Pero, al mismo tiempo, veo a las jóvenes tan conscientes de sí mismas y sus derechos, que creo que esa involución sería muy difícil.
La Revolución francesa fue un episodio efímero de liberación para las mujeres. ¿Quedó algo de aquel esfuerzo?
Yo creo que sí. Fue el primer movimiento feminista organizado, antes incluso de que naciera el término feminista. El ejemplo y las palabras de aquellas mujeres perduraron de alguna manera y alimentaron el feminismo que estalló ya de manera definitiva a mediados del XIX.
La mayoría de las protagonistas de tu libro son francesas y británicas. ¿Porque centraste tu investigación en esos países, o porque fueron más avanzados que otros?
No, no, los países nórdicos fueron más avanzados que el resto de Europa en cuestiones de género. Me he centrado en las francesas y las británicas, además de las españolas, porque aquí las conocemos mejor. Lo que quería era cambiar la manera como las miramos y las juzgamos. Por otra parte, y como yo misma digo en el libro, esto no es un catálogo exhaustivo. Es solo uno de los muchos acercamientos posibles.
Pensamos que las escritoras tuvieron menos dificultades que otras artistas pero no fue así. En el XIX, muchas renunciaban a firmar sus propias obras como Mary Shelley con ‘Frankenstein’, o usaban un psedónimo masculino como las Brontë.
Eso justamente es lo que intentaba dejar claro. Leemos a esas mujeres con admiración, pero no siempre acabamos de entender las condiciones tan extremas y difíciles en las que tuvieron que crear, sus luchas para hacerse un pequeño hueco en un mundo totalmente acaparado por hombres. Lo triste es que, doscientos años después, las condiciones en las que escribimos y sobrevivimos muchas autoras actuales siguen siendo muy parecidas.
Conozco a muchísimos escritores que siempre han podido dedicarse al cien por cien a escribir mientras, a su lado, una mujer se ocupa de todo para que ellos se concentren en su genio. Pero no conozco a ninguna escritora que tenga un hombre-para-todo junto a ella y pueda cederle las demás responsabilidades para dedicarse a su obra.
¿El retraso del feminismo en España se puede achacar al analfabetismo y al influjo de la Iglesia?
Creo que no es fácil llegar a una única conclusión a ese respecto. Seguramente los factores que influyeron fueron diversos. Pero sin duda el peso de la Iglesia católica fue uno de los más importantes. En los países protestantes, o en los que al menos el catolicismo no era la única opción religiosa, las mujeres se alfabetizaron mucho antes, porque la fe protestante considera bueno que los fieles de ambos sexos puedan acceder directamente a la lectura de las Escrituras. Los países católicos, como España, Portugal o Italia, fuimos siempre por detrás a ese respecto. Es algo innegable.
«En la misoginia lo que hay es miedo», afirmabas en una entrevista ¿A qué temor te referías?
Creo que hay un miedo ancestral al poder que le confiere a la mujer ser ella quien gesta a los hijos. Una vez que se establece la propiedad privada en las sociedades neolíticas, para muchos hombres es fundamental estar seguros de que los hijos que los hereden son realmente sus hijos. Una mujer puede engañar a un hombre a ese respecto, y eso genera la necesidad de mantener bajo control el cuerpo femenino y, por lo tanto, su mente. Los demás miedos se añaden a ese, que es el fundamental.
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